viernes, 29 de enero de 2010

Marinera: “Entre el pañuelo y el sombrero…”

(La Industria) El homenaje de la historia – arte grave y a la vez ciencia ingenua- no podía faltar entre las múltiples celebraciones que se rinden a la Marinera, baile emblemático de la nación.
Casualmente, en el espectro de las variadas reseñas y sesudas glosas a la cueca, zamba o como se quiera, faltaba un compilado que no sólo mostrara su tránsito vital sino que a la vez transporte al presente esa riquísima experiencia sucedida entre el pañuelo y el sombrero.
Entre la danza y el ensueño, también vale decir, transcurrieron cincuenta años de concursos para volverlos, como el tiempo amigable al vino, en tradición siempre nueva, viva y fresca. Tan pronto el zapateo anuncia su redoble cuando a él convergen el son y el verso creando esta fantástica mixtura que invocamos en los febriles días del fin de enero.
“Entre el Pañuelo y el Sombrero, Cincuenta años del Concurso Nacional de Marinera ” es el título de esta novela de amor entre la danza y el pueblo, la danza y el danzante, entre el danzante y la identidad última de nuestra gente, reflejando ciertamente esa peculiar idiosincrasia, el coqueteo y el bravío aplauso de los miles de espectadores que año tras año acuden al Coliseo Gran Chimú, de pronto convertido en templo de etéreas deidades.

El libro
“Entre el Pañuelo y el Sombrero…”, invaluable registro de 220 páginas, se presentó en los ambientes del Salón Chalán del Hotel Libertador. “Había necesidad de poseer un documento y una historia gráfica de los Concursos de Marinera porque son muchos los años de tradición y orgullo”, declaró Adriana Doig de Manucci, anfitriona del evento, para quien este libro “constituye un precedente de gran envergadura y ambición”.
En la mesa de honor estuvieron Fernando Burméster Landauro, presidente del Club Libertad, Gonzalo García -Rosell, gerente de la editorial Elefant, responsable de esta publicación; Egilda Mecq de Santamaría, jurado del Concurso Nacional de Marinera y Claudia Montesinos, administradora del Hotel Libertador.
El recinto lucía abarrotado de distintas personalidades relacionadas a la danza o al Certamen de Marinera. Tampoco faltaron los impredecibles pendolistas, los flashes, las preguntas y este modesto redactor que sintió revelársele a cada segundo el sonido recóndito del corazón, el nuestro, inevitablemente humano. Quizá por eso venían a mi mente estas solitarias y vallejianas rimas:
Brusca vuelta a la realidad. “La marinera trasciende los pasos de baile para enseñarnos a través de ellos y sus otros signos el arte del enamoramiento. Eso es lo que debería apreciarse de esta danza”, comentó Egilda Mecq de Santamaría. “Este documento es sencillamente impecable”, sentenció al fin de su participación. Con resbalosa y fuga.
Habría que darle la razón al prólogo escrito por Susana Baca en el que afirma que la Marinera es un baile de libertad y un punto de convergencia. Digamos que posee el perfil mismo de los huracanes o de la muerte que a todos nos arrastran hacia fueros comunes. A su vez, luce la virtud del coqueteo que tan pronto obtiene como abandona. Como todo lo conflictivo, la Marinera se resume en colisión centrípeta de energías vitales.
Este carácter dionisíaco, este entramado de pasiones no resueltas, de carnales atavismos y ligeras sonrisas convierte a cada concurso anual de Marinera en una suerte de lid en que los danzantes se miden entre sí y donde un abrazo esconde una ausencia y la ausencia un ansia. El público lo sabe mejor que nadie y por eso reclina el espíritu durante los siete días de esta pícara pascua.
Por. José Luna Muñoz

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