SILVIO ARROYO GARCÍA, MÁS CONOCIDO COMO “SILVIO COFFIURE”
Por: Nivardo Córdova Salinas
nivardo.cordova@gmail.com
Antiguamente los egipcios, griegos y también los mochicas e incas cuidaban mucho su apariencia personal, utilizando tocados, máscaras y otros ornamentos. Pero en el Perú de hace treinta años los varones que se dedicaban a la peluquería para damas eran visto como personas raras o excéntricas. Predominaba el prejuicio. Fue el sullanense Silvio Arroyo García, más conocido como “Silvio” quien revolucionó, rompió prejuicios y viejos estereotipos, para llevar este arte popular a la categoría de gran arte, abriendo camino a las nuevas generaciones de estilistas que hoy abundan en el país. Esta es una crónica de su impactante historia.
Silvio Arroyo García nació en la norteña ciudad de Sullana (en el departamento de Piura) hace 72 años. “Yo empecé en la época en que se hacían las permanentes eléctricas, peinados con ruleros y tintes”, recuerda Silvio sonriendo. En efecto era casi la “pre historia” de la peluquería peruana.
El artista –y no creo exagerar con este adjetivo- nos recibe un su casa del distrito de Surco, muy elegante, pero a la vez sencillo y cordial. Quizás sus inquietudes estéticas provienen del influjo de su padre, quien fue un notable periodista, director del periódico “La voz del pueblo” de Sullana, que fundaron los hermanos Miguel y Julio Arroyo. Cuando cumplió once años su familia se mudó a Lima.
Hizo sus pininos como aprendiz en una peluquería de la plaza San Martín y allí aprendió los rudimentos del manejo de las tijeras, peines y tintes. “Un día leí un aviso donde se buscaba un asistente de peluquería en San Isidro. Me ofrecí pero no querían aceptarme porque era casi un niño. Finalmente me contrataron como ayudante y aprendí mucho”, recuerda Silvio. Así comenzó, sin imaginar que se convertiría en el peluquero más famoso del Perú.
NADAR CONTRA LA CORRIENTE
No fue fácil vencer los prejuicios de la época e incluso de la propia familia, que no veían con buenos ojos que un varón “se meta en cosas de mujeres”. Silvio trabajó “duro y parejo”, casi en el anonimato, en las peluquerías limeñas que entonces tenían las marcas Helena Rubinstein y Elizabeth Arden. Pero gracias a su buen desempeño en esta última fue invitado a la casa matriz en Nueva York. Su talento era único. Podía terminar un peinado en media hora, pero no sólo eso: era creativo, osado, innovador. Posteriormente viaja a La Habana, Miami y París, donde perfiló más su estilo.
Para la década del setenta, ya tenía un nombre y un prestigio bien ganado. Y entonces decide fundar su propia cadena de salones de belleza: “Silvio Coffiure”. Durante las décadas del setenta y ochenta no había novia, reina de belleza o artista que no pasara por sus manos. Pero su éxito no fue un golpe de suerte sino fruto del trabajo. Además, eran tiempos en que no era usual que los varones se dedicaran a este respetable oficio. En ese sentido, Silvio es un auténtico precursor.
REVOLUCIÓN EN EL PEINADO
Son innumerables las damas que peinó en Lima: Desde madame Yvonne de Gaulle, esposa del presidente francés Charles de Gaulle; Carola Aubry, primera esposa del presidente Fernando Belaunde; Pilar Nores –durante el primer gobierno de Alan García–; la diva mexicana María Félix, la famosa bailarina y cantante estadounidense Josephine Baker y la “cantaora” española Lola Flores. Entre las celebridades limeñas, la actriz Saby Kamalich, la soprano Ima Súmac, con quien Silvio innovó el “corte étnico andino”, y las “misses” peruanas Gladys Zender y Madeleine Hartog. Y muchas más.
Entre los varones que solía peinar con frecuencia figuran el conductor de televisión Kiko Ledgard, el banquero León Rupp, los toreros José Galán y Luis Dominguín (padre del cantante Miguel Bosé), así como el pintor Víctor Delfín, “a quien le hacía un corte con cabellos largos y patillas a lo Túpac Amaru”, refiere Silvio. De otros prefiere guardar el secreto: “Peiné a muchos hombres que, cuando llegaron al poder, se envanecieron y se olvidaron de mí”.
Al fundar su propia peluquería, “Silvio Coiffure”, en San Isidro, el gobierno militar de Velasco pretendió prohibirle el uso del galicismo para el nombre de su establecimiento, por considerarlo un extranjerismo alienante. Pero no lo logró; gracias a sus agradecidas clientas, Silvio tenía mucha influencia en el poder. Como se sabe, la llamada “revolución” de Velasco, el gobierno militar para impulsar el peruanismo prohibió el rock en inglés y los dibujos animados de Disney, y todo lo que consideraba “extranjerizante”. Sin embargo, los generales de la época tuvieron literalmente que rendirse ante el arte de Silvio. “Aparte de mí, sólo Silvio puede tocar el cabello de mi esposa”, decían los oficiales durante la dictadura militar. Tal era el respeto que inspiraba –y sigue inspirando– el peluquero Silvio Arroyo García, cuyas manos y tijeras, cual rey Midas, convertían en oro todos los cabellos de artistas de cine, esposas de diplomáticos, ministros, generales, reinas de belleza y señoras de las familias más aristocráticas de Lima y el Perú.
En 1980 él mismo ya era una celebridad. Entonces también atendía en el exclusivo Hotel Bolívar. Aparecía en reportajes de prensa y se le veía en las recepciones con el “jet set” limeño. Tal era su notoriedad que la revista internacional “Vanidades” lo declaró como uno de los solteros más codiciados de Latinoamérica. En esas fechas viajó a Nueva York para participar en la exposición internacional “2,400 años de peinado”, imponiendo su propuesta.
“SOY UN SIMPLE PELUQUERO”
Para Silvio el peluquero es también un confidente, casi un médico de cabecera. “Muchos clientes nos confían sus problemas”, dice, “y hay que saber escuchar”. Actualmente tiene una vida sosegada, lejos de los “flashes” y de las páginas sociales, dedicado a difundir la obra de artistas plásticos en una exposición permanente en su propia casa, decorada con efigies egipcias y óleos de artistas piuranos. Sigue soltero y, con relación a los cabellos, tiene un grupo de clientas que siguen siendo fieles a sus manos, a sus tijeras y a sus cepillos. “Si naciera de nuevo”, reflexiona, “volvería a esta profesión. Seré peluquero hasta la muerte”.
FOTO 1 El artista y su obra. Silvio Arroyo desplegando sus técnicas con Janine de Haughton. Todo un espectáculo verlo trabajar. (Foto: revista Caretas)
FOTO 2 Se afirma que el gobierno militar de Velasco quiso prohibirle que usara el nombre de su peluquería “Silvio Coffiure”, porque consideraba que era un término alienante. Sin embargo, los generales –a cuyas esposas Silvio peinaba- tuvieron que “rendirse”. (Foto: revista Caretas)
FOTO 3 Silvio Arroyo García sigue atendiendo a sus fieles clientas en su casa del distrito limeño de Surco. Siempre elegante, pero sencillo y cordial en su trato, lo que le ha servido para ganarse el respeto de propios y extraños. (Foto: revista Caretas)
Por: Nivardo Córdova Salinas
nivardo.cordova@gmail.com
Antiguamente los egipcios, griegos y también los mochicas e incas cuidaban mucho su apariencia personal, utilizando tocados, máscaras y otros ornamentos. Pero en el Perú de hace treinta años los varones que se dedicaban a la peluquería para damas eran visto como personas raras o excéntricas. Predominaba el prejuicio. Fue el sullanense Silvio Arroyo García, más conocido como “Silvio” quien revolucionó, rompió prejuicios y viejos estereotipos, para llevar este arte popular a la categoría de gran arte, abriendo camino a las nuevas generaciones de estilistas que hoy abundan en el país. Esta es una crónica de su impactante historia.
Silvio Arroyo García nació en la norteña ciudad de Sullana (en el departamento de Piura) hace 72 años. “Yo empecé en la época en que se hacían las permanentes eléctricas, peinados con ruleros y tintes”, recuerda Silvio sonriendo. En efecto era casi la “pre historia” de la peluquería peruana.
El artista –y no creo exagerar con este adjetivo- nos recibe un su casa del distrito de Surco, muy elegante, pero a la vez sencillo y cordial. Quizás sus inquietudes estéticas provienen del influjo de su padre, quien fue un notable periodista, director del periódico “La voz del pueblo” de Sullana, que fundaron los hermanos Miguel y Julio Arroyo. Cuando cumplió once años su familia se mudó a Lima.
Hizo sus pininos como aprendiz en una peluquería de la plaza San Martín y allí aprendió los rudimentos del manejo de las tijeras, peines y tintes. “Un día leí un aviso donde se buscaba un asistente de peluquería en San Isidro. Me ofrecí pero no querían aceptarme porque era casi un niño. Finalmente me contrataron como ayudante y aprendí mucho”, recuerda Silvio. Así comenzó, sin imaginar que se convertiría en el peluquero más famoso del Perú.
NADAR CONTRA LA CORRIENTE
No fue fácil vencer los prejuicios de la época e incluso de la propia familia, que no veían con buenos ojos que un varón “se meta en cosas de mujeres”. Silvio trabajó “duro y parejo”, casi en el anonimato, en las peluquerías limeñas que entonces tenían las marcas Helena Rubinstein y Elizabeth Arden. Pero gracias a su buen desempeño en esta última fue invitado a la casa matriz en Nueva York. Su talento era único. Podía terminar un peinado en media hora, pero no sólo eso: era creativo, osado, innovador. Posteriormente viaja a La Habana, Miami y París, donde perfiló más su estilo.
Para la década del setenta, ya tenía un nombre y un prestigio bien ganado. Y entonces decide fundar su propia cadena de salones de belleza: “Silvio Coffiure”. Durante las décadas del setenta y ochenta no había novia, reina de belleza o artista que no pasara por sus manos. Pero su éxito no fue un golpe de suerte sino fruto del trabajo. Además, eran tiempos en que no era usual que los varones se dedicaran a este respetable oficio. En ese sentido, Silvio es un auténtico precursor.
REVOLUCIÓN EN EL PEINADO
Son innumerables las damas que peinó en Lima: Desde madame Yvonne de Gaulle, esposa del presidente francés Charles de Gaulle; Carola Aubry, primera esposa del presidente Fernando Belaunde; Pilar Nores –durante el primer gobierno de Alan García–; la diva mexicana María Félix, la famosa bailarina y cantante estadounidense Josephine Baker y la “cantaora” española Lola Flores. Entre las celebridades limeñas, la actriz Saby Kamalich, la soprano Ima Súmac, con quien Silvio innovó el “corte étnico andino”, y las “misses” peruanas Gladys Zender y Madeleine Hartog. Y muchas más.
Entre los varones que solía peinar con frecuencia figuran el conductor de televisión Kiko Ledgard, el banquero León Rupp, los toreros José Galán y Luis Dominguín (padre del cantante Miguel Bosé), así como el pintor Víctor Delfín, “a quien le hacía un corte con cabellos largos y patillas a lo Túpac Amaru”, refiere Silvio. De otros prefiere guardar el secreto: “Peiné a muchos hombres que, cuando llegaron al poder, se envanecieron y se olvidaron de mí”.
Al fundar su propia peluquería, “Silvio Coiffure”, en San Isidro, el gobierno militar de Velasco pretendió prohibirle el uso del galicismo para el nombre de su establecimiento, por considerarlo un extranjerismo alienante. Pero no lo logró; gracias a sus agradecidas clientas, Silvio tenía mucha influencia en el poder. Como se sabe, la llamada “revolución” de Velasco, el gobierno militar para impulsar el peruanismo prohibió el rock en inglés y los dibujos animados de Disney, y todo lo que consideraba “extranjerizante”. Sin embargo, los generales de la época tuvieron literalmente que rendirse ante el arte de Silvio. “Aparte de mí, sólo Silvio puede tocar el cabello de mi esposa”, decían los oficiales durante la dictadura militar. Tal era el respeto que inspiraba –y sigue inspirando– el peluquero Silvio Arroyo García, cuyas manos y tijeras, cual rey Midas, convertían en oro todos los cabellos de artistas de cine, esposas de diplomáticos, ministros, generales, reinas de belleza y señoras de las familias más aristocráticas de Lima y el Perú.
En 1980 él mismo ya era una celebridad. Entonces también atendía en el exclusivo Hotel Bolívar. Aparecía en reportajes de prensa y se le veía en las recepciones con el “jet set” limeño. Tal era su notoriedad que la revista internacional “Vanidades” lo declaró como uno de los solteros más codiciados de Latinoamérica. En esas fechas viajó a Nueva York para participar en la exposición internacional “2,400 años de peinado”, imponiendo su propuesta.
“SOY UN SIMPLE PELUQUERO”
Para Silvio el peluquero es también un confidente, casi un médico de cabecera. “Muchos clientes nos confían sus problemas”, dice, “y hay que saber escuchar”. Actualmente tiene una vida sosegada, lejos de los “flashes” y de las páginas sociales, dedicado a difundir la obra de artistas plásticos en una exposición permanente en su propia casa, decorada con efigies egipcias y óleos de artistas piuranos. Sigue soltero y, con relación a los cabellos, tiene un grupo de clientas que siguen siendo fieles a sus manos, a sus tijeras y a sus cepillos. “Si naciera de nuevo”, reflexiona, “volvería a esta profesión. Seré peluquero hasta la muerte”.
FOTO 1 El artista y su obra. Silvio Arroyo desplegando sus técnicas con Janine de Haughton. Todo un espectáculo verlo trabajar. (Foto: revista Caretas)
FOTO 2 Se afirma que el gobierno militar de Velasco quiso prohibirle que usara el nombre de su peluquería “Silvio Coffiure”, porque consideraba que era un término alienante. Sin embargo, los generales –a cuyas esposas Silvio peinaba- tuvieron que “rendirse”. (Foto: revista Caretas)
FOTO 3 Silvio Arroyo García sigue atendiendo a sus fieles clientas en su casa del distrito limeño de Surco. Siempre elegante, pero sencillo y cordial en su trato, lo que le ha servido para ganarse el respeto de propios y extraños. (Foto: revista Caretas)
1 comentarios:
Me parce muy buena esta reseña biografica de quien fue y es el señor silvio coffiure ,yo siempre escuche hablar a mi madre que el habia sido profesor de mi tia en san isidro y que era uno de los mejores , ahora ya se porque habla asi mi madre de el ....
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