Por: Iván La Riva Vegazzo
Consultor en Turismo
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Con el presente artículo he de hacer justicia a los antiguos peruanos de esta parte del país, quienes en épocas prehispánicas, con esfuerzo y gran inteligencia trajeron las aguas del río Chicama hasta el valle del río Moche en donde se encuentra Chan Chan, otrora capital del reino Chimú. Me refiero a la construcción del llamado “Canal de la Cumbre”, llamado hoy a convertirse en un interesante atractivo turístico.
Si tenemos en cuenta las condiciones en que se construyó la antigua obra hidráulica preinca, podemos afirmar que ésta sigue siendo inigualada en estos tiempos modernos de alta tecnología y de grandes financiamientos, como lo demuestra el aún inconcluso canal del proyecto Chavimochic.
En referencia al canal, en una edición universitaria se lee “…no sólo la longitud y dimensiones son mayúsculas, sino la técnica de su construcción: manejando la velocidad del caudal ya frenándolo o acelerándolo; construido en segmentos antisísmicos como la ingeniería moderna aconseja; el manejo de las inclinaciones de las curvas para evitar roturas y desbordes; la impermeabilización…Es decir, un capitulo moderno de la ingeniería agrícola y de la construcción”.
Motivado al ver unas fotos panorámicas, nació en mí el deseo de recorrerlo, y así lo hice. En varia jornadas lo caminé sobre las arenas del desierto, de norte a sur y de sur a norte. En aquellas agotadoras jornadas, en la soledad de los arenales me preguntaba ¿Cómo se logró construir este acueducto? ¿De donde se transportaron los veinte millones de metros cúbicos de material que se necesitaron? ¿Dónde se obtuvo el agua para la mezcla de los materiales de construcción? Mis preguntas hasta hoy no respondidas.
Considero oportuno transcribir algunas notas que el arqueólogo Jaime Deza Rivasplata consigna en un interesante trabajo al respecto, quien nos informa que los antiguos pobladores del valle Chicama, primero concluyeron los canales que riegan las pampas de la margen derecha para luego y, cuando la malla de riego ya no satisfacía la demanda de alimentos de los pueblos, se vieron en la necesidad de ampliar la frontera agrícola a los terrenos arenosos de la margen izquierda con dirección a Chan Chan. Hoy, aún se pueden observar las extensas áreas de cultivos utilizadas, con diversidad de surcos, especialmente serpentiformes y en forma de E.
Cuando se viaja al norte de la ciudad de Trujillo, por la ruta de la carretera Panamericana, a la altura del peaje de Chicama, estamos lejos de pensar que entre las pampas y las primeras estribaciones rocosas de los Andes corre majestuosa la obra hidráulica mas grande de América precolombina: el canal intervalle Chicama-Moche, de aproximadamente 114 kilómetros de recorrido, que nos observa distante como si nos reclamara redescubrirlo, sacarlo de las entrañas del misterio o quebrar con la fotografía el silencio de cientos de años.
Debo confesar que el tramo que más me llama la atención es precisamente el de la margen izquierda. Este nace en las Pampas de Jaguey cerca de Sausal y bordeando los cerros llega hasta la quebrada de El Oso, que es el tramo de mejor aprovechamiento turístico. Desde este lugar, el canal en forma de zanja continúa hacia Trujillo por las faldas del cerro Malpaso y Cabezón y después de recorrer 84 kilómetros se une con el canal de Wichansao que nace en el río Moche para regar, en antaño, las pampas de El Milagro y La Esperanza, frente a Huanchaco.
El arqueólogo Deza Rivasplata nos dice que para nuestros antepasados, los antiguos mochicas, el agua era divina, que correspondía a los hombres distribuirla, pero también era tarea de los difuntos o malquis que volvían en los sueños para orientarlos con su experiencia; y así, vivos y mallquis, trabajaron para arrancar de la madre tierra los frutos.
El arqueólogo James Kus, nos indica que para construir el canal se empleó gran cantidad de mano de obra, bajo la forma de la mita; también algunas herramientas sencillas, tales como cavadoras con puntas de bronce y canastas para llevar la tierra de un sitio a otro. En lugares donde el canal cruzaba terreno difícil, se empleaban andenes con paredes de piedra y adobe para apoyar el canal. Sin embargo, al cruzar terreno plano, con frecuencia el canal no era más que una zanja sencilla. En los lugares donde era necesario que el canal pasara por afloramientos de piedras se empleaba calor (grandes fuegos) para agrietar la roca y así ayudar a la excavación.
En medio de la soledad y frente a tan importante obra, nos imaginamos cuántas veces las tinyas y tambores alegraban las horas de trabajo de esos hombres que enlazados en una ideología, aún no olvidada, hicieron tal obra. Obra que fue común como los frutos alcanzados. Obra que nos obliga a estudiarla, conocerla, respetarla, cuidarla y amarla.
No cabe duda que estamos ante una nueva oferta turística que debemos promocionar como uno de los orgullos de nuestro Perú ancestral y para que, en estos tiempos de modernidad y de alta tecnología, sea el principal reto para la construcción de la tercera etapa de Chavimochic, canal que precisamente cruzará el mismo territorio que hace cientos de años cruzó aquella serpiente hidráulica trayendo vida y prosperidad al pie de los Apus protectores. Los invito a visitarla.
Si tenemos en cuenta las condiciones en que se construyó la antigua obra hidráulica preinca, podemos afirmar que ésta sigue siendo inigualada en estos tiempos modernos de alta tecnología y de grandes financiamientos, como lo demuestra el aún inconcluso canal del proyecto Chavimochic.
En referencia al canal, en una edición universitaria se lee “…no sólo la longitud y dimensiones son mayúsculas, sino la técnica de su construcción: manejando la velocidad del caudal ya frenándolo o acelerándolo; construido en segmentos antisísmicos como la ingeniería moderna aconseja; el manejo de las inclinaciones de las curvas para evitar roturas y desbordes; la impermeabilización…Es decir, un capitulo moderno de la ingeniería agrícola y de la construcción”.
Motivado al ver unas fotos panorámicas, nació en mí el deseo de recorrerlo, y así lo hice. En varia jornadas lo caminé sobre las arenas del desierto, de norte a sur y de sur a norte. En aquellas agotadoras jornadas, en la soledad de los arenales me preguntaba ¿Cómo se logró construir este acueducto? ¿De donde se transportaron los veinte millones de metros cúbicos de material que se necesitaron? ¿Dónde se obtuvo el agua para la mezcla de los materiales de construcción? Mis preguntas hasta hoy no respondidas.
Considero oportuno transcribir algunas notas que el arqueólogo Jaime Deza Rivasplata consigna en un interesante trabajo al respecto, quien nos informa que los antiguos pobladores del valle Chicama, primero concluyeron los canales que riegan las pampas de la margen derecha para luego y, cuando la malla de riego ya no satisfacía la demanda de alimentos de los pueblos, se vieron en la necesidad de ampliar la frontera agrícola a los terrenos arenosos de la margen izquierda con dirección a Chan Chan. Hoy, aún se pueden observar las extensas áreas de cultivos utilizadas, con diversidad de surcos, especialmente serpentiformes y en forma de E.
Cuando se viaja al norte de la ciudad de Trujillo, por la ruta de la carretera Panamericana, a la altura del peaje de Chicama, estamos lejos de pensar que entre las pampas y las primeras estribaciones rocosas de los Andes corre majestuosa la obra hidráulica mas grande de América precolombina: el canal intervalle Chicama-Moche, de aproximadamente 114 kilómetros de recorrido, que nos observa distante como si nos reclamara redescubrirlo, sacarlo de las entrañas del misterio o quebrar con la fotografía el silencio de cientos de años.
Debo confesar que el tramo que más me llama la atención es precisamente el de la margen izquierda. Este nace en las Pampas de Jaguey cerca de Sausal y bordeando los cerros llega hasta la quebrada de El Oso, que es el tramo de mejor aprovechamiento turístico. Desde este lugar, el canal en forma de zanja continúa hacia Trujillo por las faldas del cerro Malpaso y Cabezón y después de recorrer 84 kilómetros se une con el canal de Wichansao que nace en el río Moche para regar, en antaño, las pampas de El Milagro y La Esperanza, frente a Huanchaco.
El arqueólogo Deza Rivasplata nos dice que para nuestros antepasados, los antiguos mochicas, el agua era divina, que correspondía a los hombres distribuirla, pero también era tarea de los difuntos o malquis que volvían en los sueños para orientarlos con su experiencia; y así, vivos y mallquis, trabajaron para arrancar de la madre tierra los frutos.
El arqueólogo James Kus, nos indica que para construir el canal se empleó gran cantidad de mano de obra, bajo la forma de la mita; también algunas herramientas sencillas, tales como cavadoras con puntas de bronce y canastas para llevar la tierra de un sitio a otro. En lugares donde el canal cruzaba terreno difícil, se empleaban andenes con paredes de piedra y adobe para apoyar el canal. Sin embargo, al cruzar terreno plano, con frecuencia el canal no era más que una zanja sencilla. En los lugares donde era necesario que el canal pasara por afloramientos de piedras se empleaba calor (grandes fuegos) para agrietar la roca y así ayudar a la excavación.
En medio de la soledad y frente a tan importante obra, nos imaginamos cuántas veces las tinyas y tambores alegraban las horas de trabajo de esos hombres que enlazados en una ideología, aún no olvidada, hicieron tal obra. Obra que fue común como los frutos alcanzados. Obra que nos obliga a estudiarla, conocerla, respetarla, cuidarla y amarla.
No cabe duda que estamos ante una nueva oferta turística que debemos promocionar como uno de los orgullos de nuestro Perú ancestral y para que, en estos tiempos de modernidad y de alta tecnología, sea el principal reto para la construcción de la tercera etapa de Chavimochic, canal que precisamente cruzará el mismo territorio que hace cientos de años cruzó aquella serpiente hidráulica trayendo vida y prosperidad al pie de los Apus protectores. Los invito a visitarla.
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