Por Víctor Corcuera Cuevaarquespiral@yahoo.com
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Esta leyenda está inspirada en los relatos que escuche en algunas conversaciones con mis paisanos del altiplano peruano, fusionada con el relato oficial que en vida me conto mi ancestro Celso Cueva Rodríguez.
Y entonces la humanidad quedo sumergida en las tinieblas. El sol y la luna se habían divorciado, su separación provoco tristeza y penurias en el mundo andino. Las noches eran más largas que los días, a penas los rayos del tayta inti atravesaban los nubarrones. Las plagas habían exterminado con las cosechas, el agua de los ríos dejo de ser cristalina y se convirtió en el color de la tristeza. Las alpacas y vicuñas empezaron a morir de una extraña enfermedad, la comida empezó a escasear. El mar, las aves, las plantas y los hombres se enfermaron. Los abuelos andinos no entendían porque se divorciaron los dioses, las ofrendas con la mama coca fueron puntuales; algo debió haber pasado…
El sol estaba triste y se angustiaba más cuando la luna se separaba cada día más y más de él. En sus noches se preguntaba porque ella dejo de quererlo. Su luz era solo para ella y ella se negaba recibir su calor, se dio la vuelta mostrándole su lado oscuro, para atormentarlo. La luna era una diosa vanidosa, sabia del poder que su belleza ejercía en todos los astros del universo. Una noche ella le pidió que la libere de su órbita, ella quería viajar a lo largo y ancho del cosmos, conocer otros mundos, pero el sol le afirmo que no era posible. Que por su cuenta ella no podía viajar, sino en unión con él atravesar el universo. Pero ¡oh luna ingrata! Al no lograr su pedido, decidió alejarse de su esposo.
Ensimismado en su melancolía y ajeno a la mirada escondida de la luna, dejo caer algunas lágrimas. Estas lagrimas formarían un inmenso lago en los andes. Los pobladores andinos lo asumieron como una señal divina de amor de su gran padre, el Inti. Y de los corazones de los andinos emergió una energía que equilibro la tristeza ocasionada por el divorcio de los dioses. La dicha era total, los diferentes ayllus de los andes empezaron a cantar, a tocar sus zampoñas, el eco de las miles de zampoñas se extendió por todo el planeta. La luna sorprendida de cómo aquellas lagrimas habían ocasionado una alegría en los humanos, la llevo a mirar una vez más a su esposo. Ella se acerco lentamente, el sol la miro lleno de amor, se dibujo una sonrisa cándida en su rostro. La unión de ambos astros ocasiono un eclipse. Los sumos sacerdotes sabían que venían grandes cambios.
Se dice que de la unión de ambos se origino un gran terremoto, los andes temblaron y del cielo cayeron dos gotas en el gran lago. Paralelamente que el eclipse iba terminando, del gran lago iban sumergiendo dos seres: un hombre y una mujer. Ellos eran los hijos del sol y la luna, tenían como misión forjar una nueva civilización. Los jefes de las comunidades cercanas y lejanas iban llegando a ver con reverencia a los enviados divinos. Todos los andes volvieron a sonreír, los días dejaron de ser cortos, las enfermedades, plagas y mal tiempo desaparecieron. Las noticias de la llegada de los seres emergidos del gran lago se esparcieron por toda la faz de la tierra. Estos hijos del sol y de la luna se convertirían en el inicio de una nueva era y el gran lago seria, también, venerado por los hijos y los hijos de las próximas generaciones.
Con el tiempo el lago seria llamado Titikaka.
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