Por: Iván La Riva VegazzoFue hace quince años que escuche por primera vez de “El Higuerón”, un lugar muy pocas veces visitado por el hombre. Sabía que era un relicto escondido entre las estribaciones de los Andes en la provincia de Ascope, uno de los pocos lugares que aún yo no había llegado en esta región de La Libertad. Por información de unos amigos supe que se podría ingresar a este apartado lugar desde Mocan, un anexo de Casa Grande y antigua hacienda poblada por negros esclavos durante el virreinato.
Deseoso de llegar a tan ignoto lugar me animé a organizar una caminata en compañía de un selecto grupo de alumnos universitarios. En esta temporada de fuerte verano, muy entusiasmados partimos a las diez y media de la mañana con una temperatura de treintitres grados de calor, guiados por don Martín Sánchez, un gentil agricultor moquero, sumándose al grupo dos burros que cargaban parte del avituallamiento. Cruzando polvorientos caminos, cerca del medio día estábamos ya en los limites de un gran desierto pedregoso que nos separaba de la aún lejana cadena montañosa. Era última oportunidad que teníamos para dar marcha atrás, pero la decisión fue seguir.
El quemante sol y los cuarenta grados de calor a la sombra se convirtieron en nuestros principales obstáculos para seguir avanzando. Más adelante se les unirían las piedras resquebrajadas por el intemperismo que al contacto con nuestras zapatillas, a más de una destrozó. Dos horas más tarde empezó el ascenso por una zona de dunas donde tampoco encontrábamos sombra para cobijarnos. Parecía que “El Higuerón” no quería que lo conociéramos. Hacía ya cinco horas del inicio de nuestra aventura.
Deseoso de llegar a tan ignoto lugar me animé a organizar una caminata en compañía de un selecto grupo de alumnos universitarios. En esta temporada de fuerte verano, muy entusiasmados partimos a las diez y media de la mañana con una temperatura de treintitres grados de calor, guiados por don Martín Sánchez, un gentil agricultor moquero, sumándose al grupo dos burros que cargaban parte del avituallamiento. Cruzando polvorientos caminos, cerca del medio día estábamos ya en los limites de un gran desierto pedregoso que nos separaba de la aún lejana cadena montañosa. Era última oportunidad que teníamos para dar marcha atrás, pero la decisión fue seguir.
El quemante sol y los cuarenta grados de calor a la sombra se convirtieron en nuestros principales obstáculos para seguir avanzando. Más adelante se les unirían las piedras resquebrajadas por el intemperismo que al contacto con nuestras zapatillas, a más de una destrozó. Dos horas más tarde empezó el ascenso por una zona de dunas donde tampoco encontrábamos sombra para cobijarnos. Parecía que “El Higuerón” no quería que lo conociéramos. Hacía ya cinco horas del inicio de nuestra aventura.
Las dos últimas horas se convirtieron en una verdadera lucha entre nuestro estado físico versus el propósito por llegar a nuestra meta. Confieso que casi me doy por vencido, pero el entusiasmo juvenil de mis acompañantes me animo a seguir. Luego de siete horas de agotadora travesía llegamos triunfantes a nuestro destino, mis alumnos, el guía y los dos burros. Las quince carpas instaladas en forma de U, en medio del verdor de las lomas, fueron el símbolo de nuestro triunfo.
Esta zona es un relicto, es decir, un ecosistema o área reducida que ha sobrevivido inalterada. Se le conoce como “El Higuerón” por el árbol (ficus urbaniana) que se encuentra al ingreso del sitio, al pie de una cascada, por ahora seca y de un manantial que mis alumnos lo llamaron “de los sapitos” por la cantidad de batracios había en el. En el lugar donde nos instalamos había una nutrida vegetación arbustiva, herbácea y cactácea, proliferando los sapotes cuyas ramas oleaginosas avivaron la fogata. Se nos dijo que mas adentro había
más higuerones y entre ellos una fauna muy variada, destacando los venados, vizcachas, zorros, osos, gatos monteses y burros remontados o salvajes, que viven tranquilos gracias a la lejanía de la “civilización”,
Como es de estilo, al anochecer encendimos la fogata en medio de la soledad. La preparación del arroz a la leña y el pollo frito en una “olla común” difícilmente olvidaremos. Tampoco los juegos y los consiguientes castigos. Lejos de toda contaminación urbana, estábamos convencidos que, por el bien de nuestro futuro turístico debemos mantener la naturaleza muy bien conservada para que se la pueda rentabilizar incluyendo como parte de ella al elemento hum
ano. Propongo que la acción más inmediata sea declarar al lugar Área de Conservación Ambiental, tarea que debe cumplir el gobierno municipal ascopano.
A la mañana siguiente, levantamos el campamento e iniciamos el retorno reconfortados de haber llegado a un lugar al que casi nadie ha llegado. El avistamiento de algunos venados, vizcachas y zorros fue la comprobación de que estos animalitos del Señor no tienen temor a los seres humanos pues “felizmente” no nos conocen. Esta etapa duró cinco horas
y, pese a que nuestra carga era más ligera, nuevamente el sol se empecinó en no dejarnos avanzar y la falta de agua contribuyó también con la dificultad para caminar más aprisa.
Al final de la jornada, ya en casa descansando mis cincuenta y cinco años, aliviándome de los dolores musculares y esperando que cicatricen las ampollas de mis pies, me reafirmo en lo que alguna vez dije: “Amo mucho la naturaleza, en ella hay toda una vida, una enseñanza y una energía que los humanos estamos perdiendo”. Espero que mis alumnos que me acompañaron en esta aventura sientan lo mismo.
Esta zona es un relicto, es decir, un ecosistema o área reducida que ha sobrevivido inalterada. Se le conoce como “El Higuerón” por el árbol (ficus urbaniana) que se encuentra al ingreso del sitio, al pie de una cascada, por ahora seca y de un manantial que mis alumnos lo llamaron “de los sapitos” por la cantidad de batracios había en el. En el lugar donde nos instalamos había una nutrida vegetación arbustiva, herbácea y cactácea, proliferando los sapotes cuyas ramas oleaginosas avivaron la fogata. Se nos dijo que mas adentro había
más higuerones y entre ellos una fauna muy variada, destacando los venados, vizcachas, zorros, osos, gatos monteses y burros remontados o salvajes, que viven tranquilos gracias a la lejanía de la “civilización”,Como es de estilo, al anochecer encendimos la fogata en medio de la soledad. La preparación del arroz a la leña y el pollo frito en una “olla común” difícilmente olvidaremos. Tampoco los juegos y los consiguientes castigos. Lejos de toda contaminación urbana, estábamos convencidos que, por el bien de nuestro futuro turístico debemos mantener la naturaleza muy bien conservada para que se la pueda rentabilizar incluyendo como parte de ella al elemento hum
ano. Propongo que la acción más inmediata sea declarar al lugar Área de Conservación Ambiental, tarea que debe cumplir el gobierno municipal ascopano.A la mañana siguiente, levantamos el campamento e iniciamos el retorno reconfortados de haber llegado a un lugar al que casi nadie ha llegado. El avistamiento de algunos venados, vizcachas y zorros fue la comprobación de que estos animalitos del Señor no tienen temor a los seres humanos pues “felizmente” no nos conocen. Esta etapa duró cinco horas
y, pese a que nuestra carga era más ligera, nuevamente el sol se empecinó en no dejarnos avanzar y la falta de agua contribuyó también con la dificultad para caminar más aprisa.Al final de la jornada, ya en casa descansando mis cincuenta y cinco años, aliviándome de los dolores musculares y esperando que cicatricen las ampollas de mis pies, me reafirmo en lo que alguna vez dije: “Amo mucho la naturaleza, en ella hay toda una vida, una enseñanza y una energía que los humanos estamos perdiendo”. Espero que mis alumnos que me acompañaron en esta aventura sientan lo mismo.
1 comentarios:
señor la Riva lei su articulo en el domicaal del diario la industria.
muy revelador de sitios que se pueden llamara inhospitos. pero usted los da a conocer.
que sigan los exitos.
atte.
Lic. Víctor Guzmán
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