
Fuente: Mundo Jurídico
Darla es una niña que conocí hace algunos días, por esos azares fortuitos del destino gracias a los cuales aprendemos a valorar lo que tenemos y a reflexionar sobre la cruda realidad de los más pobres de nuestro país.
Iba en un taxi y ví una muy grotesca pelea callejera. Me llamo la atención pues la protagonizaban dos pequeñas niñas, la mayor de ellas golpeaba a la otra con mucha dureza.
Pero los golpes no solo eran en el cuerpo, también le propinaba insultos y groserías adoleciendo su pobre corazón, sus palabras sonaban a resentimiento, a cólera guardada con dolor. Pensé que se trataba de los típicos celos entre niños, realmente qué lejos de la realidad me encontraba.
Bajé del taxi y por ese instinto maternal que tenemos las mujeres traté de calmarlas, la niña mayor era reacia a mi, me miró con mucha desconfianza (y con toda razón, en la actualidad no se puede confiar en nadie); en cambio, la más pequeña se abrazó a mi pecho, en un abrazo que parecía no tener fin. Pude comprender entonces que los niños no son como los adultos, que frenan afectos a veces por miedo a ser rechazados, ellos simplemente sienten y actúan por que su corazón es sincero, dulce y transparente.
Luego de calmarla, le pregunté por su nombre
Mi nombre es Darla, me dijo, y se echo a llorar. Dejé que se desahogue un buen rato.
La hermana mayor, la cual se había convertido en la agresora de esta historia, estaba sobrecogida en la pared unos metros lejos de nosotras. Me miraba recelosa, sin saber qué hacer, tal vez por miedo a ser reprendida.
La modesta experiencia que tengo sobre niños, me decía que la única manera de solucionar el problema era hablando con mucho amor a las dos porque “la mala conducta no es nacida, es aprendida”.
Me acerqué a Rosita, la hermana mayor, que no quería hablarme, pero cuando la abracé se echó a llorar desesperadamente. “Estoy cansada”, me decía…
Entonces, Darla, que había sido la agredida me contestó con esta reflexión que perdurará en mi corazón todo el resto de mi vida, y que relato a continuación con sus propias palabras:
“Ya no llores hermanita… Señorita, no le vaya a resondrar, yo tengo la culpa es que siempre la estorbo, no le dejo hacer su trabajo. Ella tiene que ir siempre detrás del triciclo, recogiendo plástico, pero yo siempre me quedo atrás; entonces no cumple su trabajo por cuidarme, para que no me pierda. Mi papá, siempre le echa la culpa de que me atrase en el camino y le dice que no trabaja, y siempre por eso la golpea... Mi pierna no sirve, mi familia dice que es una maldición tener a una coja. Mi hermana es la única que me saca a la calle, por que ella en las noches me escucha llorar, yo quiero tener mi piernita sana para poder jugar la liga y con la pelota… ¡¡¡Soy una burra!!!!.
“Cuando ya no puedo caminar, me jala o me lleva cargada en sus hombros; ahora no tuvo fuerzas porque no desayunó. Cuando me levanto nos quedamos sentadas en el suelo y ella me limpiaba mi pie porque estaba con ampollas y me dolía mucho, estábamos distraídas y cuando nos dimos cuenta el triciclo y mi mamá, ya no estaba, nos perdimos. Ahora en la casa la golpearán porque no recogimos suficientes botellas y pasará el tiempo...”.
Dirigiéndome a Rosa, la hermana mayor, pregunte:
-Darla, ¿nació así?
Levantando su carita sucia y llorosa, me dijo:
-Hace un año, Darla estaba recogiendo la pelota, porque las dos estábamos jugando, cuando una camioneta la revolcó y la tiro por el aire; luego el chofer borracho se dio a la fuga, sin recoger ni siquiera el cuerpo desmayado de mi hermana. Mi mamá la llevo al hospital, pero el SISTEMA (Seguro Integral de Salud) no cubría toda la medicina; necesitábamos mucho dinero para las operaciones, algunas personas nos ayudaron para que no perdiera su pierna, pero se quedó cojita para siempre…”.
Yo la golpeé, me dijo Rosita, porque no quiero que sea débil. Ella no debe llorar, así le duela debe caminar, así sea arrastrando, debe seguir porque tenemos que trabajar para la comida.
Me di cuenta entonces, que esta es la cara fría de la pobreza y la miseria de nuestro país, muchos de estos niños maduran desde muy pequeños y son víctimas muchas veces de su mismos padres que los explotan y los mandan a las calles para que trabajen y generen ingresos para poder comer y subsistir en este mundo, que cada vez tiene que soportar el dolor de ver tanta gente inocente sufrir en las calles, victimas de la violencia e irresponsabilidad de otros.
La niña luego se echó a llorar, me pidió que la lleve a encontrar a su mamá, subí a a las dos niñas en un taxi y buscamos en todos los alrededores sin suerte, nunca la hallamos.
En el camino empecé a contarle a Rosa cómo se siente un niño limitado, qué dolor tan profundo debe sentir en su corazón, al no ser igual que los demás. Le aconsejé que no golpee a su hermana y también le dije que conversaría con sus padres.
Entonces compramos víveres y las llevé a su casa, la cual era la una de las mas altas del Cerro Pesqueda cuando llegamos muchos vecinos me miraron de manera hostil, una señora se me acercó y le conté lo ocurrido.
Pregunté por sus padres, pero me dijeron que llegarían de noche y que la única que podía estar en casa era su hermana mayor, que ya tenía un bebé. Cuando toqué la puerta salió una joven de unos 16 años, con una criatura en brazos. Me agradeció por traer a sus hermanas y me dijo que sus padres no llegarían hasta la noche.
Le hablé del maltrato y la explotación a menores, le expliqué que es ilegal y le roge para que converse con sus padres, luego de tratar de hacerla reflexionar sobre la situación de sus hermanas, me despedí de Darla agradeciendo infinitamente a Dios por esta enseñanza y haciendo esta pregunta:
¿Cuántas Darlas hay en el Perú?
Perdemos en accidentes, gente valiosa que tiene derecho a vivir y no tienen la culpa que un cobarde inadaptado use como escudo una botella para sentirse importante.
Al romper sus piernas, su columna, sus brazos también destruye sus sueños, sus esperanzas, su corazón…y muchas veces su vida
A veces nos pasamos la vida diciendo que el Perú está fregado, pero no dudamos en romper las reglas, queremos que cambie pero hacemos nuestra propia ley en la autopista.
Mi eterno respeto para esa gente que llevando el dolor no se da por vencida que a pesar que el futuro le es incierto, lucha cada día, demostrando que hay que seguir caminando y a pesar de ser golpeadas con dureza tienen el sentimiento noble de perdonar a esta sociedad tan corrupta y violenta.
Para gente valiente como Darla, no importa la cantidad de golpes que nos de la vida sino la manera como afrontarlos.
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