lunes, 12 de enero de 2015

El amor se multiplica, no se divide

Por León Trahtemberg
Cuando nace un hijo, se gesta en los padres una enorme cantidad de amor desde las entrañas que antes no existía. Cuando nace el segundo hijo, el amor generado por el primero no se divide para repartirse, sino que se multiplica. Los padres son capaces de generar otra similar cantidad de amor que antes no existía. Y así con los demás hijos.
Ese amor luego se retroalimenta y crece con las interacciones cotidianas con los hijos. Algunas personas también sienten amor por sus mascotas, en las que depositan mucho afecto que les es retribuido generando en los humanos sentimientos de ternura, emoción y cariño. Los educadores tenemos el privilegio de vivir esta experiencia cada vez que entramos en contacto con un nuevo grupo de alumnos. Despertamos nuestras capacidades de empatía, entusiasmo, ilusión, afecto, los cuales luego se nutren con las interacciones con los alumnos, lo que va dejando huellas en nuestras almas y memorias. Algunas temporales; otras para toda la vida.
Es verdad que padres y maestros a veces nos angustiamos, frustramos, decepcionamos porque estas interacciones no producen una retroalimentación alentadora ni sentimientos de empatía o agrado. Más bien nos tientan a alejarnos o excluir a quien no responde a nuestros mensajes de afecto. A veces, porque estos niños son diferentes a lo esperado. Otras veces, porque por mil razones rechazan nuestro acercamiento. Otras, porque vemos en ellos características no deseadas de nosotros mismos. La pregunta que deben hacerse los padres y educadores responsables es qué hacer en estos casos: ¿Evadir o excluir?; ¿alejarse de quienes nos incomodan?; ¿persistir con estrategias alternativas?
Mis deseos para el 2015 son que padres y educadores verdaderos empiecen por luchar contra sus propias dificultades y deseos de alejarse o deshacerse de los niños y jóvenes que les resultan problemáticos, en vez de culparlos y excluirlos de su cercanía y esfuerzos por gestar una buena relación. También, que colegios cuya política es la de desentenderse de los alumnos que requieren más afecto y apoyo, desaprobando, sancionando o expulsando a todo aquel que tiene dificultades, se conviertan en espacios acogedores y protectores de esos niños, de modo que sientan a sus profesores como acompañantes de su superación en vez de verdugos que los etiquetan como fracasados.

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