viernes, 26 de junio de 2009

A DIOS ROGANDO Y…

Por: Enrique Plasencia
Hoy, temprano, y por motivos laborales, una vez más me enfrenté al estrépito del centro de Trujillo.
Me sorprendió ver a muchas hermosas señoritas que, con carteles en mano, piden a los conductores no utilizar el claxon. A unos metros, algún trabajador de SEGAT me pide ayudarle con una encuesta. Una de las preguntas es: ¿Qué recomendaría usted para disminuir el ruido en la ciudad? Sin dudar respondo: quitar el claxon de los automóviles. El jovencito éste sonríe y me dice que esa respuesta no existe en las alternativas de su formulario. Los taxistas, en la esquina de Gamarra y Pizarro, se mofan del letrerito de la chica linda que está allí y siguen con sus bestiales e inmisericordes claxonazos.
A una cuadra, en la plaza de armas, centenas de colegiales hacen de publicistas anti ruido. Con carteles, afiches, vestimenta negra, guantes blancos y panderetas proclaman el silencio. Pero tal vez lo más llamativo del asunto sean las famosas “Bandas de Guerra” de diversas instituciones educativas.
Yo tengo mi oficina en el Jirón San Martín y usualmente suelo escuchar el ruido provocado por los automóviles y sus conductores. Pero justo hoy este ruido se mezcla con la de tales bandas haciendo no ruido sino un infierno de desacordes que es imposible de soportar.
Y, ahora que hago un poco de memoria, siempre pasa lo mismo si hacemos algunas analogías.
- La plaza de armas es una zona peatonal hasta que algún “vehículo oficial” se encarga de volvernos a la realidad con sus 120km/h y su amenaza constante de “yo mando aquí”.
- El “Corpus Cristi” es una fiesta para todos, excepto para los que no podemos circular libremente por el Jirón Orbegoso y tenemos que dar la vuelta por Gamarra o Almagro. También es la fiesta de pisotear, en 5 segundos, los ¿preciosos? trabajos florísticos o aserrineros que les tomó muchas horas a sudorosos estudiantes que hacían su trabajo mientras sus profesores hacían de discípulos del señor arzobispo.
- De los mítines, mejor no hablo.

- Durante el acto denominado “La hora de la tierra” casi todas las instituciones decidieron apagar sus luces. Y digo casi todas porque el único local que permaneció alumbrado fue la Iglesia Catedral y las demás iglesias “preciosamente alumbradas” de la ciudad. Seguramente basados en eso de Yo soy la luz del mundo y bla bla bla.
- No es raro que, mientras los lustrabotas (estafadores al paso) o “gitanas” hacen de las suyas en medio de la plaza, los efectivos de seguridad se pasen mentándose la madre y riendo en sus elegantes patrulleros 4x4 o hablando por celular mientras disfrutan del solaz de su trabajo.
- Con el cuento de la “formalidad”, cientos de efectivos de Seguridad Ciudadana, cumplen a rajatabla la orden de exterminar a los ambulantes. Genial idea la de luchar contra la pobreza, arrebatando a esta gente sus carritos, sus triciclos o sus cajas de cartón para privarlos de la vida misma. Y, claro, esos efectivos de seguridad seguramente pateaban latas antes de convertirse en la fuerza salvadora de la ciudad.
En fin, esta es la ciudad de Trujillo. Felizmente, siempre hay excepciones. Y, para no variar, la excepción confirma la regla.

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