viernes, 4 de marzo de 2011

CORREO DE SALEM: LAS MEMORIAS DE RAÚL VARGAS

Por: Eduardo González Viaña
egonzalezviana@gmail.com

Pocas veces he conocido a un intelectual tan múltiple y brillante como Raúl Vargas Vega. Profesor universitario, teórico de la educación y director de varios de los medios periodísticos más importantes del Perú, sus temas van desde la política y la literatura hasta las fantasías de la culinaria más exquisita.
Su libro "Memorias de un comensal" es uno de los textos nominados al concurso “Gourmand World Cookbook 2011, el máximo certamen literario de gastronomía en el mundo cuyos premios se otorgan cada mes de marzo en París. Mirko Lauer, Karissa Becerrra, Sara Beatriz Guardia, Cristóbal Noriega y Rosario Olivas son los otros peruanos finalistas.
Raúl, quien es director de noticias de RPP, se encuentra por esa razón ahora en la Ciudad Luz. Según leo, “Memorias de un comensal” es un amplio fresco de la cocina peruana, americana y mundial. En artículos y ensayos, que deben de ser muy sabrosos, se vincula a la buena mesa con la bohemia, la literatura y todas las alegrías de la vida.
Una anécdota de nuestra vieja amistad me asegura de que debe tratarse de un texto excelente. Raúl es tan bueno para cocinar como para hablar de un plato exquisito. Tanto lo es que al escucharlo describir un plato, se puede sentir como si, en ese mismo momento, uno lo estuviera degustando.
A comienzos de los años 80, cuando vivía yo en París, recibí una invitación a comer por parte de un buen amigo, el poeta africano Jean Claude Birago. Me pedía que, por favor, llevara yo a otros amigos escritores latinoamericanos. Miembro de una acaudalada familia del Senegal, sus padres habían preparado una comida típica de ese país en homenaje suyo en vista de que acababa de recibir un Doctorado en Etnología.
-Por favor, trae a tus amigos. Si además hay un especialista en gastronomía, muchísimo mejor.
En serios aprietos me vi entonces. Julio Ramón Ribeyro no podía estar con nosotros por razones de salud. Alfredo Bryce se encontraba en Roma. El poeta Elqui Burgos aceptó de inmediato, pero ni él ni yo teníamos la especialidad que demandaba nuestro futuro anfitrión.
Para nuestra suerte, Raúl Vargas había llegado a París. Era la persona ideal. Se lo dijimos, y no dudó en ir con nosotros.
A las dos de la tarde de un sábado, nos recibieron en una residencia del distrito 16. De inmediato, nos hicieron pasar al comedor. En la mesa, frente a cada uno de nosotros se encontraba la primorosa y policroma cerámica de un ave. A manera de aperitivo, nos pusieron en la mano una copa que contenía un aguardiente que supusimos del África.
Jamás había bebido yo un líquido como ese. Era enérgico, violento, siniestro, pavoroso. Supongo que deben de ser así los piscos elaborados en Chile. Pero lo apuramos de un sorbo para pasar cuanto antes al esplendor que intuíamos en la comida africana.
Tuvimos que esperar... y mucho. Veinte minutos después del primer aperitivo, vino el otro, y después el siguiente. Nos miramos asustados y le hicimos una señal a Raúl para que nos sacara del aprieto. Sólo él, con su reconocido tacto y maneras de hombre de mundo, podía ayudarnos.
Así fue. De inmediato comenzó Raúl a hablar de un plato italiano que acababa de degustar en la Toscana. Pensaba tal vez que de esa manera nuestros anfitriones se decidirían a pasar al plato de fondo.

Se trataba de una receta del Cinquecento. Todo el Renacimiento Italiano se cifraba en ella. La gula venerable de los cardenales, el veneno de los príncipes maquiavélicos, el Domo de Milán, la Torre de Pisa, los infiernos de Dante, la sensualidad infinita de las madonnas, todo estaba reunido allí. Podíamos oler el potaje, saborearlo, escuchar el rumor de los cipreses, añadir por fin a todo ello un buen queso y un vino adecuado… y descansar.
Tan vívida fue la descripción que Elqui Burgos tomó su servilleta y se la pasó por los labios. Creyendo que se trataba de una cortesía típica peruana, nuestros amigos senegaleses también alzaron la servilleta e hicieron lo mismo. .. Y el padre de Jean Claude nos invitó otra copa del mismo brebaje.
De la comida italiana, pasó Raúl a la francesa y por fin a la peruana. Los olores, los sabores, e incluso la temperatura de cada plato nos eran transmitidos en tal forma que todos usábamos la servilleta para limpiarnos los labios... Nuestros anfitriones estaban fascinados con el gastrónomo orador… Pero la comida no llegaba.
Por mi parte, cada vez que bebía el aperitivo terrible, veía el mundo más verde que nunca. Las recetas de Raúl Vargas felizmente evitaban que yo pasara a un mareo devastador... El plato de fondo, sin embargo, no tenía cuándo arribar a nuestra mesa.
Creo que ya eran las cuatro de la tarde, o tal vez algo más, cuando el dueño de casa, mezclando el asombro con la fineza nos preguntó si no queríamos comer. No supimos qué responderle.
No comíamos porque no nos habían servido, y la buena educación nos había obligado a callar. Monsieur Birago entendió de pronto nuestro problema.
-¡Perdonen, perdonen... no les habíamos explicado!.- dijo al tiempo que sacaba un pequeño martillo que se encontraba entre los cubiertos. Lo levantó y dio un golpe sobre el cerámico primoroso que tenía enfrente.... Al caer los fragmentos de la obra de arte, se mostró ante nosotros un humeante y oloroso plato de "pollo a la cerámica".
Cuando recuerdo eso, pienso que Raúl nos salvó la vida. De otra forma, habríamos tenido que continuar bebiendo el elixir implacable.
No estaba con nosotros José Manuel Gutiérrez, un peruano que después ganaría el premio de novela Blasco Ibáñez. Escritor místico él, no aceptó nuestra invitación porque se hallaba observando los treinta días de un ayuno voluntario para reflexionar sobre los pecados del mundo.
Ahora que lo pienso, mejor que no fuera. En una novela autobiográfica, José Manuel, quien toma el nombre de Krufú Orifuz, se asocia a una secta del bosque amazónico, y devora a su maestro para adquirir sabiduría.
Lo he llamado hoy a Madrid donde vive para comunicarle que Raúl Vargas está en París y que ha llevado su libro.
-Ojalá que llegué pronto a España.-me ha respondido.- Voy a devorarlo.

EDUARDO GONZALEZ VIAÑA, escritor peruano y catedrático universitario en Oregón, Estados Unidos. Acaba de publicar la novela El amor de Carmela me va a matar
EL AMOR DE CARMELA ME VA A MATAR
http://sites.google.com/a/elamordecarmela.com/el-amor-de-carmela-me-va-a-matar/
VALLEJO EN LOS INFIERNOS
http://www.amazon.com/vallejo-en-los-infiernos-spanish/dp/1453794336/ref=sr11?s=gateway&ie=utf8&qid=1285492572&sr=8-1

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