lunes, 3 de diciembre de 2012

El Perú que soñamos

Por: Beatriz Boza, CADE noviembre 2012

Los peruanos hemos crecido en torno a una falacia: la imagen de un “mendigo sentado en un banco de oro”.
Al creer que nuestros recursos naturales nos aseguraban prosperidad y desarrollo convertimos a ese “banco” en un símbolo de impotencia y subdesarrollo. El Dorado era un lugar lejano donde yacía nuestro futuro. Creíamos en encontrar tesoros materiales para hacernos ricos, cuando el tesoro estaba en nosotros mismos, en nuestra forma de ser, en nuestro empuje, coraje y espíritu.
La paradoja del mendigo no se resuelve encontrando qué hacer con el banco de oro sino cambiando la actitud.
Hagamos un ejercicio. Imaginemos al mendigo. ¿Cómo lo ven? Seguro que sentado, su cuerpo transmite resignación, la cabeza gacha, mirada al piso, sin futuro alguno. Sus manos temblorosas reflejan su falta de convicción, su temor y desconfianza. Sin porte, su figura no trasluce dignidad. Con una mano se aferra al banco sin saber qué hacer con él, mientras extiende la otra para recibir una limosna. Espera que otros resuelvan sus problemas. No tiene horizonte, no porque este no exista, sino simplemente por que no se atreve a mirarlo. No se imagina nada diferente.
Y de pronto descubrimos que el mendigo no nos resulta ajeno. Es nuestra imagen reflejada en un espejo. La responsabilidad del mendigo es la responsabilidad de nosotros mismos.
¿Quién en esta sala se hubiera imaginado, solo hace una década, el país que hoy día somos? ¿Quién se hubiera imaginado que después de concluido el gobierno del presidente Alan García estaríamos creciendo ahora, en el gobierno del presidente Ollanta Humala, en medio de una crisis internacional que ha puesto en jaque a los países desarrollados, a un ritmo promedio de seis por ciento –¡los últimos 12 años!–, con inflación baja, reduciendo la pobreza de manera sostenida, y viviendo un sentimiento de efervescencia y orgullo por nuestra peruanidad? ¿Quién podría haber anticipado todo esto hace 10 o 20 años?
Claramente, ¡no el mendigo de la metáfora!
Pero 20 años de mantener un mismo norte no han pasado en vano. El mendigo se ha puesto de pie y ha levantado su mirada. Aunque su convicción es esquiva, al menos está dispuesto a hacer algo. Decide (o mejor dicho, decidimos) no seguir esperando sentados, con la mano extendida. Aunque con miedo y bastante desconfianza, nos hemos animado a caminar, pero no nos atrevemos a alejarnos mucho del banco. Nos quedamos en el barrio. Todavía encontrar El Dorado es nuestro sueño. Nuestro futuro depende más de la casualidad que de nuestro esfuerzo.
Pero hemos empezado a darnos cuenta que la verdadera riqueza del Perú era y es su gente: nuestra creatividad, diversidad, iniciativa, laboriosidad, la fuerza de una de las pocas culturas milenarias sobre el orbe, nuestra hospitalidad, capacidad de superación y alegría de vivir.
Hemos avanzado mucho estos últimos 20 años. El Perú es otro, ha cambiado. Sin embargo, aún queda un largo camino por recorrer. Hemos roto la inercia, pero aún ella lastra parte de nuestra convicción y voluntad.
Y es que podemos tener muchos logros tangibles, podremos haber encarcelado a quienes amenazaron nuestro futuro con ideologías trasnochadas, podemos estar creciendo económicamente, recibimos con entusiasmo a los turistas y los miramos con orgullo degustar nuestra gastronomía o piropear Machu Picchu, estamos firmando TLC y festejando nuestra peruanidad. Podemos tener todo eso, pero mientras no transformemos nuestra actitud, mientras no rompamos la conducta cortoplacista, prejuiciosa y desconfiada del mendigo, no desterraremos los flagelos que nos quitan competitividad.
Prejuicios que matan
Y es que la pobreza del mendigo no está en sus harapos sino en su incapacidad de relacionarse con los demás. Los prejuicios del mendigo lo condenan, impidiéndole crear riqueza pues esta solo se gesta en la interacción con los demás. Es que la verdadera pobreza no radica en la miseria del vestido, sino en la miseria del espíritu.
Hoy podemos soñar. Soñar, en este caso, no es hacerse una representación onírica de la realidad que termine siendo una irrealidad. Soñar en este caso es pensar en lo posible, en lo alcanzable, en convertirlo en esperanza y poner esfuerzo en que lo alcancemos.
Por eso, sueño con que el Perú logre desterrar el flagelo de la violencia cotidiana en sus diversas formas, esa que se manifiesta a diario a través de nuestros prejuicios, nuestra intolerancia, abuso, discriminación y racismo, esa violencia contra la intimidad que aniquila a la persona porque la despoja de su autoestima y dignidad.

Sueño con que la ley sea igual para todos y respetada por todos.
Tener prejuicios, sentir envidia, temor y desconfianza son sentimientos inherentes al ser humano, como lo son las necesidades de orden, seguridad, respeto y confianza. Y es precisamente el rol del Derecho y de la autoridad garantizar las condiciones que nos permitan la convivencia pacífica dándonos seguridad, poniéndole coto a nuestros prejuicios, protegiendo nuestra libertad, y permitiéndonos creer, crear y confiar.
Sueño con una autoridad firme dentro de la ley; que le diga NO a la violencia y SÍ a nuestra libertad. Sueño con reglas consensuadas entre todos para vivir y resolver nuestras diferencias en paz, que nos permitan saber que ningún poder prima sobre nuestra dignidad, ninguna autoridad sobre la persona humana, ninguna forma sobre el contenido ni la fuerza bruta sobre nuestra libertad.
Sueño también con una sociedad donde los ciudadanos confiamos en el otro. Sueño que aprendemos a valorarnos por nuestra condición de personas, por nuestras ideas, por nuestros sueños de ser ciudadanos del primer mundo, por la humildad de quien sabe que todavía falta mucho por hacer y que ve en los demás una fuente inagotable de estima y aprendizajes.
Sueño con empresarios que piensan en el Perú primero y no solo en la utilidad del ejercicio. Y es que actuar en función del país supone ir más allá del análisis financiero de corto plazo o de una coyuntura económica que nos lleve al conformismo. Supone pensar en cómo construir una institucionalidad real para impactar en la gobernabilidad teniendo a la persona humana, al ciudadano, como nuestro norte. A diferencia de la lógica del mendigo, enfocada en minimizar pérdidas o esperar la timba, hoy sales al mercado a ganar, confiando en tus capacidades distintivas para resolverle problemas y necesidades a la gente. De la empresa de la supervivencia transitamos a la empresa motor del desarrollo nacional que crea riqueza, que confía e inspira confianza. 
Mi sueño es que también los peruanos soñemos a largo plazo. Porque con lo creativos, alegres y trabajadores que somos, si soñamos a largo plazo estaremos dándole cabida a otras generaciones de peruanos que aún no conocemos y a quienes también nos debemos.
Para pensar juntos en el futuro necesitamos quitarnos las ataduras que nos impiden sumar. Tenemos que estar dispuestos a trabajar en conjunto, sectores público y privado, al interior del Estado y entre el propio sector privado, en la sociedad civil y la academia. Cada quien cumpliendo su rol.
Por eso, lograr la articulación del niño a la escuela, del joven pandillero al mercado laboral, del artesano al circuito de la moda, del pequeño productor al mercado global y del profesional a la empresa, contribuye a erradicar muchas causas de los atrasos que hoy aún nos aquejan. 
Sí hay fundamentos para soñar
Así como nadie imaginó hace 20 años todos los logros que hemos tenido en el Perú, creo que hoy tenemos fundamentos para soñar y sentir alegría de quiénes somos y orgullo de todo lo compartido en estos últimos años. 
¿Se imaginan cuánto más rápido andaríamos si tuviésemos un horizonte compartido? 
¿Cuánta energía nos ahorraríamos si supiésemos escucharnos, compartir y contrastar distintas visiones del futuro, pero teniendo como base la dignidad y libertad humana? ¿Se imaginan el horizonte que le daríamos a nuestros jóvenes si supiesen hoy qué carreras serán las más demandadas en 10 y 20 años? Solo si compartimos hacia dónde vamos podremos sumar esfuerzos para encaminarnos libremente a un objetivo común. 
Hace 40 años, desde aquí, nos invocaron a tener un horizonte de largo plazo. En la CADE 1972, el ingeniero Walter Piazza Tangüis fue uno de los primeros peruanos en destacar la necesidad de una visión de futuro, y su invocación no solo sigue vigente sino que ha llegado su tiempo: es urgente. 
Por años, hemos postergado algunos problemas y hemos olvidado. Es que de alguna manera un enfoque de resultados a corto plazo no da cabida para abordar aspectos estructurales que requieren un horizonte mayor de acción, como la prevención de la conflictividad social, la calidad de la educación, la lucha contra el narcotráfico o la confianza en la autoridad judicial. El largo plazo se construye día a día –qué duda cabe–, pero ello no significa que sea la simple suma de cortos plazos.
Hoy afirmamos la esperanza de un Perú mejor, de una sociedad más justa, más libre, más pacífica y más solidaria. Un Perú con futuro. Un Perú que sabe quién es: un país diverso, integrado al mundo, con ciudadanos dueños de su destino, dispuestos a competir, que forjan un futuro con raíces.
Veo ese Perú que juntos estamos forjando y que se yergue orgulloso, fuerte, tierno, dándole cabida a todos. Por eso, sueño con un Perú que haya desterrado a Pepe el Vivo, al perro muerto y la criollada y que dé cabida a la tolerancia, la justicia y la solidaridad.
Sueño con un Perú en el que el futuro está en manos de los peruanos y no en esperar encontrar Dorados o bancos inexistentes. Un Perú en el que la paradoja del mendigo desaparece cuando este desarrolló tanta autoestima que ya no se preocupa del banco sino de sus propias capacidades porque sabe que la riqueza está en sí mismo. 
He compartido mi sueño. Ustedes tendrán también los suyos. En algunas partes nuestros sueños conversarán, en otras se diferenciarán. Lo importante de soñar es comenzar a crear una ilusión compartida que ponga a nuestro querido Perú en movimiento. Nuestra imaginación es el único límite de lo que vamos a poder alcanzar. Los invito a soñar.

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