Cuatro años después de que un poderoso tsunami devastase la costa nororiental de Japón, el país busca formas de evitar futuros desastres y concentra sus esfuerzos en la construcción de una cadena de muros de cemento a ser erigidos a lo largo de casi 400 kilómetros, que en algunos sectores tendrá una altura equivalente a la de un edificio de cinco pisos.
Hay quienes dicen que estas gigantescas barreras de cemento, que costarán 6.800 millones de dólares, destruirán la economía marina y el paisaje, afectando operaciones pesqueras importantes y haciendo muy poco para proteger a los residentes de las zonas costeras, quienes en su mayoría deberán trasladarse tierra adentro.
Los sectores que apoyan la iniciativa arguyen que los muros costeros son un mal necesario, que además generarán trabajos, al menos por un tiempo.
En el puerto pesquero de Osabe, en el norte del país, Kazutoshi Musashi se escandaliza al ver el muro que bloquea la vista al mar.
“La realidad es que se ve como la pared de una cárcel”, comentó Musashi, de 46 años y quien vivía junto al mar antes de que el tsunami azotase Osabe y se viese obligado a mudarse tierra adentro.
La paradoja de estas iniciativas, según algunos expertos, es que mientras pueden aliviar en cierta medida los destrozos, también generan un falso sentido de seguridad. Y eso puede tener graves consecuencias en una costa vulnerable a los tsunamis, las tormentas fuertes y otros desastres naturales.
Tsuneaki Iguchi era el alcalde de Iwanuma, ciudad que se encuentra levemente al sur de la urbe más grande de la región, Sendai, cuando el tsunami provocó un temblor de magnitud 9 frente a la costa, causando grandes inundaciones.
“No necesitamos que el muro marino sea más alto. Lo que necesitamos es evacuar a todo el mundo”, sostuvo Iguchi.
“Lo más seguro es que le gente viva en terrenos más altos y que las viviendas de la gente y sus empleos estén en sitios diferentes. Si hacemos eso, no necesitamos tener una Gran Muralla”, señaló.
Fuente: AP
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