Al menos uno de cada cinco afectados por el terrremoto padece de algún problema emocional.
(Perú 21) Los golpeados cuerpos pueden estar sanando, pero las mentes aún enfrentan sus propios fantasmas. Aproximadamente uno de cada cinco afectados por el terremoto de Haití padecen un trauma tan grande tras la pérdida de viviendas, empleos y seres queridos que no podrán salir adelante sin ayuda psicológica profesional, señalaron algunos médicos.
En un país donde los servicios de salud mental apenas existían antes del terremoto, el darle forma al apoyo necesario representa un enorme desafío. Los síntomas no pueden diagnosticarse con estetoscopios, exámenes de sangre ni radiografías, y pueden demorar en manifestarse tras la conmoción inicial por las tragedias sufridas.
“No se trata de asesoría psicológica inmediata”, dijo la doctora Lynne Jones, asesora médica del Cuerpo Médico Internacional. “Se trata de proporcionar asistencia en el duelo. La gente no puede recuperarse si sus necesidades sociales no son satisfechas”.
Jones, una veterana que ha prestado ayuda en desastres naturales y guerras desde Bosnia hasta Indonesia, le está enseñando a los doctores que asisten a los damnificados cómo identificar el “miedo que incapacita” y, literalmente, a tomar a las personas de las manos y escucharlas.
Hugo Emmanuel es uno de los miles de los que no se habla en los medios de comunicación y que los médicos dicen han perdido la capacidad para hacerle frente a la desgracia. “¡Aléjate! No quiero que me toques”, le dice con agresividad a una enfermera estadounidense que sólo quiere lavarle su pierna destrozada.
Emmanuel, de 49 años, es un hombre con estudios, de miembros delgados y espíritu voluble que yace sobre un colchón en el piso de la pequeña cocina del Hospital Espoir en las colinas que se alzan en el este de la capital. La semana pasada se arrancó el yeso que le cubría la pierna. Durante días después de que llegó hace dos semanas, sólo permitió que lo alimentara el director del hospital, pues consideraba que todos los demás intentaban envenenarlo.
“Estaba como en una especie de coma”, dijo Emmanuel en un correcto francés que refleja su experiencia como investigador de la Universidad Quisqueya. “Cada vez que pienso en haber perdido a mi familia, enloquezco”. Rápidamente se corrige. “No estoy loco. Sólo creo que padezco una conmoción psicológica”, afirmó.
(Perú 21) Los golpeados cuerpos pueden estar sanando, pero las mentes aún enfrentan sus propios fantasmas. Aproximadamente uno de cada cinco afectados por el terremoto de Haití padecen un trauma tan grande tras la pérdida de viviendas, empleos y seres queridos que no podrán salir adelante sin ayuda psicológica profesional, señalaron algunos médicos.
En un país donde los servicios de salud mental apenas existían antes del terremoto, el darle forma al apoyo necesario representa un enorme desafío. Los síntomas no pueden diagnosticarse con estetoscopios, exámenes de sangre ni radiografías, y pueden demorar en manifestarse tras la conmoción inicial por las tragedias sufridas.
“No se trata de asesoría psicológica inmediata”, dijo la doctora Lynne Jones, asesora médica del Cuerpo Médico Internacional. “Se trata de proporcionar asistencia en el duelo. La gente no puede recuperarse si sus necesidades sociales no son satisfechas”.
Jones, una veterana que ha prestado ayuda en desastres naturales y guerras desde Bosnia hasta Indonesia, le está enseñando a los doctores que asisten a los damnificados cómo identificar el “miedo que incapacita” y, literalmente, a tomar a las personas de las manos y escucharlas.
Hugo Emmanuel es uno de los miles de los que no se habla en los medios de comunicación y que los médicos dicen han perdido la capacidad para hacerle frente a la desgracia. “¡Aléjate! No quiero que me toques”, le dice con agresividad a una enfermera estadounidense que sólo quiere lavarle su pierna destrozada.
Emmanuel, de 49 años, es un hombre con estudios, de miembros delgados y espíritu voluble que yace sobre un colchón en el piso de la pequeña cocina del Hospital Espoir en las colinas que se alzan en el este de la capital. La semana pasada se arrancó el yeso que le cubría la pierna. Durante días después de que llegó hace dos semanas, sólo permitió que lo alimentara el director del hospital, pues consideraba que todos los demás intentaban envenenarlo.
“Estaba como en una especie de coma”, dijo Emmanuel en un correcto francés que refleja su experiencia como investigador de la Universidad Quisqueya. “Cada vez que pienso en haber perdido a mi familia, enloquezco”. Rápidamente se corrige. “No estoy loco. Sólo creo que padezco una conmoción psicológica”, afirmó.
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