Cuentan que había un vendedor de cangrejos muy frescos, vivos, que los tenía en dos baldes; uno tapado con una pesada madera y otro abierto. Un transeúnte curioso le pregunta el motivo por el que tiene un balde cerrado y el vendedor le dice que es para que no trepen y se salgan. El curioso le pregunta, con toda lógica cómo es que el otro balde está abierto. La respuesta lo sorprende: “Es que esos cangrejos son peruanos y en cuanto alguno sube, los otros le jalan las patas y lo hacen bajar”.
Esta especie de metáfora sobre el lastre de la envidia nos lleva a reflexionar sobre ese terrible mal que tanto daño, tantos conflictos y tantas situaciones de desunión nos ha causado a lo largo de la historia, una historia llena de intrigas y conspiraciones motivadas, ciertamente, por intereses en pugna, pero también por falta de conciencia sobre los intereses del país y por la dichosa envidia.
Es la envidia lo que hace que, en cuanto un líder social, una celebridad de la cultura o hasta un astro deportivo, comienza a descollar sobre sus colegas –como el cangrejo que quiere salir del balde- o cualquier persona tiene éxito y buena fortuna o alcanza una posición importante, comienzan las habladurías, los rumores de mala fe, las especulaciones sobre las supuestas malas artes que alguien asegura que usó para llegar donde está, y las historias borrosas, generalmente falsas o distorsionadas, pero dichas con mucha mala fe.
Pero, sobre, todo echa a andar la fábrica de acusaciones que encuentran eco y reproducción pronta en quienes se suman a la oleada de envidia que usualmente se lanza sobre quien consigue un logro o alcanza una meta; no importan sus calificaciones ni los méritos, ni el esfuerzo, ni los sacrificios que hizo para lograrlo; tampoco la trascendencia de la misión asumida ni la necesidad de respaldo que tiene para cumplirla a cabalidad.
Está demás decir que esta especie de enfermedad nacional afecta sobre todo a nuestro mundillo político, en el que reinan la intriga y el golpe bajo, y debilita en forma recurrente a la democracia, atentando contra su desarrollo y consolidación, y conspira por tanto contra el país y su futuro, en el que todos debemos estar comprometidos.
Ya lo han dicho muchos antes, el día que nuestro país y nuestras gentes hayan derrotado a la envidia que tanto perjuicio nos causa, habrá dado un gigantesco paso hacia la unión que necesitamos para sacarlo adelante, solucionar sus grandes problemas y avanzar por los caminos del desarrollo y el progreso, para bien de las generaciones venideras.
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