lunes, 12 de diciembre de 2011

LOS COMPADRES

Por: Víctor Corcuera Cueva
http://cuentosnomadas.blogspot.com/
arquespiral@yahoo.com

Cuando nació Constancia era tan fina que muchos la confundieron con una lagartija. Eran tiempos de sequia lo que acrecentó la solidaridad de los clanes familiares. Marco, pidió a Felipe – el gran amigo de infancia- para que sea el padrino de bautizo de su pequeña. El herrero acepto con mucha alegría ser el padrino, pues veía en Constancia la niña que nunca tuvo, su esposa murió por mordedura de una sancarranca y desde aquella fecha Felipe no se concentro en nada más que su oficio.
Ellos se conocían desde niños, ambos fueron a la misma escuela, compartieron las mismas aventuras, casi mueren en las aguas del gran rio y hasta compartieron la misma bicicleta. En su juventud Marco conoció a Rebeca, quien no era muy agraciada pero sabia cocinar y sobre todo dominaba el arte de tejer. Ella tenía los cabellos negros y largos, los ojos como el pallar, de piel endiabladamente tostada, menuda como el arroz guadalupano y los pies de muñeca rusa. Se casaron en plena época de lluvias y no salieron del cuarto de bodas sino hasta cuando el agua casi se llevo la ultima estera que cubría el techo, con el desborde del gran rio crearon a la pequeña Constancia.
Felipe acudió con su mejor traje al bautizo de su futura ahijada. Estaba nervioso, hacía mucho tiempo que no participaba de estas fiestas sociales y además llegaría solo, como casi siempre lo estuvo. La comunidad entera estuvo presente en el bautizo, todos estimaban a la familia de la niña. Después de la ceremonia hubo buen baile y buena comida, la chicha estaba en su punto y pasando las horas la libido iba tomando cuerpo en las voluptuosas figuras de las hijas del algarrobo. Es así que a pedido de todos, la comadre y el compadre tuvieron que bailar una buena marinera a ritmo de guitarra y cajón. El saleroso ritmo despertaría un extraño fuego pasional desconocido hasta el momento para ella y que él ya hace buen tiempo lo había olvidado.
Después del bautizo Felipe cumpliría su buen papel de padrino y sobre todo de ejemplar compadre. De repente Rebeca descubrió que la casa necesitaba reparaciones que solo el forjador podría solucionar, mientras que Marco iba a vender sus hortalizas y legumbres al Trujillo de inicios del Siglo XX. Llegaría diciembre con las fiestas de la “Virgen de la Puerta” de Otusco y era la ocasión para que el trabajador esposo venda sus productos en las alturas, con o sin soroche. Su acomedida mujer le prepararía un buen fiambre para el largo camino y sobre todo “clarito” para el “paso del diablo”, donde dizque Don Ganosa había hecho pacto con el cuco. Con la alforja de viaje, el caballo y la carga bien apareada el esposo se enrumbó hacia la sierra. Durante tres días la comadre le demostró a su querido compadre como él lograba derretirla en placeres desconocidos, ella como dúctil metal dejo que el herrero la moldeara a su antojo. La intensidad de su pasión dejaría marcas en la madera de algarrobo verde.

Era la última noche que podían verse, al siguiente día llegaría el esposo. Los compadres no escatimaron modas ni formas, para su mala suerte una lechuza se posaría sobre el techo de la morada y gritaría como presagiando la víspera. Los vecinos atraídos por los gritos de una lechuza verían desde la entrada las sombras en la pared del encuentro de los compadres, con siluetas bien explicitas. Ese olor de hembra y macho desenfrenados alteraría las feromonas de los vecinos que iban llegando a la casa del encuentro. El último gemido de Rebeca coincidiría con los gritos de ya casi toda la población indignada que presenciaron atónitos la escena. Con la misma habilidad que el herrero doblega los metales, tomo por la cintura a su comadre y rompiendo la pared de quincha escapo a grandes pasos, no le importo el dolor causado por las espinas clavadas en la planta de sus pies ni las piedras que llovían detrás de el, corrió y corrió toda la noche.
Las antorchas se multiplicaron y besaban los talones a la pareja hereje. El compadre empezaba a cansarse, cojeaba, las espinas se clavaban más y más. Decidió subir al Gran Apu, alguna vez alguien le dijo que cuando tenga problemas que vaya hacia él. No había otra salida tampoco y así subió, siempre con la comadre tomada por la cintura, tal macho que protege su hembra. La horda embravecida acorralo a los compadres. Felipe soltó a Rebeca, se arrodillo ante el Gran Apu y le pidió mentalmente que los salvara.
Un temblor seguido de un gran relámpago asusto a la población indignada y cuando se sobrepusieron para linchar a los compadres se dieron cuenta que estos estaban petrificados. Después de arrodillarse todos dieron media vuelta y regresaron al pueblo, acto del Gran Apu nadie lo discute.
Hoy en día la gente de Conache llama al Gran Apu como el “Cerro de los Compadres”, una pasión grabada en Roca.

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