miércoles, 2 de septiembre de 2009

Llapa en el mes de agosto

CANTARES DE MUJER

Por: Isabel Barrantes Zurita
isarrobles@yahoo.es

Aún la cascada de luces, de miles de ellas deshaciéndose en la Plaza de Armas del pueblito nos queda en el olfato de los llapinos, que nacieron en esa tierra y en el de los que no naciendo allí, heredamos el cariño a ella, de nuestros padres. ¡Qué delicia el olor de los paisajes, regalo para los cinco sentidos, para el cuerpo y para el alma. Cada mes de agosto, volvemos, muchos de ellos como triunfadores empresarios, distribuidos en distintas partes, también los no exitosos, los campesinos de las alturas. Necesitamos implorarle a nuestro Nazareno Cautivo su perdón y la bendición anhelada para nuestros hijos, nietos. Si ya no tienes allí familia, las cosas se te ponen difíciles, sólo miramos la fiesta, los fuegos artificiales, los bailes, la Sesión Solemne y rezar con esa fe de nuestros adentros. Cada uno goza la festividad de Agosto a su manera y por lo tanto pasamos de largo las dificultades.
Nuestro ser baila, de todas maneras, aunque sea en la imaginación. Cómo no hacerlo con esas bandas ofrecidas por sus devotos, llenando cerros y pampas de esa música que nos alegra hasta el último hueso de la espina dorsal. El albazo, con cohetes, avellanas, banda de músicos te levanta entre sueños, tocando yaravíes, pasillos, marineras, tristes, huaynos, entonces, los días se encienden en candela recién prendida.
Va despertándose el pueblo y sus gentes, propias y visitantes. Los fogones, al paso, de las chinganas, desde la madrugada apuran las grandes ollas de tierra y aluminio, preparando caldos de cabeza, de menudencias, de carne o de gallina, con el infaltable mote, desayuno que todos saboreamos.
Para el almuerzo arroz de trigo, ajiaco y su retazo de cuy, cinco o seis chicharrones, un guiso de carne o de la gallina.
Para la tarde tamales o la comida que sobró de las doce, asentados con cerveza, aguardiente, algún wisky de los pudientes o esos inolvidables calientitos que se ofrecen mientras las bandas de músicos, los jóvenes y visitantes hacen de las suyas en danzas y risas estrepitosas. El día 28, es el Día Central de “Nuestro Cautivito”, nos arrepentimos de los excesos de la comida, del baile o la bebida y, con las mejores galas posibles, unas más relucientes que otras, nos vamos al templo para estar con ese Nazareno Cautivo que nos vio nacer. El Cautivito se pone contento, se viste también de gala y me parece, que hasta le dan ganas de bailar y comerse unos chicharroncitos de la picantería de la esquina; así, subir contento en su procesión hasta los cinco arcos desde donde mira la vastedad del paisaje y las casitas peculiares del distrito de Llapa, recordando a la Gloriosa Columna Llapa que combatió en San Pablo.
Por esa cuesta desfilan los símbolos cristianos, los balcones con sus arreglos de morados y blancos tintes, destacan las bellas colchas tejidas con amor para el Señor y su Madre.
En hombros de sus fieles, los varones con el Cautivito, las mujeres con la Virgen Dolorosa. No sé por qué en la procesión no se logra calmar la tristísima mirada de la Virgen Dolorosa, sentimos caer sus lágrimas, como duras perlas, esa angustia de comprobar que hay pobres y ricos, los que tienen y los que no tienen, los que perfilan sus metas estratégicas claramente y los que tienen apenas una meta para el día.
Luego de la procesión, los banquetes en la casa familiar, donde unas cuántas mujeres hacen malabares para hacer alcanzar la comida a los tantísimos visitantes de la casa. Pasado el 28 la gente que puede compra sus abonos para las tardes de toros, otros miran de las alturas. No sé puede faltar a los toros, es parte fundamental de la fiesta.

¡Cuándo será la fiesta de pueblo que no acabe con una o dos orejas en manos del matador! que sólo causa la muerte a los pobres toros de lidia. Luego de ellas y con el algodoncito con las Huellas del Señor Nazareno Cautivo, nos vamos despidiendo de El. Le suplicamos, le rogamos, le lloramos, le rezamos y le pedimos infaltable bendición para los nuestros. Encendemos cirios o velitas, según la condición. Mientras los negociantes que duermen en las veredas heladas, junto al fogón, abrigando con ansias vender lo que más se pueda y comprar lo que hace falta, ganarse el pan de muchos días venideros, también preparan el regreso guardando lo que queda, entre sobras de ceniza, oliendo a aceite requemado, grasas y tiznes, recogen sus sueños en pleno suelo y se disponen a partir hasta el otro año.
Los viajeros visitantes se despiden, queriendo alargar los días, más la vida sigue tejiendo impasible los siete colores, entre el tiempo y el viento de la existencia.
Cajamarca, 31 de agosto del 2009

1 comentarios:

Anónimo dijo...

FELICIDADES ISABEL, HACE 36 AÑOS QUE NO VISITO LLAPA, MERCED A TU ARTÍCULO, ME HE TRANSPORTADO, Y PALABRA POR PALABRA HE VIVIDO INTESAMENTE LA ALEGRÍA INMENSA DE "VIVIR EN LLAPA".
ETERNAMENTE AGRADECIDO, GRACIAS ISABEL.
SALUDOS
WILMER