Por: Iván la Riva Vegazzo
http://ivanlariva.blogspot.com/
No cabe duda que nuestra región es una de las de mayor biodiversidad en el país. Hace pocos días reedité una aventura que meses atrás había compartido con algunos alumnos. Esta vez, con mayor conocimiento de la ruta, volví al Santuario y la Reserva de Calipuy, en las alturas de Santiago de Chuco.
La partida desde nuestra ciudad fue a las ocho y treinta de la mañana. Escogimos, para llegar a nuestro destino, una ruta poco transitada, no la tradicional. Conduciendo un vehículo apropiado, una hora más tarde estábamos en Chao. Dejando la Panamericana sur, enrumbamos hacia el interior.
Frente a nosotros se divisaban las montañas andinas que deberíamos trasponer. Nos adentramos en la serranía esteparia remontando el cauce de río Huamanzaña que baja de las alturas. El terreno es bastante pedregoso, agreste, inhóspito y seco. Los cactus y la soledad fueron nuestros acompañantes.
El ascenso se hace por un camino afirmado que en algunos tramos tiene una pendiente bastante pronunciada, sobre todo el de Puente Cruz Colorada, pasando Llacamate. Más adelante, en Huaraday, el paisaje cambia al de la región quechua, con sus campos sembrados de papa a la sombra de los eucaliptos; me llamó mucho la atención los penachos de ichu que adornan los techos de las casas campesinas. Luego, coronando la puna, y sobre los 4 000 m.s.n.m., llegamos al paraje de Auguinate para dirigirnos al Puesto de Vigilancia donde residen los guardaparques que cuidan el Santuario Nacional de Calipuy. Eran las 12.30 pm, cuatro horas de nuestra partida. Muy bien atendidos por ellos, recorrimos parte del páramo, territorio único en esta parte de la región.
Pudimos admirar los rodales -así se llaman a los bosques de puyas Raimondi- que con más de 60 000 plantas esperan ser visitadas. Los guardianes del santuario ya están preparando los senderos turísticos. Estas gigantes bromelias, algunas de más de diez metros, son imponentes y bellas más aún si están floridas, rareza que ocurre cada cien años. Comprobé que hoy están mejor protegidas que antes gracias a la preocupación del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas del Ministerio del Ambiente.
Seguimos la ruta más al interior, pasando el caserío de Cusipampa nos adentramos, por un tortuoso camino, hacia El Guanacón, paraje como se le conoce al lugar donde se ubica el Puesto de Vigilancia de la Reserva Nacional de Calipuy, último refugio de los guanacos. Fue para mí una grata sorpresa la nueva infraestructura que ofrece tan apartado lugar. Hoy, ya cuenta con servicio de agua, también baños y un ambiente para albergar a los visitantes.
A las tres de la tarde por fin pudimos almorzar lo que con mucha hospitalidad nos ofrecieron los guardaparques, pescado enlatado, arroz y papas sancochadas con bastante ají, y para asentar, una taza de panizara caliente. Delicioso.
Los guardaparques cuidan las 64 000 hectáreas donde habitan cerca de 500 guanacos, camélidos en vías de extinción que viven en la única área protegida para ellos en el Perú. Pudimos ver algunos, viven en manadas de seis o siete hembras acompañadas y protegidas por un macho. También hay tropillas de machos jóvenes a la espera de destronar al macho alfa que cuida la manada de hembras. Son por naturaleza huidizos y siempre conservan una distancia de cien metros de sus observadores.
Nuestra impresión sigue siendo la misma, son unos animales de gran porte, que por su prestancia parecen caballos de paso. La inmensa reserva es un baúl de sorpresas, en el horizonte se divisan los restos arqueológicos de Kuar, al otro extremo nos informan que hay bosques de cactus y también de higuerones donde habitan osos de anteojos, venados y pumas.
También está el cerro Guacate, donde la leyenda dice que surgió la cultura de los Wamachucos. Debemos felicitarnos por poseer en el norte del país ecosistemas de esta importancia y de gran ventaja competitiva dentro de la oferta turística.
Estas líneas no estarían completas si no felicito a los biólogos, Elbert Zavaleta y Fredy Abanto, jefes del Santuario y la Reserva, respectivamente. Al final de la jornada, con Leoncio Rojas presidente de la Cámara de Turismo, su hijo Alfredo y mi amigo Guido Sánchez nos felicitábamos, que La Libertad cuente con lugares tan competitivos para el turismo, que no están tan lejos de Trujillo y que están siendo protegidos por funcionarios muy responsables en su trabajo.
Acompañados por la soledad de aquellos parajes, a las cuatro y media de la tarde partimos hacia Santiago de Chuco, adonde llegamos al anochecer. Nuevamente los celulares empezaron a timbrar, haciéndonos recordar que ya estábamos de vuelta a la modernidad y sus complicaciones.
Siguiendo más al interior, cerca de las nueve de la noche arribamos a Cachicadán, balneario de aguas termales, para dormir y descansar de un día lleno de emociones.
Día intenso en que me reencontré con la naturaleza, entre puyas raimondi y guanacos.
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No cabe duda que nuestra región es una de las de mayor biodiversidad en el país. Hace pocos días reedité una aventura que meses atrás había compartido con algunos alumnos. Esta vez, con mayor conocimiento de la ruta, volví al Santuario y la Reserva de Calipuy, en las alturas de Santiago de Chuco.
La partida desde nuestra ciudad fue a las ocho y treinta de la mañana. Escogimos, para llegar a nuestro destino, una ruta poco transitada, no la tradicional. Conduciendo un vehículo apropiado, una hora más tarde estábamos en Chao. Dejando la Panamericana sur, enrumbamos hacia el interior.
Frente a nosotros se divisaban las montañas andinas que deberíamos trasponer. Nos adentramos en la serranía esteparia remontando el cauce de río Huamanzaña que baja de las alturas. El terreno es bastante pedregoso, agreste, inhóspito y seco. Los cactus y la soledad fueron nuestros acompañantes.
El ascenso se hace por un camino afirmado que en algunos tramos tiene una pendiente bastante pronunciada, sobre todo el de Puente Cruz Colorada, pasando Llacamate. Más adelante, en Huaraday, el paisaje cambia al de la región quechua, con sus campos sembrados de papa a la sombra de los eucaliptos; me llamó mucho la atención los penachos de ichu que adornan los techos de las casas campesinas. Luego, coronando la puna, y sobre los 4 000 m.s.n.m., llegamos al paraje de Auguinate para dirigirnos al Puesto de Vigilancia donde residen los guardaparques que cuidan el Santuario Nacional de Calipuy. Eran las 12.30 pm, cuatro horas de nuestra partida. Muy bien atendidos por ellos, recorrimos parte del páramo, territorio único en esta parte de la región.
Pudimos admirar los rodales -así se llaman a los bosques de puyas Raimondi- que con más de 60 000 plantas esperan ser visitadas. Los guardianes del santuario ya están preparando los senderos turísticos. Estas gigantes bromelias, algunas de más de diez metros, son imponentes y bellas más aún si están floridas, rareza que ocurre cada cien años. Comprobé que hoy están mejor protegidas que antes gracias a la preocupación del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas del Ministerio del Ambiente.
Seguimos la ruta más al interior, pasando el caserío de Cusipampa nos adentramos, por un tortuoso camino, hacia El Guanacón, paraje como se le conoce al lugar donde se ubica el Puesto de Vigilancia de la Reserva Nacional de Calipuy, último refugio de los guanacos. Fue para mí una grata sorpresa la nueva infraestructura que ofrece tan apartado lugar. Hoy, ya cuenta con servicio de agua, también baños y un ambiente para albergar a los visitantes.
A las tres de la tarde por fin pudimos almorzar lo que con mucha hospitalidad nos ofrecieron los guardaparques, pescado enlatado, arroz y papas sancochadas con bastante ají, y para asentar, una taza de panizara caliente. Delicioso.
Los guardaparques cuidan las 64 000 hectáreas donde habitan cerca de 500 guanacos, camélidos en vías de extinción que viven en la única área protegida para ellos en el Perú. Pudimos ver algunos, viven en manadas de seis o siete hembras acompañadas y protegidas por un macho. También hay tropillas de machos jóvenes a la espera de destronar al macho alfa que cuida la manada de hembras. Son por naturaleza huidizos y siempre conservan una distancia de cien metros de sus observadores.
Nuestra impresión sigue siendo la misma, son unos animales de gran porte, que por su prestancia parecen caballos de paso. La inmensa reserva es un baúl de sorpresas, en el horizonte se divisan los restos arqueológicos de Kuar, al otro extremo nos informan que hay bosques de cactus y también de higuerones donde habitan osos de anteojos, venados y pumas.
También está el cerro Guacate, donde la leyenda dice que surgió la cultura de los Wamachucos. Debemos felicitarnos por poseer en el norte del país ecosistemas de esta importancia y de gran ventaja competitiva dentro de la oferta turística.
Estas líneas no estarían completas si no felicito a los biólogos, Elbert Zavaleta y Fredy Abanto, jefes del Santuario y la Reserva, respectivamente. Al final de la jornada, con Leoncio Rojas presidente de la Cámara de Turismo, su hijo Alfredo y mi amigo Guido Sánchez nos felicitábamos, que La Libertad cuente con lugares tan competitivos para el turismo, que no están tan lejos de Trujillo y que están siendo protegidos por funcionarios muy responsables en su trabajo.
Acompañados por la soledad de aquellos parajes, a las cuatro y media de la tarde partimos hacia Santiago de Chuco, adonde llegamos al anochecer. Nuevamente los celulares empezaron a timbrar, haciéndonos recordar que ya estábamos de vuelta a la modernidad y sus complicaciones.
Siguiendo más al interior, cerca de las nueve de la noche arribamos a Cachicadán, balneario de aguas termales, para dormir y descansar de un día lleno de emociones.
Día intenso en que me reencontré con la naturaleza, entre puyas raimondi y guanacos.
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