Por: Guido Sánchez Santur.
http://rutadelzahir.blogspot.com/
El 29 de julio es una fecha muy especial para los huamachuquinos, como lo fue para sus ancestros, hace 500 años en tributo a su dios Atagujo. Este día, desde las 7 de la mañana los campesinos a enrumbaron a Wiracochapampa, siguiendo un empinado, estrecho y accidentado camino que los llevaba hasta Payamarca. Ahí estaba el tronco de 43 metros de largo en el que horas más tarde izarían el tradicional gallardete que marca el inicio de la celebración de la fiesta en homenaje a la Virgen de la Alta Gracia.
Cuando el reloj marcaba las 8:30 de la mañana un catequista bendijo el madero, previamente todos se santiguaron y rezaron un Padre Nuestro, seguidamente se esparció el agua bendita.
Enseguida amarraron los travesaños y yugos, y cruzaron un grueso cable en la pestaña que abrieron, con un hacha, en la base del tronco para facilitar la tracción de los jaladores.
Entonces todo estaba listo para iniciar la travesía. Primero lo empujaron hacia abajo, a un riachuelo, nada difícil; luego había que sacarlo por una enorme cuesta. A simple vista parecía imposible, pero cinco horas después estaban vencidos todos los obstáculos: el árbol estaba en la misma plaza listo para ser pintado con los colores patrios: rojo y blanco, a fin de que combine con el gallardete.
Tras esta hazaña no me queda la menor duda de la grandeza y el ingenio de de las civilizaciones ancestrales peruanas. Ahora entiendo e imagino cómo los moches, los chimús, los chachapoyas, los incas, huamachucos y otros plasmaron encomiables obras gracias al trabajo comunitario, un legado que ahora admiramos con escepticismo, y la enseñanza de que la unión lo puede todo.
“Ahí viene la serpiente” “Cuiden el alimento” “Dónde está la chicha” “traigan la coca”, entre otras son las frases que los más de 3 mil campesinos repetían una y otra vez a lo largo del trayecto, y que a pesar del enorme esfuerzo, los empujones y las caídas, este trajín era una fiesta, un jolgorio. Todos reían y carcajeaban mientras ponían toda su fuerza al jalar las sogas o empujar los travesaños.
Esta alegría cobraba vida con la música folklórica de Los Chirocos, con su flauta y caja, que no cesaban de tocar; al igual que Los Shalpirejos (haraposos) con su quena, wiro y caja; y de vez en vez los cohetes que tronaban en el aire nos hacían recordar que la fiesta estaba a punto de comenzar. Por eso, mientras unos trabajaban, otros se daban tiempo para zapatear un huaino, olvidando el cansancio y el calor.
Sin embargo, las energías también las reponían con la chicha de jora fuerte (de 15 o más días de fermentación) y la hoja coca que chacchaba, aderezando el bolo con la cal.
Una vez que el tronco estuvo en la Plaza de Armas, terminó la primera parte del ritual. Faltaba, quizá, lo más importante y emocionante: izar el gallardete, pero antes había que almorzar: la municipalidad provincial de Sánchez Carrión ofreció alimentos para las más de 3 mil personas participantes en esta ceremonia.
EL GALLARDETE
Mientras los campesinos almorzaban y restituían sus fuerza, los donantes Carmen Franco y Alfredo Cuba, entregaban el gallardete a los padrinos y éstos al presidente del comité de fiesta y alcalde provincial, Carlos Loyola Márquez.
El la ceremonia hubo varios invitados, entre ellos el historiador, Jhon Tópic, uno de los principales estudiosos del pasado huamachuquino, cuyos aportes han permitido entender la trascendencia de esta cultura que dejó su mejor legado arquitectónico en la fortaleza de Markawamachuco.
El gallardete de este año tiene los colores característicos (rojo y blanco) en líneas verticales, rodeado de flecos dorados y adornado con dos orlas. Sus medidas son de 23 metros de largo y metro y medio de ancho.
Después de ser paseado por las autoridades e invitados, alrededor de la Plaza de Armas, el estandarte fue amarrado al grueso tronco, y utilizando cables, sogas, puntales y horquetas (tijeras) se inició el izamiento, sólo con la fuerza humana. Entre gritos, llamados de atención, hurras, música y baile, hora y media después el bicolor flameó en lo alto, con ese fondo azul del cielo huamachuquino.
Así terminó este ritual fálico o de la fertilidad, según Jhon Tópic, quien asegura que hay evidencias históricas de que esta ceremonia se escenifica desde hace 500 años y que es la única en el Perú. Así comenzó la celebración en honor a la santísima Virgen de la Alta Gracia con música, chicha y cerveza en la Plaza de Armas.
EL DATO
Esta fiesta se celebra en la ciudad de Huamachuco (provincia de Sánchez Carrión), en la región La Libertad, en la sierra norte del Perú. Con la parada del gallardete se inician los festejos que se prolongan hasta el 30 de agosto, pero los días centrales son el 14 y 15, cuando se escenifica la multitudinaria procesión de la Virgen de la Alta Gracia.
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Esta es una tradición que se remonta a 500 años atrás y que se realizaba en homenaje al dios Atagujo, adorado por los huamachucos, como tributo a la fertilidad y en agradecimiento por las buenas cosechas.
El 29 de julio es una fecha muy especial para los huamachuquinos, como lo fue para sus ancestros, hace 500 años en tributo a su dios Atagujo. Este día, desde las 7 de la mañana los campesinos a enrumbaron a Wiracochapampa, siguiendo un empinado, estrecho y accidentado camino que los llevaba hasta Payamarca. Ahí estaba el tronco de 43 metros de largo en el que horas más tarde izarían el tradicional gallardete que marca el inicio de la celebración de la fiesta en homenaje a la Virgen de la Alta Gracia.
Cuando el reloj marcaba las 8:30 de la mañana un catequista bendijo el madero, previamente todos se santiguaron y rezaron un Padre Nuestro, seguidamente se esparció el agua bendita.
Enseguida amarraron los travesaños y yugos, y cruzaron un grueso cable en la pestaña que abrieron, con un hacha, en la base del tronco para facilitar la tracción de los jaladores.
Entonces todo estaba listo para iniciar la travesía. Primero lo empujaron hacia abajo, a un riachuelo, nada difícil; luego había que sacarlo por una enorme cuesta. A simple vista parecía imposible, pero cinco horas después estaban vencidos todos los obstáculos: el árbol estaba en la misma plaza listo para ser pintado con los colores patrios: rojo y blanco, a fin de que combine con el gallardete.
Tras esta hazaña no me queda la menor duda de la grandeza y el ingenio de de las civilizaciones ancestrales peruanas. Ahora entiendo e imagino cómo los moches, los chimús, los chachapoyas, los incas, huamachucos y otros plasmaron encomiables obras gracias al trabajo comunitario, un legado que ahora admiramos con escepticismo, y la enseñanza de que la unión lo puede todo.
“Ahí viene la serpiente” “Cuiden el alimento” “Dónde está la chicha” “traigan la coca”, entre otras son las frases que los más de 3 mil campesinos repetían una y otra vez a lo largo del trayecto, y que a pesar del enorme esfuerzo, los empujones y las caídas, este trajín era una fiesta, un jolgorio. Todos reían y carcajeaban mientras ponían toda su fuerza al jalar las sogas o empujar los travesaños.
Esta alegría cobraba vida con la música folklórica de Los Chirocos, con su flauta y caja, que no cesaban de tocar; al igual que Los Shalpirejos (haraposos) con su quena, wiro y caja; y de vez en vez los cohetes que tronaban en el aire nos hacían recordar que la fiesta estaba a punto de comenzar. Por eso, mientras unos trabajaban, otros se daban tiempo para zapatear un huaino, olvidando el cansancio y el calor.
Sin embargo, las energías también las reponían con la chicha de jora fuerte (de 15 o más días de fermentación) y la hoja coca que chacchaba, aderezando el bolo con la cal.
Una vez que el tronco estuvo en la Plaza de Armas, terminó la primera parte del ritual. Faltaba, quizá, lo más importante y emocionante: izar el gallardete, pero antes había que almorzar: la municipalidad provincial de Sánchez Carrión ofreció alimentos para las más de 3 mil personas participantes en esta ceremonia.
EL GALLARDETE
Mientras los campesinos almorzaban y restituían sus fuerza, los donantes Carmen Franco y Alfredo Cuba, entregaban el gallardete a los padrinos y éstos al presidente del comité de fiesta y alcalde provincial, Carlos Loyola Márquez.
El la ceremonia hubo varios invitados, entre ellos el historiador, Jhon Tópic, uno de los principales estudiosos del pasado huamachuquino, cuyos aportes han permitido entender la trascendencia de esta cultura que dejó su mejor legado arquitectónico en la fortaleza de Markawamachuco.
El gallardete de este año tiene los colores característicos (rojo y blanco) en líneas verticales, rodeado de flecos dorados y adornado con dos orlas. Sus medidas son de 23 metros de largo y metro y medio de ancho.
Después de ser paseado por las autoridades e invitados, alrededor de la Plaza de Armas, el estandarte fue amarrado al grueso tronco, y utilizando cables, sogas, puntales y horquetas (tijeras) se inició el izamiento, sólo con la fuerza humana. Entre gritos, llamados de atención, hurras, música y baile, hora y media después el bicolor flameó en lo alto, con ese fondo azul del cielo huamachuquino.
Así terminó este ritual fálico o de la fertilidad, según Jhon Tópic, quien asegura que hay evidencias históricas de que esta ceremonia se escenifica desde hace 500 años y que es la única en el Perú. Así comenzó la celebración en honor a la santísima Virgen de la Alta Gracia con música, chicha y cerveza en la Plaza de Armas.
EL DATO
Esta fiesta se celebra en la ciudad de Huamachuco (provincia de Sánchez Carrión), en la región La Libertad, en la sierra norte del Perú. Con la parada del gallardete se inician los festejos que se prolongan hasta el 30 de agosto, pero los días centrales son el 14 y 15, cuando se escenifica la multitudinaria procesión de la Virgen de la Alta Gracia.
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