
En su columna de hoy, titulada El hermano mayor del Perú teme que nuestro, cada vez más envuelto en las garras del narcotráfico, se haya encaminado a convertirse en un país en el que el Estado, los poderes fácticos y el narcotráfico estén profundamente vinculados.
Especialistas como Fernando Rospigliosi vienen señalando reiteradamente que deberíamos ver a México como un espejo de nuestro futuro. Rosa María Palacios retorna de Ayacucho relatando lo que ha escuchado de periodistas de la zona: el narco ha infiltrado el Estado desde la sima hasta la cima.
Si todavía no tenemos una producción literaria y cinematográfica, como los mexicanos, exponiendo esa corrosión creciente de nuestras autoridades, acaso se debe a que estamos negando la evidencia, con la esperanza mágica de que si cerramos los ojos, la pesadilla se va a desvanecer.
Exactamente lo que hace el ministro del Interior cuando afirma que los sicarios son una amenaza solo para los otros sicarios.
Es decir, que son una bendición disfrazada y por lo tanto debemos agradecer su presencia, más y más frecuente y desembozada, en las calles de nuestras ciudades, en barrios que ayer se sentían alejados de esos crímenes. Pero la negación maníaca es el viento que aviva el fuego.
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