
Director del Diario La Razón
Esta noche, más de 1,100 millones de católicos en todo el mundo recordarán el nacimiento de quien para los creyentes es símbolo de la luz que vence las tinieblas y la muerte. El simbolismo se prolonga en las luces que se multiplican en casas y calles, aunque tras ellas se difumina un tema que por estas fechas suele debatirse: la Navidad es un tiempo difícil para los católicos que quieren vivirla como tales, porque el peso mediático del consumismo es inmenso.
La simplicidad del pesebre contrasta con esa imagen que proponen de modo insistente los mensajes publicitarios. También la bonita tradición de intercambiar regalos entre familiares y amigos corre el riesgo de perder su auténtico significado en medio de esa mentalidad consumista.
En numerosas ocasiones, Benedicto XVI ha expresado su desazón por este fenómeno de la pérdida del sentido profundamente religioso que para los cristianos y para Occidente debiera tener este tiempo. La humildad perece en medio de compras frenéticas y se olvida la razón verdadera de la conmemoración y la celebración.
El Sumo Pontífice lo atribuye al efecto del predominio secular, que provoca inseguridad por el futuro, la que se trata de atenuar adquiriendo y regalando objetos. “El gran problema del hombre contemporáneo es que intenta responder a los problemas de su vida sin contar con Dios”, ha señalado en alguna ocasión. Quizá por ello, el Papa modificó la fórmula de la Consagración durante la misa católica, de modo que se diga que Jesús derramó su sangre “por muchos” hombres en vez de por “todos”. Una manera de enfatizar que la salvación no ocurre de manera automática, depende de la voluntad individual de ser signo de luz en un mundo acechado por tinieblas.
Ese es el reto que plantea el Pontífice a su grey en esta Navidad: que cada creyente viva la fecha con el compromiso personal de contribuir a la salvación, la justicia y la paz que quiso instaurar el niño que nació hace poco más de dos mil años.
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