jueves, 27 de enero de 2011

MÁS ALLÁ DEL CASO “CLUB LIBERTAD”

Por: Gerardo Salazar Malbasa
gerasalma@hotmail.com

La fiera batalla por el Club Libertad que presenciamos el año pasado -2010- parece haber amainado, sin embargo el rumor persiste tan sólido como insistente. Lo escuché de muchas gentes en el mismo escenario donde se realiza el concurso de la marinera y luego en la noche de peña en el Club Libertad. No sé si el tema es el mismo Club Libertad o es solo la marinera, o qué. Hasta hoy, como en muchos líos que llegan a la prensa, la información no es suficiente o clara, dejándonos la impresión que los protagonistas disparan sin apuntar. Pero esto no interesa para colocar sobre el tapete algo más que este caso particular, al que este artículo no se referirá hoy, pero que reconozco ha servido de punto de partida a las siguientes reflexiones. El caso Club Libertad debe hacernos reflexionar sobre la institución misma del voluntariado civil.
En toda sociedad, la inquietud humana de participar voluntariamente del destino y florecimiento de su comunidad ha sido determinante. Casos como organizaciones de protección a los niños, a las mujeres agredidas, al medio ambiente; de impulso al deporte, a la ciencia; de promoción del arte y la cultura, las tradiciones, la educación; gremios profesionales, de oficios; clubes sociales locales, de reencuentro de migrantes, y mil iniciativas más, constituyen la riqueza de la voluntad humana, que al margen de la acción pública y formal de las diversas autoridades de un estado, fragua sociedades mejores. Sin duda esta fuerza civil, voluntaria, benéfica, sin fines de lucro y siempre con muchos anhelos de un futuro mejor, hace el corazón de una comunidad. La naturaleza de estas iniciativas es de servicio público sin ser iniciativas públicas, y tienen cierta autonomía sin ser privadas en el sentido que no tienen propietarios que puedan obtener provecho personal, material o político de ellas.
La legislación contempla esta valiosa inquietud civil en la forma de Asociaciones, Fundaciones y Comités. Algunas instituciones públicas les conceden ciertos beneficios y las empresas ocasionalmente les brindan ayuda por la valiosa labor civil y voluntaria de aporte a la sociedad. Pero no podemos llamarlas “entidades privadas” y ponerlas al mismo nivel que una empresa personal o una sociedad privada, porque la ley no permite –como es el caso de las asociaciones- que sus miembros puedan liquidarlas y vender sus bienes. Se trata de organizaciones con las que el común de las personas, no está totalmente familiarizada. Por ejemplo, si una asociación cesa, la ley fija que sus bienes no se repartirán entre los asociados, sino que pasarán a modo de cesión a otra organización similar, para continuar con la labor de proyección a la comunidad (Art. 98, Código Civil). Más aún, se disuelven de pleno derecho cuando no pueden funcionar según sus estatutos (Art. 94, Código Civil). De modo que no son privadas como una empresa personal o una sociedad civil, y tienen obligaciones legales y morales con el estado y la comunidad. Además el órgano supremo de una asociación es la Asamblea General de Asociados, conjunto de todos los asociados hábiles. Una empresa personal o una sociedad privada no tienen ni la misma organización, ni el mismo tratamiento legal, ni el espíritu y propósito que tienen estas importantes organizaciones benéficas que enriquecen la vida de una comunidad.
Pero más que personas jurídicas, son espacios para la realización de nobles inquietudes humanas. Sin embargo es probable que algunas de estas organizaciones que se constituyeron con esta figura altruista no trabajen en correspondencia con el espíritu y/o las leyes que las definen. O quizá, iniciativas privadas se escuden en estas figuras jurídicas con fines de beneficio personales. Entonces recordemos que el ministerio público está obligado a supervisar de oficio, y en defensa del cumplimiento del Código Civil, que las asociaciones, fundaciones y comités trabajen como les corresponde hacerlo, y no desnaturalicen sus objetivos.

Pero interesa más recalcar que el quehacer de una organización como las que comentamos debe implicar necesariamente la participación voluntaria y democrática de varios ciudadanos asociados, con los mismos derechos y oportunidades de ejercer los diversos cargos dentro de la organización en la que participan, porque estas instituciones son los espacios donde una sociedad practica y reconoce la institucionalidad (concepto tan ajeno a nuestra, aún, mentalidad tercermundista), ejercicio que implica cumplir leyes, comunicar públicamente el manejo de fondos, celebrar elecciones, y cambiar periódicamente de autoridades dando oportunidades a nuevas personas, generaciones e iniciativas. La excesiva perseverancia de las personalidades en las organizaciones de este tipo (como en las públicas), y /o la cuentas imprecisas u ocultas, son síntomas inequívocos de una mala salud institucional.
Con instituciones civiles, saludables y correctas, formaremos a niños y jóvenes en la cultura moderna, en los conceptos de ciudadanía, de institucionalidad y de voluntariado, con la participación de cada vez más personas inquietas por cooperar, que al encontrar espacios de participación recobrarán la confianza en la democracia y en su país. La participación en estos valiosos espacios no es teoría de aula; es el ejercicio de la solidaridad, es el ejercicio de la identificación entre ciudadanos en medio de la amenazante era del individualismo, es el ejercicio de la democracia. Estos espacios nos brindan la oportunidad de participar de un real desarrollo social de nuestro país. Aquí tenemos la oportunidad de actuar como quisiéramos que lo hicieran nuestros presidentes, alcaldes, congresistas y demás servidores públicos. Tal vez, los casos de gestión pública deshonesta ocurran porque los políticos o funcionarios jamás conocieron lo que es participar del espíritu del voluntariado civil (personalmente desinteresado) y de los espacios de las asociaciones, fundaciones y comités; porque no se formaron en el altruismo social que da origen a este tipo de organizaciones.
Preservar estos espacios organizados de la manipulación personal, de los intereses individuales, de la tradicional indiferencia del sector público peruano, en general de su desnaturalización, es resguardar la sanidad de una comunidad, es proteger su futuro. Pero además debemos incentivar la creación de muchas más organizaciones civiles, y los gobiernos locales y regionales deben tener políticas definidas sobre ellas, que facilite el trabajo benéfico y voluntario que realizan enriqueciendo la vida de la comunidad.
En este momento, con un mundo económicamente tan globalizado, donde muchas grandes empresas realmente privadas, despiadadas y amorales, arrinconan a la política y a los gobiernos y son capaces de lanzarnos a situaciones como la última crisis económica mundial, quizá estas reflexiones nos ayuden a pensar que, además del correcto uso de la capacidad de comunicación de la Internet, el trabajo de las instituciones civiles, voluntarias y benéficas del mundo, pueda constituir el mejor contrapeso a favor de una cultura humanista.

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