sábado, 3 de julio de 2010

LA NONA, EL CHICHO Y TALVEZ YO

POR: LUIS ENRIQUE PLASENCIA

Después de ver “La nona”, de reciente puesta en escena en el Teatro Municipal, tenía unas ganas enormes de ponerme a escribir sin saber por dónde empezar.
He ido repasando mentalmente cada una de las escenas de esta hilarante pero trágica historia y he ido consultando con amigos y conocidos la impresión que tienen acerca de la obra y de sus personajes.
En general, la obra se lleva el adjetivo simple y sin medias tintas: “bacán”. Este apelativo es casi unánime.
En cuanto a los personajes, las reacciones han sido muy heterogéneas. Yo me quedo con la respuesta de una gran amiga y actante del culturoso que hacer trujillano, quien me dijo: ¡Yo quería matar a la nona!. Concuerdo plenamente con ella, aunque habría, antes, que conocer a Chicho.
Chicho, desde mi modesto entender, es el responsable directo de la debacle familiar que tiene como pretexto a la nona. En realidad, si el tal Chicho hubiese ayudado a su hermano a costear los gastos familiares, la situación hubiese sido otra. La nona es, aunque se lo niegue en todos los idiomas, una caricatura de un sistema que discurre sin un rumbo fijo y en un afán extremo por sobrevivir, engañándose a sí mismo y convirtiéndose en generador de su propia destrucción.
Mientras la nona se dedica sólo a comer, Chicho se dedica sólo a tramar acciones que impidan su inminente obligación de trabajar. Es un personaje que tiene en la pereza su mejor aliada para contribuir al deterioro moral y existencial.
Es Chicho quien planea cada uno de los acontecimientos a través de los cuales la nona destruye sistemáticamente a propios y extraños. Con su disfraz de artista bohemio y encantador, siempre consigue que la familia lo entienda, comprenda y consienta. Así, mientras Carmelo se dedica a trabajar en doble horario, Chicho finge componer los hits que le proveerán de fama y riqueza. Mientras la tía deja de comer para alimentar al artista de la familia, éste exige que no le falte el mate caliente. Mientras la sobrina va de hombre en hombre hasta enfermar y morir, Chicho va de siesta en siesta hasta deshumanizarse completamente para convertirse en el parásito mayor.
Al verse solo y sin más nada en frente suyo que la propia nona, “la nonita”, como él la llama toma la decisión final de quitarse la vida. Todo, con tal de no trabajar.
Muchos me han sugerido que el Chicho representa a la especie política que, tratando de defender la democracia casi siempre terminan por alimentar a un monstruo que va consumiendo no solo materia sino también alma y sentimientos.
No puedo sino acordarme del inolvidable Edipo que, al encontrarse con su no reconocido padre en el cruce de dos caminos, trazó su desgraciada existencia asesinando a su progenitor y casándose con su madre. Durante años, algún profesor de literatura me aseguró que el mensaje de tal obra era que el destino siempre termina por cumplirse y que Edipo tenía que cumplirlo, aun a costa de su propia felicidad. Felizmente, en un curso de teatro en la universidad, aprendí que Edipo se hubiese salvado de su desgracia con tan sólo aplicar las normas de cortesía para con los ancianos.
Hoy, me convenzo de esa verdad: si Chicho hubiese hecho algo por la familia, además de mentirle siempre, la nona nunca habría llegado a monstruo sino que hubiese sido la simpática abuelita a la que siempre llevamos en nuestros íntimos sentimientos, sin importar si comía poco o mucho.
Porque la esencia de nuestra sociedad, antes que los políticos, la hacemos nosotros, como seres únicos y forjadores no de destinos, sino de caminos que siempre han de cruzarse.

0 comentarios: