
carmencolombia@hotmail.com
Estimado Sr. León:
Nuevamente me comunico con Ud. para compartirle algunas de mis inquietudes respecto a su artículo. Ya desde el título: “Lectura: ¿placer o tortura?” me he sentido atraída por su contenido, no en vano soy docente que imparto cursos, talleres, etc. de promoción de la lectura.
Es un hecho común que llegando el mes de abril, con la celebración del Día del Libro, las ferias, publicaciones, promociones editoriales, visitas de escritores, etc., aparecen en los medios de comunicación diferentes noticias y artículos… reflexiones, al fin y al cabo, de periodistas, intelectuales y también escritores que defienden la lectura, pero a la par critican cómo se fomenta desde la escuela o lo poco que se lee en nuestro país. Demuestran en ellos su alejamiento de la práctica docente y se guían por las estadísticas y el ranking en cuanto al nº de lectores y el lugar que ocupamos respecto a los países vecinos. (Ejemplo: artículo en El País Semanal, domingo 2 de mayo de 2010 de Rosa Montero, escritora y periodista)
Convengo con Ud. en todos los beneficios que leer comporta. Sin embargo, me gustaría matizar algunos detalles, que parten desde el mismo título de su artículo y también de sus ejemplos posteriores, no sin antes apuntar que ambos estamos de acuerdo en la necesidad de leer, no sólo como instrumento de conocimiento, sino también como medio para desarrollar el espíritu crítico, entre otros.
Me estoy refiriendo concretamente, al hecho de que fomentar la lectura no sólo debe hacerse en la escuela, también en la familia y en otros ámbitos. Bien, en lo que nos concierne a nosotros, los docentes, es cierto que no se lee lo suficiente, que todos debemos leer más y mejor, pues eso contribuye a mejorar permanentemente nuestra formación y nuestra práctica, actualizándola. Pero convencidos de que esto es así, ¿la lectura debe ser siempre y obligatoriamente una actividad agradable para nuestros estudiantes? ¿Debemos presentarla como fuente de disfrute ante el temor de que si no es así, se odie para siempre, como afirman muchos? ¿No estaremos contribuyendo, al hacerlo así, a que nuestro alumnado entienda que el aprendizaje siempre debe ser ameno, divertido… debe causar placer, debe gustar? Porque la realidad nos demuestra que la vida no siempre es juego, disfrute ni lo pasamos bien. Aprender supone esfuerzo, trabajo, descubrimiento. Conseguimos las metas que nos marcamos gracias al empeño y el grado de compromiso que desarrollamos, pero las dificultades u obstáculos son muchos. Vivimos en la sociedad de lo inmediato, de lo fácil, de la sobreprotección de los menores…, donde la exigencia, el rigor y la excelencia parecen disminuir… Quizá convenga recordar cómo hemos accedido cada uno de nosotros al gusto por la lectura, hasta convertirlo en un hábito. Los factores son muy diversos y, seguro, nos hemos iniciado en la lectura en distintos momentos también de nuestras vidas. De ahí, que mi reflexión va por la línea de LECTURA, sí, pero ésta no entendida como placer únicamente.
Ahora bien, tampoco ha de ser una tortura. Este segundo aspecto me lleva a considerar el dilatado debate de si hay que imponer los libros: Lectura obligatoria sí o no. También cabe preguntarse: ¿Qué libros? y ¿Cómo se han de leer? ¿Importa el número?
Me gusta comparar la lectura con una carrera de fondo o por etapas, donde la meta final sea el enriquecimiento personal y colectivo, pues siempre trasciende lo que ésta nos aporta. ¿Alguien se imagina que ese corredor (o caminante) vaya sólo por los lugares que más le gustan, o por donde puede contemplar el panorama más vistoso, sin el necesario avituallamiento? ¿No estará quizá perdiéndose gran parte del recorrido, aquellos puntos donde “como no le obligan” puede no descubrir los referentes de su propia identidad, su cultura u otras y que después, le permitirían conocer, contrastar, formarse su opinión, sus convicciones (véanse los clásicos, la literatura de su comunidad, la universal, etc.)? Creo que no sería lo adecuado y eso no supone coartar la libertad del individuo, sino promover, orientar, en definitiva, enseñar. Es decir, en toda carrera es necesario tener un mapa, un plan, que nos indique o aconseje el mejor camino a seguir.
La labor del profesor consiste en eso: en dar a conocer al alumno el mundo de los libros (algunos le agradarán, otros quizá no), familiarizarlo con la lectura individual y colectiva, enseñar a utilizarlos como fuente de información y documentación, a valorar las opiniones que allí se manifiesten, a hacerlas suyas si así lo considera o a desecharlas por no compartirlas, etc. Es cierto que esto no se ha entendido correctamente por una buena parte ni de los docentes ni de la sociedad. Ahora bien, esta labor ha de ser coherente con los objetivos propuestos, deben sistematizarse las acciones, seleccionar bien las obras, dar lugar también a la opcionalidad y los gustos de los alumnos, utilizar una metodología apropiada para cada edad, pero no olvidarse de que hay que dejar un espacio para que los niños y jóvenes descubran y pongan su esfuerzo en conocer aquellas obras que por su lenguaje, temática, técnica formal… resulten más complejas o incluso áridas. Valorar los libros supone conocer lo bueno y lo malo, lo entretenido y que nos hace sonreír, pero también, lo denso y más riguroso, o lo que está más alejado de nuestro tiempo y que por ello puede resultarles árido, pero no carente de valor. Del Plan Lector de los centros, hablemos en otra ocasión.
Para finalizar, el papel que juega la lectura en quienes tienen la posibilidad de acceder a ella es tan importante que potencia la capacidad de opinar, criticar, adoptar un punto de vista específico ante los problemas que nos presenta la vida, es decir, tener conciencia crítica. Ciertamente, una sociedad que lee es menos manipulable, menos conformista y más madura su ciudadanía, pues asume sus derechos y es capaz de hacerlos prevalecer sobre las injusticias defendiéndolos y/o denunciándolos. Por todo ello es importantísimo que los docentes, las familias y las instituciones demos al libro el puesto relevante que en verdad tiene.
Muchas gracias por su atención. Un abrazo.
Carmen Ortega.
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