miércoles, 21 de enero de 2009

Acerca de otra crisis policial no menos grave


Por: Aquiles Martín Cabrera Ludeña
martindicehola@gmail.com

Yo tengo un amigo heladero. Un peruano común, casi se podría decir que una buena persona, o tal vez, por su facha, (la de un peruano común) un simple delincuente, nunca se sabe. Él siempre fue amable conmigo y muchas veces me invitaba helados a cambio de unas cuantas palabras, pequeñas compañías bajo el sol.
Este señor aparte de vender helados en el día, cuidaba una tienda por las noches. Una de aquellas noches de guardianía, salió de su casa en dirección al trabajo y, de pronto, una batida. Policías lo detuvieron, él se puso nervioso porque ocultaba una pistola y no tenía el permiso para portarla. Es muy común este tipo de casos, y se resuelven de una forma muy sencilla, les pagas una coima (lujo que los helados de nuestro amigo heladero no pudieron cubrir) o se quedan con la pistola (lujo que nuestro amigo no quería aceptar puesto que era su única fuente de dinero en las noches). Entonces se puso nervioso y suplicó a los policías por que no le quiten el arma. Como estaba cerca de su casa, salieron vecinos a defenderlo, “Ese hombre es honrado, por qué no se meten con verdaderos rateros”. Los policías, simples seres humanos al fin y al cabo, se enojaron y lo llevaron a su comisaría. Una vez allí, lo golpearon cuanto quisieron, no tenía dinero para comprarse padrinos, lo humillaron, lo rebajaron totalmente, “A ver pe, ahora que salgan tus vecinos a defenderte”.
Al darse cuenta de que ya se les estaba pasando la mano, lo mandaron a una clínica, pero -como creo que ya ha quedado bien claro, mi amigo el heladero, un simple peruano más de a pie, no tenía plata- en la clínica solo le limpiaron las heridas (las exteriores, porque las hemorragias internas se las pasaron por las bolas que cada año cuelgan en tu árbol de navidad) y lo mandaron a su casa. Él ya había perdido su trabajo nocturno, los dueños de la tienda no querían problemas, “Mírate como estás, anda descansa. Además ya te quitaron la pistola, ¿cómo vas a responder si entran a robar?”

A la mañana siguiente se le apareció un abogado en su casa, había sido fichado y tenía un juicio pendiente por posesión ilícita de armas. El abogado le ofreció defenderlo para que no lo metan preso, por supuesto que su trabajo no era gratuito. "Tengo contactos adentro que te pueden proteger". Le recomendó que siga vendiendo sus helados, que consiga dinero como sea, "Lo necesitarás".
Dos semanas después de mi amigo apareció otra vez por mi casa con su carretilla de helados, casi no lo reconozco, ya había perdido la sonrisa, estaba muy magullado y notablemente mal. Allí me contó sus problemas, no hilaba bien las ideas, por ratos parecía un niño desconsolado, su ojo izquierdo parecía no ver a ninguna parte, sentía profundos dolores en la espalda y se sentía avergonzado pero necesitaba el dinero. Ofrecí ayudarlo, hacerle alguna entrevista, llevarla a los periódicos, algo que pueda servir, una pequeña colecta, una pollada. “Gracias joven, consultaré con el abogado” “Tenga cuidado con esos abogados” “Lo tendré”.
A los pocos días lo procesaron, no había logrado reunir la plata que hacía falta para defenderse, los policías se enteraron de que tenía un hermano en el extranjero, intentaron ubicarlo y así pedirle dinero para proteger a su hermano en la cárcel. Al parecer no lo lograron. Volvieron a pegarle en un calabozo, por antipático, por sonso, por no tener familia, por no ser un verdadero ladrón que se respete, por ser patético y por ser pobre, es decir, por ser peruano.
Hace unas semanas me han dicho que el heladero falleció. Que ya había fallecido hace unos meses y que tenía 2 hijos pequeños a los que mantenía. Dicen que las hemorragias internas estaban muy avanzadas, yo pienso que simplemente ya no podía seguir viviendo en esta sociedad de mierda. Polaquito de 37 años :(
PD. Una vez fui a una comisaría como testigo menor en un caso de asesinato. El cuerpo apareció tirado a espaldas de mi casa. Como me bromeé tan bien con los policías, antes de irme, el más viejo se me acercó y dándome su número de celular, me dijo: “Muchas gracias joven, cuando necesite alguna ayudita, llámeme, desde cualquier venganza hasta una bajada de reyes (aborto al paso), para servirlo.” Y yo, con mi estúpida sonrisa inútil, le contesté “Gracias jefe, nunca se sabe”.

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