sábado, 2 de febrero de 2013

Extractivismo y agricultura industrial o como convertir suelos fértiles en territorios mineros

La agricultura, de la mano de la interacción/diálogo/crianza mutua de los seres humanos con los suelos, las semillas, la biodiversidad y el agua han sido la base la alimentación de la humanidad durante los últimos diez mil años y son esos saberes, esas semillas y esos agricultores los que hoy la siguen alimentando.

Según el Diccionario de la Real Academia agricultura es: “Labranza o cultivo de la tierra”, “Arte de cultivar la tierra” y “Dar a la tierra y a las plantas las labores necesarias para que fructifiquen”. La definición no deja lugar a dudas: un arte implica práctica manual, saberes, tecnologías, transmisión oral, creatividad, evolución. La labranza, el cultivo y las labores necesarias para la fructificación involucran la participación activa y comprometida de las personas en todo el proceso que va de la preparación del terreno a la cosecha y los cuidados posteriores del mismo.

La agricultura representa la mayor tarea de construcción de saberes de manera colectiva en diálogo con la naturaleza que los seres humanos hemos logrado a lo largo de toda nuestra historia. Quizás la única que se le pueda comparar es la del conocimiento del uso de las plantas medicinales que desde el momento en que comenzamos a cultivar la tierra estuvieron profundamente integrados.
Los suelos, ecosistemas vivos.

Los suelos son una delgada capa que cubre más de 90% de la superficie terrestre del planeta. No son sólo polvo y minerales. Son ecosistemas vivos y dinámicos. Un suelo sano bulle con millones de seres vivos microscópicos y visibles que ejecutan funciones vitales. Es capaz de retener y proporcionar lentamente los nutrientes necesarios para que crezcan las plantas. Puede almacenar agua y liberarla gradualmente en ríos y lagos o en los entornos microscópicos que circundan las raíces de las plantas, de modo que los ríos fluyan y las plantas puedan absorber agua mucho después de que llueva.(1)

Es clave la materia orgánica del suelo —una mezcla de sustancias originadas de la descomposición de materia animal y vegetal; sustancias excretadas por hongos, bacterias, insectos y otros organismos. En la medida que el estiércol, los restos de cosecha y otros organismos muertos se descomponen, liberan nutrientes que pueden tomar las plantas y usarlos en su crecimiento y desarrollo. Las moléculas de materia orgánica absorben cien veces más agua que el polvo y pueden retener y liberar hacia las plantas una proporción similar de nutrientes. La materia orgánica contiene moléculas que mantienen unidas las partículas del suelo protegiéndolo contra la erosión y volviéndolo más poroso y menos compacto. Esto permite al suelo absorber la lluvia y liberarla lentamente a los ríos, lagos y plantas y dejar que crezcan las raíces de las plantas. Conforme crecen las plantas, más restos vegetales llegan o permanecen en el suelo y más materia orgánica se forma, en un ciclo continuo de acumulación. Este proceso ha ocurrido por millones de años y fue uno de los factores clave en la disminución del dióxido de carbono en la atmósfera millones de años atrás, lo que hizo posible la emergencia de la vida en la tierra tal y como la conocemos.

La materia orgánica se encuentra sobre todo en la capa superior del suelo (la más fértil). Es propensa a la erosión y necesita ser protegida por una cubierta vegetal que sea fuente permanente de nueva materia orgánica. La vida vegetal y la fertilidad del suelo son procesos que se propician mutuamente, y la materia orgánica es el puente. Pero es también alimento de las bacterias, hongos, pequeños insectos y otros organismos que viven en el suelo y convierten el estiércol y los tejidos muertos en nutrientes y en las increíbles sustancias descritas, que al alimentarse descomponen la materia orgánica. Ésta debe ser repuesta constantemente; si no, desaparece poco a poco del suelo.

Los pueblos rurales de todo el mundo tienen un profundo entendimiento de los suelos. En su experiencia han aprendido que hay que cuidarlos, cultivarlos, alimentarlos y dejarlos descansar. Muchas de las prácticas comunes de la agricultura tradicional reflejan estos saberes. Aplicar estiércol, residuos de cultivos o compost, nutre el suelo y renueva la materia orgánica. El barbecho, en especial el barbecho cubierto, tiene como fin que el suelo descanse, de modo que el proceso de descomposición pueda realizarse en buena forma. La labranza reducida, las terrazas, el mulch y otras prácticas de conservación protegen el suelo contra la erosión, para que la materia orgánica no sea arrastrada por el agua. A menudo, se deja intacta la cubierta forestal, se la altera lo menos posible o se la imita, de forma que los árboles protejan el suelo contra la erosión y provean de materia orgánica adicional. Cuando a lo largo de la historia se olvidan o se dejan de lado estas prácticas, se paga un alto precio.
La imposición de la agricultura industrial

Pese a todos estos saberes y a la efectividad de este modelo agrícola (en realidad miles de modelos agrícolas adaptados a los distintos ecosistemas, climas y regiones) en la segunda mitad del siglo veinte se logró instalar en la opinión pública y las políticas agrícolas la noción de que el hambre en el mundo era fruto de las carencias de esa forma de hacer agricultura y se impulsó una “revolución verde” con su paquete de tecnología, agrotóxicos, semillas bajo control corporativo y monocultivos.

Como lo reiteramos en GRAIN, esta “revolución verde” no fue más que la excusa con la que las corporaciones del agronegocio intentan apoderarse de todo el sistema alimentario para incrementar sus ganancias, especular y hacernos absolutamente dependientes.(2)

De un plumazo se intentó borrar diez mil años de construcción de saberes para poner a los suelos como sustrato muerto para el desarrollo de plantas con el aporte de nutrientes externos una vez que los del suelo se agotaran.
 
Mayor información en :  http://servindi.org/actualidad/81392

0 comentarios: