Conocí a Rosina Valcarcel hace algunos años, en Lima, ya era una gran poeta, y es una gran mujer, por esas cosas del destino, nos ha llegado estos “recuerdos”, de ella a través del correo electrónico, enviados por refugioriogrande@aol.com. Ni más ni menos que de Luis Felipe de la Puente Uceda, narra sus vivencias en el destierro, y de la parte humana de uno de los grandes luchadores sociales que tuvo el Perú. Con mucho gusto lo compartimos con ustedes
Trujillo di?
LUIS DE LA PUENTE UCEDA: Hay que conocer nuestras raíces
En 1953 al ser amenazado por la CIA, Jacobo Arbenz, el popular presidente de Guatemala, nosotros partimos de Guatemala.
Con otro brío y un cúmulo de vivencias, volvimos a México.
En pleno vuelo papá le pregunta a un joven de voz familiar:
-¿Usted, podría decirnos de qué país es?
Raudo el muchacho respondió: -Del Perú, estuve prisionero y me han exiliado a la Tierra de Cuauhtemoc, tengo dos cartas, una para Gustavo Valcárcel y otra para Guillermo Carnero Hoke.
Lo recuerdo esbelto y sonriente, entonces era muy pequeña.
Nos esperaba en el aeropuerto el tío Willy, hermano de mamá para reconstruir el hogar en el D.F. de México, bajo el destierro al que nos había condenado Manuel A. Odría.
México, pueblo hermano con lluvias reales y lindas rancheras, donde la luz de Violeta multiplicaba el frejol y las tortillas.
Yo aprendí amar al tío Lucho al atardecer cuando narraba cuentos y exaltaba el esplendor y sabiduría de los incas.
Nos decía: -Sobrinos queridos, en el Perú brota el maíz de oro, en nuestro territorio nace la quinua de plata.
Y altivo nos enseñó a tararear el himno patrio.
En nuestro mundo subterráneo los días sábados había estrellas. Gustavo derrochaba los pesos y con el norteño cocinaban muy bien. Mientras Juan Gonzalo sacaba un cajón y a dúo cantaban valses: -"Déjame que te cuente limeña…" (Qué voz la de Lucho y qué talento el de Rose). Los vates bebían tequila o ron cubano, el Güero prefería un vaso de pulque o Coka Kola.
Y después enamoraba a Violetita Trías, la hija de Lochita.
Los viernes y domingos, clandestino iba a misa y comulgaba.
Una mañanita me susurró: Cada hoja de cada arbusto es una señal. Debemos abrigar a los oprimidos. Y de su bolsillo sacó una piedra en forma de caracol y la puso en mi oído: -¿Escuchas su corazón?
La senda agrisada no pudo matarla. Llévala contigo mientras puedas. Algún día será tu talismán, alma de cuarzo o el sonido de mis pasos.
Hoy, en medio de la melancolía, hallo una frase de Jean Paul Sartre: "Tienen ustedes razón de creer en Luis de la Puente Uceda, porque ese tipo de hombres suelen cambiar la historia".
Rosina Valcárcel, Lima, 2009.
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