viernes, 12 de diciembre de 2014

Tras los rastros del hombre que inspiró a Don Quijote

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre el narrador no quiere acordarse vivió el caballero más famoso de la literatura en castellano. Allí ocurrieron las aventuras que Miguel de Cervantes le inventó a Don Quijote en la que se considera la primera novela moderna. Y, por estos días, importa el descubrimiento que se atribuyen un historiador y una arqueóloga españoles: son documentos que podrían haber inspirado al autor para inventar al Quijote, protagonista de uno de los libros más vendidos de la Historia.
Francisco Javier Escudero e Isabel Sánchez Duque investigaron los caminos de Toledo a Murcia, donde transcurre la novela, cuya primera parte se publicó en 1605. Accedieron a la documentación de procesos judiciales y de ordenanzas municipales de fines del siglo XVI y principios del XVII de parajes como Miguel Esteban, Quintanar y El Toboso. De allí era Aldonza Lorenzo, a quien todos conocemos como Dulcinea (del Toboso, claro): es la chica a la que el hidalgo caballero decidió que le dedicaría sus victorias, de la que, narra Cervantes “un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni le dio cuenta de ello”.
A través de los papeles del pueblo de Miguel Esteban, los investigadores supieron que Francisco de Acuña –procurador del lugar– se vestía con armaduras para atacar a los habitantes del lugar. Pedro de Villaseñor fue una de sus (casi) víctimas: en el verano de 1581 tuvo que escaparse corriendo de los lanzazos amenazantes de De Acuña. Así consta en un proceso judicial de ese año al que accedieron Escudero y Sánchez Duque, en el que el procurador fue acusado por intento de asesinato. Cervantes, amigo de la familia De Villaseñor a la que menciona en su obra póstuma Los trabajos del Persiles y Segismunda, se habría inspirado en estas anécdotas.
La documentación de la época confirmó también la existencia de un tal Rodrigo Quijada, originario del paraje Campo de Montiel: había comprado su hidalguía y tenía un escudero, como el Quijote tenía a Sancho. “Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento”, escribió Cervantes en el primer párrafo de su célebre obra. Los investigadores, que en junio de este año anunciaron haber identificado el paraje donde el Quijote se armó caballero –actualmente, la ermita de Manjavacas–, señalan que el Quijada real podría haber inspirado también al Quijada o Quesada o Quijana de la ficción, que perduró mucho más en el tiempo que el de carne y hueso.
Darío Villanueva, secretario de la Real Academa Española, le dijo a la prensa de ese país: “Sería reduccionista conceder demasiada importancia a estos datos de la realidad manchega contemporánea del escritor para entender la génesis de su novela (...) Lo realmente trascendente es la creación genial de un personaje en el que, mediante una práctica relativamente nueva como era todavía en el siglo XVII la lectura febril y prolija de libros de caballerías, se contrapone realidad y ficción para fundirlas en el único lugar en el que tal cosa puede hacerse: la mente de una persona”.
¿Realidad o ficción? Villanueva quiso inclinarse en favor de una de las dos opciones siempre en tensión: quiso decir que la ficción (la de Cervantes, por lo menos) superó a la realidad. Pero las investigaciones sostienen que, como ocurre tantas veces en la literatura, la realidad metió la cola.
Fuente: Clarín

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