Por: Enrique Plasencia
Cascas, La Libertad.
En los últimos tiempos, las noticias de accidentes de tránsito y decenas de muertos y heridos en el interior han sido casi diarias.
Por motivos de trabajo estoy viajando constantemente a Julcán, Huaranchal y, especialmente a Cascas, lo que no constituye en absoluto, algo extraordinario. Pero sí es extraordinario que todavía, los buses en los que he viajado no hayan caído a un abismo o se hayan estrellado con otro, producto del sobrepeso o las fallas mecánicas.
Cuando yo comento que una vez viajaron junto a mí ciento dos pasajeros más en un bus que sólo tenía capacidad para cincuenta, los que me oyen creen que me burlo de ellos. Probablemente yo también lo creería si no tuviera la certeza que da la experiencia. Y, por si a alguna autoridad le interesa el asunto, debo decir que todos los lunes, de marzo a diciembre, época escolar, los buses que se trasladan a la sierra llevan más del doble de los pasajeros que su capacidad les permite. Y los jueves o viernes ocurre lo mismo, aunque en viceversa.
Pero lo que más fastidia es que, antes de llegar a su destino, los citados buses, pasan frente a por lo menos cinco controles policiales (en el caso de los que se dirigen a Cascas) y en ninguno de ellos los policías detectan algo irregular. Es más, a veces ni siquiera detectan que ha pasado algún bus repleto en demasía, a pesar que la carretera es estrecha y en condiciones tales que una carrandanga de las que hablo apenas alcanza los 20 o 30 kilómetros por hora. Y cuando, por suerte del policía, están despiertos o con ganas de hacer algo por la vida, suficiente es un periódico de cincuenta céntimos o una KR descartable para que los afectivos del orden sufran de una repentina ceguera y, por supuesto, el chofer siga aferrado al timón y, en el mejor de los casos, sólo llegue a Cascas y vuelva a Trujillo y, si el asunto está “cañón” entonces de nuevo a Cascas y todo eso… en un solo día.
En la tierra de la uva, del Cristo de las Rocas, del Árbol de las mil raíces y de la Virgen de Chiquinquirá, nadie se da por enterado. Y las cosas seguirán así hasta que el día menos pensado la noticia sea tan trágica como la suma de las decenas de tragedias que enlutarán a las decenas de familias que, como siempre, deberán enterrar a sus difuntos con su propio peculio porque es más que probable que las empresas de transporte no tengan, siquiera, llantas de repuesto. ¿SOAT? ¿Con qué se come eso, cumpita?.
Y mientras tanto, esos carritos estampados con la dulce frase “Policía de Carreteras”, seguirán estacionados en el Peaje Chicama, en el Cruce a Roma, en Sausal, Puente Moreno y El Cruce.
Y, bueno, para variar, los que repletan los buses a la sierra de la libertad los días lunes, son nada más y nada menos que los profesores. ¿Enseñarán en sus escuelas la necesidad de respetar las normas?
¿Qué es una norma, cumpita colega?.
Por motivos de trabajo estoy viajando constantemente a Julcán, Huaranchal y, especialmente a Cascas, lo que no constituye en absoluto, algo extraordinario. Pero sí es extraordinario que todavía, los buses en los que he viajado no hayan caído a un abismo o se hayan estrellado con otro, producto del sobrepeso o las fallas mecánicas.
Cuando yo comento que una vez viajaron junto a mí ciento dos pasajeros más en un bus que sólo tenía capacidad para cincuenta, los que me oyen creen que me burlo de ellos. Probablemente yo también lo creería si no tuviera la certeza que da la experiencia. Y, por si a alguna autoridad le interesa el asunto, debo decir que todos los lunes, de marzo a diciembre, época escolar, los buses que se trasladan a la sierra llevan más del doble de los pasajeros que su capacidad les permite. Y los jueves o viernes ocurre lo mismo, aunque en viceversa.
Pero lo que más fastidia es que, antes de llegar a su destino, los citados buses, pasan frente a por lo menos cinco controles policiales (en el caso de los que se dirigen a Cascas) y en ninguno de ellos los policías detectan algo irregular. Es más, a veces ni siquiera detectan que ha pasado algún bus repleto en demasía, a pesar que la carretera es estrecha y en condiciones tales que una carrandanga de las que hablo apenas alcanza los 20 o 30 kilómetros por hora. Y cuando, por suerte del policía, están despiertos o con ganas de hacer algo por la vida, suficiente es un periódico de cincuenta céntimos o una KR descartable para que los afectivos del orden sufran de una repentina ceguera y, por supuesto, el chofer siga aferrado al timón y, en el mejor de los casos, sólo llegue a Cascas y vuelva a Trujillo y, si el asunto está “cañón” entonces de nuevo a Cascas y todo eso… en un solo día.
En la tierra de la uva, del Cristo de las Rocas, del Árbol de las mil raíces y de la Virgen de Chiquinquirá, nadie se da por enterado. Y las cosas seguirán así hasta que el día menos pensado la noticia sea tan trágica como la suma de las decenas de tragedias que enlutarán a las decenas de familias que, como siempre, deberán enterrar a sus difuntos con su propio peculio porque es más que probable que las empresas de transporte no tengan, siquiera, llantas de repuesto. ¿SOAT? ¿Con qué se come eso, cumpita?.
Y mientras tanto, esos carritos estampados con la dulce frase “Policía de Carreteras”, seguirán estacionados en el Peaje Chicama, en el Cruce a Roma, en Sausal, Puente Moreno y El Cruce.
Y, bueno, para variar, los que repletan los buses a la sierra de la libertad los días lunes, son nada más y nada menos que los profesores. ¿Enseñarán en sus escuelas la necesidad de respetar las normas?
¿Qué es una norma, cumpita colega?.
0 comentarios:
Publicar un comentario