viernes, 13 de diciembre de 2013

La receta de Gastón

Por: Renato Cisneros
En diciembre de 2006, cuando de ser un referente mediático de lo puramente gastronómico pasó a convertirse en eficaz articulador de un discurso reivindicativo de lo peruano, Gastón Acurio entró en política. Tanta popularidad y liderazgo alcanzó que el entonces mandatario Alan García —tomando nota de lo extrañamente simpático que resultaba ese muchacho entre los empresarios y la gente común, y acaso olfateando ya su potencial— lo mandó llamar para promocionar juntos el consumo de la anchoveta y, de paso, por si hiciera falta, dejar bien en claro quién era en el Perú el presidente y quién el cocinero. Siete años después, los protagonistas de la escena ya no son los mismos. Acurio ahora usa más ternos que mandiles y se ha convertido en una ficha presidenciable, mientras García ha pasado a mirarlo con cautela desde la inactividad, y a dedicarle esos piropos suyos que se parecen tanto a una advertencia. El asunto de fondo, sin embargo, excede la vanidad y el apetito de ambos. Que se especule con una candidatura de Acurio tiene que ver menos con él y más con lo podridos que estamos de los políticos que desperdician el poder (en rigor, estamos podridos de ellos cuando gobiernan y de nosotros cuando votamos). Gastón es, cómo no, un personaje hábil y con asesorías idóneas podría operar el piloto automático con que el país se conduce hace diez años, pero creo que el entusiasmo ante la idea de tenerlo de Presidente surge, sobre todo, por el trauma que representa (o que debería representar) el estar viendo a los ex mandatarios pasar, sin escalas, como en itinerario natural, de Palacio de Gobierno a Palacio de Justicia. Eso ofende, harta y redobla el valor de quien encarne lo contrario. Pero falta mucho para el 2016. Mientras tanto solo queda regodearse con la imagen de un Alan asustado ante las recetas de Gastón. El cocinero que antes lo hacía chuparse los dedos ahora lo tiene mordiéndose las uñas.

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