Por: Enrique Plasencia
No siempre tenemos la ocasión de encontrarnos en la calle con un Caballero, de charlar con él, de mirar el mundo al revés en el que vivimos y de compartir, de cuando en vez, el dolor que éste nos causa.
En serio, el único caballero que he conocido en el Perú ha sido Carmelo, el gran personaje de Valdelomar. Del Caballero de los Mares me quedan algunas dudas y sé que la historia no ha contado lo que debería. Si ha habido algunos otros caballeros, no los recuerdo.
Por eso, resulta gratísimo saber que Gerardo Cailloma ha sido condecorado por el gobierno francés. Pero resulta muchísimo más grato leer el discurso que pronunció con motivo de dicha condecoración que, oficialmente, lo ha lanzado como caballero.
Como siempre, el buen Gerardo hace gala de una humildad a prueba de banalidades.
Y es que, ser un Caballero en la Orden de las Palmas Académicas no ha sido motivo para que este Maestro Universitario (así, con mayúsculas) sienta que ha ganado el cielo. Sigo viéndole como el digno ejemplo de cultura y dedicación, de elocuencia y esmero, de pasión y trabajo.
Dentro del mencionado discurso ha destacado la importancia que han tenido las personas de su entorno en la consecución de sus logros y ha hecho una brevísima relación de las influencias recibidas de algunos genios de la cultura francesa. Ha dejado el peruanísimo “yo” individual por un universal “nosotros” y ha dejado en claro que el saber que adquirimos día a día no puede ser considerado sólo como placer estético o juego intelectual, sino como la salida a los múltiples problemas que afronta nuestra sociedad.
Doy fe que la Alianza Francesa de Trujillo es lo que es gracias a la incansable labor gerardiana. Alguna vez lo escuché hacer un balance verbal de uno de sus días normales: dos películas vistas, dos partidos de frontón jugados, tres clases, una conferencia adicional, cuatro reuniones de trabajo y una fiesta, entre otras pequeñas acciones. Tremenda energía siempre está al servicio de sus actividades como docente de la UPN y vicepresidente de la AFT.
Pero, para Trujillo es una cuestión de regocijo. No siempre una ciudad peruana disfruta de tener entre sus habitantes a un caballero, con todas sus letras. Y más aún si el nombramiento viene de uno de los países más cultos del mundo reconoce la encomiable labor de este peruano afincado en las tierras del que fuera cacique de Mansiche y que, desde mi punto de vista seguirá siendo el mismo de siempre: el sabio.
Entonces, no queda sino, dejar relucir nuestro orgullo y optimismo. Orgullo por ser amigo de un gran amigo y optimismo porque, con caballeros así, la luz siempre brilla al final del túnel.
À votre santé, Chevalier Gerard.
No siempre tenemos la ocasión de encontrarnos en la calle con un Caballero, de charlar con él, de mirar el mundo al revés en el que vivimos y de compartir, de cuando en vez, el dolor que éste nos causa.
En serio, el único caballero que he conocido en el Perú ha sido Carmelo, el gran personaje de Valdelomar. Del Caballero de los Mares me quedan algunas dudas y sé que la historia no ha contado lo que debería. Si ha habido algunos otros caballeros, no los recuerdo.
Por eso, resulta gratísimo saber que Gerardo Cailloma ha sido condecorado por el gobierno francés. Pero resulta muchísimo más grato leer el discurso que pronunció con motivo de dicha condecoración que, oficialmente, lo ha lanzado como caballero.
Como siempre, el buen Gerardo hace gala de una humildad a prueba de banalidades.
Y es que, ser un Caballero en la Orden de las Palmas Académicas no ha sido motivo para que este Maestro Universitario (así, con mayúsculas) sienta que ha ganado el cielo. Sigo viéndole como el digno ejemplo de cultura y dedicación, de elocuencia y esmero, de pasión y trabajo.
Dentro del mencionado discurso ha destacado la importancia que han tenido las personas de su entorno en la consecución de sus logros y ha hecho una brevísima relación de las influencias recibidas de algunos genios de la cultura francesa. Ha dejado el peruanísimo “yo” individual por un universal “nosotros” y ha dejado en claro que el saber que adquirimos día a día no puede ser considerado sólo como placer estético o juego intelectual, sino como la salida a los múltiples problemas que afronta nuestra sociedad.
Doy fe que la Alianza Francesa de Trujillo es lo que es gracias a la incansable labor gerardiana. Alguna vez lo escuché hacer un balance verbal de uno de sus días normales: dos películas vistas, dos partidos de frontón jugados, tres clases, una conferencia adicional, cuatro reuniones de trabajo y una fiesta, entre otras pequeñas acciones. Tremenda energía siempre está al servicio de sus actividades como docente de la UPN y vicepresidente de la AFT.
Pero, para Trujillo es una cuestión de regocijo. No siempre una ciudad peruana disfruta de tener entre sus habitantes a un caballero, con todas sus letras. Y más aún si el nombramiento viene de uno de los países más cultos del mundo reconoce la encomiable labor de este peruano afincado en las tierras del que fuera cacique de Mansiche y que, desde mi punto de vista seguirá siendo el mismo de siempre: el sabio.
Entonces, no queda sino, dejar relucir nuestro orgullo y optimismo. Orgullo por ser amigo de un gran amigo y optimismo porque, con caballeros así, la luz siempre brilla al final del túnel.
À votre santé, Chevalier Gerard.
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