Al año de la partida de Javier Diez Canseco, Liliana y sus amigos lo hemos recordado desde los más diversos ángulos. Como no sobran muchos temas, pues he decidido volver a su juventud y tratar acerca de la cultura política de los años setenta. Javier provenía de los medios universitarios y fue parte de una generación entregada a la izquierda, siguiendo la ruta abierta por mayo del 68, que se prolongó a nivel planetario. El marxismo en América Latina y específicamente en el Perú había vuelto a cobrar influencia como consecuencia de la revolución cubana.
La primera generación izquierdista luego de esta reactivación corresponde a fines de los años 1950 y a ella pertenecen Ricardo Letts, Hugo Blanco, Carlos Malpica y Alfonso Barrantes, quienes fueron el puente con la segunda generación a la que perteneció JDC.
La primera hornada manejó dos grandes temas que se fueron imponiendo: reforma agraria y nacionalización del petróleo. Armados con esas banderas hicieron crecer a la izquierda, que en 1967 surgió con Malpica a la escena electoral, luego de las tomas de tierras de la Convención y las guerrillas del MIR y el ELN. A continuación tuvimos al gobierno militar y las reformas estructurales de Velasco. La generación de JDC ingresa a la política en ese momento, en medio de la confusión generada por los militares. No se sabía cómo posicionarse. Oposición o apoyo: ese era el dilema.
La mayor parte de la primera generación izquierdista sostuvo a Velasco. Los líderes del PCP mayoritariamente pertenecían a ese grupo de edad y fueron los primeros en pronunciarse a favor. Luego, quienes formaron el PSR también integraban esa generación, diez o quince años mayor que JDC y sus pares. Mientras que, la segunda hornada izquierdista fue radical y se opuso a Velasco desde la izquierda. Parecía una empresa quijotesca, pero dio resultado.
Había reformas de todo tipo, algunas eran tibias y se hallaba espacio para oponerse exigiendo consecuencia. Asimismo, los militares eran autoritarios y no congregaban sino que ordenaban. Por ello, Velasco tampoco empató con la autonomía tan valorada por la generación izquierdista de JDC. En los partidos setenteros, los universitarios se encontraron con jóvenes provenientes de diversos sectores sociales y de todo el país. Pero cada partido tuvo su especialidad, cada experiencia fue singular. Javier perteneció a Vanguardia Revolucionaria, que había sido formada en 1965 como núcleo fundamental de la llamada nueva izquierda. En este grupo se procesó una fusión particular con jóvenes campesinos.
La reforma agraria tenía muchos huecos y VR logró una amplia audiencia en el campo. Es más, ganó una entidad de alcance nacional: la Confederación Campesina del Perú, CCP. Esta institución había sido fundada en los años cuarenta por el PCP y luego acompañó la ruptura maoísta. El líder era Saturnino Paredes, quien finalmente perdió el control del gremio. En su reemplazo se levantó el liderazgo de VR y su primer dirigente nacional fue Andrés Luna Vargas, proveniente de Piura.
La reforma agraria de Velasco expropió a los terratenientes creando empresas asociativas, que dejaban fuera a las antiguas comunidades y no respondían al ansia individual de tierra que recorría el país. Ante ello, VR promovió invasiones y defendió el derecho de las comunidades. Así, se hizo fuerte en los gremios campesinos donde se procesó una fusión particular, reuniendo jóvenes de dos sectores aparentemente no destinados a compatibilizar: universitarios y campesinos.
Ese diálogo sembró una visión del país e insertó a JDC en un círculo de militantes que fue clave en su vida. ¿Se rompieron las jerarquías heredadas o simplemente se conversó? Pues depende de cada cual. Lo que puedo atestiguar es que Javier se esforzó por invertir el sentido común, siendo intolerante con los de arriba y dulce con los de abajo. Lo suyo fue oponerse a lo hegemónico, pugnando por construir un contra poder concebido como partido revolucionario.
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