martes, 4 de marzo de 2014

Cien años de Sarita Colonia

Por: Eduardo González Viaña 
Mientras usted lee este artículo, se están cumpliendo cien años del nacimiento de Sarita Colonia, una joven peruana a quien las clases marginales del país han declarado santa aunque la iglesia oficial no la canonice hasta hoy ni haya esperanza de que algún día lo haga. 
Sarita no levitaba. No se hacía invisible. No atravesaba paredes. No se suspendía en el aire. No volaba por encima de las casas de Lima. No se aparecía ante los creyentes. No dejaba sobre los aires un místico olor y color de flores. 
El único milagro que se le puede atribuir-y de él proceden todos-es el milagro del amor. Su vida fue común y corriente. La pobreza la acompañó toda la vida. Era una muchacha llegada de Huaraz al Callao. 
Sus padres no fueron pálidos príncipes sino serranos migrantes. Nada fue inesperado en su vida. 
Las estrecheces de la familia Colonia, una probable vocación religiosa truncada por la pobreza, el trabajo de Sarita en el servicio doméstico y su muerte prematura resultan poco menos que normales datos estadísticos. Tal vez lo milagroso de esta muchacha es haber sobrevivido, ya adulta y sola, en los pauperizados barracones del Callao. 
Una presumible fiebre tífica y la atención deplorable de un hospital de pobres, las circunstancias de su muerte, también son usuales para la demografía. 
En los años setenta nació la leyenda popular que le atribuye la condición de santa. El ámbito de esta creencia estuvo inicialmente limitado a Lima y el Callao, pero en los años recientes sobrepasó la frontera norte del Perú, y está conquistando ahora a mucha de la población hispanoparlante de los Estados Unidos. 
Un dato proporciona el perfil de los devotos: de los 890 milagros anotados por aquéllos en un cuaderno especial al lado de la tumba, 751 revelan el hecho -portentoso en el Perú- de haber obtenido un puesto de trabajo gracias a la intercesión de la santa informal. 
Algunos creyentes piensan que orar frente a su estampita los curó sin el apoyo de los médicos. Otros suponen que los ayudó a superar un trance judicial o incluso a la guerra fue un salir de la cárcel sin tener que recurrir al soborno en un país donde la corrupción es un hecho cotidiano. 
Aunque en esos días todavía no estaba de moda la palabra "inclusión", Sarita fue-en los sueños de sus discípulos- la promesa de que las enfermedades, las injusticias, las desdichas se acabarían y todos tendrían igual acceso a la felicidad. 
Sarita fue para los millones de peruanos pobres que la inventaron una santita con rostro cholo el exclusivo reino de los cielos.   
También cumple hoy 25 años de publicada mi novela "Sarita Colonia viene volando". Ese libro apareció en los días preliminares de la guerra sucia. Como lo decía entonces "muerta y colmada de muertos amanece nuestra tierra.” Poco ha cambiado desde entonces. La guerra fue ganada por los representantes del estado luego de una campaña de exterminio contra poblaciones enteras cuyo mayor número de muertos fue el de los que ni siquiera sabían lo que estaba ocurriendo. La dictadura pasó, pero su constitución, sus leyes y sus métodos persisten. La llamada "inclusión" se convirtió en una limosna humillante después de haber sido una promesa mendaz. 
A cien años de su nacimiento y a veinticinco de la novela que escribí en su nombre, otra vez, invoco a Sarita Colonia, y en ella a la santidad de los pobres, porque aspiro a que la injusticia y la violencia retornen a la nada, se vayan al corazón de las sombras, y se pierdan en el día crepuscular que precedió a la fundación del universo.

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