Por: Iván La Riva Vegazzo
Viajero antes que turista
Con mucha razón dice Ciro Alegría en un poema: “El Perú es el país de la piedra…Los majestuosos Andes son una épica a la piedra…Piedras imponentes las de los Andes; piedras gloriosas las labradas…”. Es que, por su realidad andina, nuestro país desde épocas prehispánicas está ligado a los apus, los cerros tutelares, simbolizados muchas veces en las piedras paradas o “wankas”.
El arqueólogo Constante Luján, sostiene que las “wankas” o piedras paradas, constituyen un fenómeno panandino que aun no se le ha dado la debida importancia; la ausencia de estudios tanto arqueológicos como antropológicos contribuyen a que no se pueda develar parte de nuestro legado histórico. Las “wankas” o piedras paradas, presentes desde el período arcaico hasta la expansión inca, se encuentran inmersas en un mundo fascinante de relatos a través de la petrificación de héroes culturales o, a la inversa, son piedras que se animan y cobran vida. Existen muchos relatos de malquis (momias) que coexisten con su wanka, donde el alma del malqui se posesiona de una wanka.
Aunque la mayoría de estas piedras paradas fueron destruidas por la extirpación de idolatrías por parte de los religiosos españoles, he podido conocer algunas de ellas, como las de Queneto, la de Mama Catequil, la de Markahuamachuco y la de Carabamba. Pero siempre llamaron mi atención las que se encuentran en el distrito otuzcano de La Cuesta, ubicado a una hora de Simbal, pasando por bucólicos parajes como Chual y Huangabal, sobre los 1874 m.s.n.m., protegido por el cerro Chacate, su apu tutelar; además de sus cinco wankas.
Dos de ellas se hallan en plena Plaza de Armas, no tan bien labradas y redondeadas en la parte superior, tienen una forma muy parecida a la de Carabamba que estuvo frente a su iglesia matriz, hoy también en su plaza principal. Otras dos wankas están mejor labradas y tienen forma rectangular. Una se halla frente de la Plaza principal y la otra siempre estuvo al pie de la iglesia donde se adora al Señor de la Misericordia. Muy cerca de ella se halla la quinta piedra que tiene la forma de un cubo y en una de sus caras presenta un petroglifo representando un ave.
La Cuesta es un distrito agrícola por excelencia, con campos sembrados de repollo, arveja, maíz y trigo en cuyos bordes los árboles de chirimoyas y paltas ofrecen sus deliciosos frutos; un poco mas a la altura los cactus de pitajayas, otra fruta del lugar, ya están floreando.
El día de mi visita, tuve la suerte de admirar a la población participando de una costumbre ancestral. Más de cincuenta varones estaban limpiando el camino de herradura que une el distrito con su capital provincial, Otuzco. Este trabajo, que en La Libertad se le conoce como “republica”, tiene su inspiración en la “minka” incaica; aquella que invita al trabajo comunal para beneficio de todos. Fue para mí muy aleccionador ver a los cuestinos de todas las edades trabajando para un mismo fin. Mientras ellos laboraban en las alturas, un grupo de mujeres habían preparado los alimentos, de tal manera que en una hora convenida y en lugar preestablecido les sirvieron el almuerzo compuesto por arroz, sarandaja, yucas y gallo guisado; doble ración por supuesto.
Al final de la jornada no pude dejar de felicitarme de haber regresado a un distrito distante solo dos horas de Trujillo, poseedor de un gran patrimonio cultural y natural, protegido por sus “wankas” y donde aún se practica el ritual andino del trabajo comunal, cuyo logro se puede simplificar en la frase: “El pueblo lo hizo”.
Viajero antes que turista
Con mucha razón dice Ciro Alegría en un poema: “El Perú es el país de la piedra…Los majestuosos Andes son una épica a la piedra…Piedras imponentes las de los Andes; piedras gloriosas las labradas…”. Es que, por su realidad andina, nuestro país desde épocas prehispánicas está ligado a los apus, los cerros tutelares, simbolizados muchas veces en las piedras paradas o “wankas”.
El arqueólogo Constante Luján, sostiene que las “wankas” o piedras paradas, constituyen un fenómeno panandino que aun no se le ha dado la debida importancia; la ausencia de estudios tanto arqueológicos como antropológicos contribuyen a que no se pueda develar parte de nuestro legado histórico. Las “wankas” o piedras paradas, presentes desde el período arcaico hasta la expansión inca, se encuentran inmersas en un mundo fascinante de relatos a través de la petrificación de héroes culturales o, a la inversa, son piedras que se animan y cobran vida. Existen muchos relatos de malquis (momias) que coexisten con su wanka, donde el alma del malqui se posesiona de una wanka.
Aunque la mayoría de estas piedras paradas fueron destruidas por la extirpación de idolatrías por parte de los religiosos españoles, he podido conocer algunas de ellas, como las de Queneto, la de Mama Catequil, la de Markahuamachuco y la de Carabamba. Pero siempre llamaron mi atención las que se encuentran en el distrito otuzcano de La Cuesta, ubicado a una hora de Simbal, pasando por bucólicos parajes como Chual y Huangabal, sobre los 1874 m.s.n.m., protegido por el cerro Chacate, su apu tutelar; además de sus cinco wankas.
Dos de ellas se hallan en plena Plaza de Armas, no tan bien labradas y redondeadas en la parte superior, tienen una forma muy parecida a la de Carabamba que estuvo frente a su iglesia matriz, hoy también en su plaza principal. Otras dos wankas están mejor labradas y tienen forma rectangular. Una se halla frente de la Plaza principal y la otra siempre estuvo al pie de la iglesia donde se adora al Señor de la Misericordia. Muy cerca de ella se halla la quinta piedra que tiene la forma de un cubo y en una de sus caras presenta un petroglifo representando un ave.
La Cuesta es un distrito agrícola por excelencia, con campos sembrados de repollo, arveja, maíz y trigo en cuyos bordes los árboles de chirimoyas y paltas ofrecen sus deliciosos frutos; un poco mas a la altura los cactus de pitajayas, otra fruta del lugar, ya están floreando.
El día de mi visita, tuve la suerte de admirar a la población participando de una costumbre ancestral. Más de cincuenta varones estaban limpiando el camino de herradura que une el distrito con su capital provincial, Otuzco. Este trabajo, que en La Libertad se le conoce como “republica”, tiene su inspiración en la “minka” incaica; aquella que invita al trabajo comunal para beneficio de todos. Fue para mí muy aleccionador ver a los cuestinos de todas las edades trabajando para un mismo fin. Mientras ellos laboraban en las alturas, un grupo de mujeres habían preparado los alimentos, de tal manera que en una hora convenida y en lugar preestablecido les sirvieron el almuerzo compuesto por arroz, sarandaja, yucas y gallo guisado; doble ración por supuesto.
Al final de la jornada no pude dejar de felicitarme de haber regresado a un distrito distante solo dos horas de Trujillo, poseedor de un gran patrimonio cultural y natural, protegido por sus “wankas” y donde aún se practica el ritual andino del trabajo comunal, cuyo logro se puede simplificar en la frase: “El pueblo lo hizo”.
0 comentarios:
Publicar un comentario