sábado, 4 de julio de 2009

De vuelta a las butacas

ESTRELLA Y MUERTE DE JOAQUÍN MURIETA

Por: Luis Enrique Plasencia.

El día 1 de julio por la noche, un emocionado Wellington Castillo me manifestaba, casi con nostalgia, que cuando los dirigentes de una institución apuestan por el arte y la cultura, se pueden hacer cosas maravillosas.
Esto, después de haber disfrutado la puesta en escena de “ESTRELLA Y MUERTE DE JOAQUÍN MURIETA”, Versión del Grupo de Teatro UPAO, sobre el Libreto de Pável Grushkó para la ópera rock de Alexei Ribnikov, basada en la cantata Fulgor y Muerte de Joaquin Murieta de Pablo Neruda y dirigida por el joven Director Omar Tello.
Sería muy pretencioso de mi parte detenerme en los pormenores de la magistral actuación, puesto que mi ignorancia en tales temas es más que notoria. Quiero, como un simple observador, agregar a lo que el dramaturgo Castillo dijo: y cuando las personas comunes y corrientes que somos nos atrevamos a volver a las butacas, tendremos algunos pretextos para la empatía…
Usualmente, cuando tengo invitaciones para eventos de tal magnitud, y encima gratuitos, convoco a muchos de mis colegas docentes y a mis amigos. Y ya no me sorprende que ninguno de ellos vaya. Siempre hay un buen pretexto y las mentiras universales hacen su aparición en seguidilla: “justo a esa hora tengo una reunión”, “muy tarde”, “ya la vi”, “me dijeron que no tiene nada bueno”, etc.
Como de costumbre, invité a muchos amigos al teatro. Y, de paso, a unos vecinos que se mostraron algo interesados en el asunto. Todos los que me dijeron “si voy”, nunca aparecieron y sólo llegaron dos chicos de 2° y 4° de secundaria, los mismos que eran mis vecinos y que vinieron casi obligados por mamá.
Al término de la función, ya charlando mientras volvíamos a casa, Diego, el mayor de los dos casi me confesó: mostro profe, parecía una película de verdad. Y seguimos hablando sin parar acerca de las migraciones y sus consecuencias y de la dificultad que los seres humanos tenemos para vivir en paz.
No me extrañó enterarme que era la primera vez que asistían al teatro, la primera vez que asistían a un evento cultural ajeno a las sosas “actuaciones culturales” de su colegio. La primera vez que volvían a casa después de las diez de la noche, caminando y sin la preocupación de que mamá les espere en casa, desesperada, a punto de salir en su búsqueda o rogando a dios para que vuelvan sanos y salvos.
Imagino que esos chicos deben haber tenido una de las experiencias que más recordarán en su vida. Una historia que seguramente contarán hoy a sus amigos. Un problema más para el profe de literatura. Mejor, la convicción de saber que la rigidez de lo aprendido puede conjugarse perfectamente con la moldeable escenografía de la realidad y que el mundo es el mismo para todos, a pesar de los que manifiestan lo contrario.
Diego, a través de esta historia ha comprendido mejor que lo del “sueño americano” es el escenario perfecto para dejar de, muchas veces, ser un soñador. Lo deduzco de lo que me dijo mientras me pedía que le cuente historias “de ésas”. Lo deduzco de: “las cosas en ese tiempo debieron ser terribles para los buscadores de oro, profe”.
Al mismo tiempo, el camino se le hace más camino y no una autopista sin final.
Lo que Wellington Castillo dijo era más que una verdad. Pero, ¿De qué valdría que las instituciones se vuelquen con todo a la promoción cultural si no contagiamos a otros de nuestra fiebre de soñar? Ésa, señores, es la tarea que nos toca emprender, no la de repetir que en el país todo está muy mal. Sólo así los grupos artísticos sobrevivirán y tendrán una razón para existir sin pensar en el horizonte fatal. Y nosotros mismos no tendremos la necesidad de partir.
Si no fuera así, tendremos a las sombras tentándonos para emprender el rojo y abundante sendero de la muerte en vez de la verde y emocionante ruta del amor.
O, recordando lo que la Muerte reza en una escena de la obra:
A todos viaje gratis mi barco les dará. El viaje de regreso no les cobrará. ¡No hay viaje de regreso! Donde te lleve yo, la sombra con su aliento apagará tu ardor. ¡Allí todo se arregla! Chilenos, a vuestra hermana oíd: ¡este país extranjero bien vais a digerir! ¡Sí, habrá trifulca! ¡Rompe el hielo en lo fino! ¡Somos muy astutos, pero el dinero lo es más! Cada uno a la vida con dos bolsas vino: Dicha y Desdicha -¡de ambas hay que tomar! ¡Sí, habrá trifulca! ¡Mal rayo me parta! ¡Si que habrá, compadre! ¿Te volverás atrás? ¡Novio amante de oro, tu novia es la guadaña! ¡Sangre será el vino que en la boda tendrás! ¡Sí, habrá trifulca! ¡En sacos y a granel! ¡Hay que estar atentos, como un trompo rodar! ¡Hijo y padre en pugna, madre e hija se roban! ¡Con su cruz el cura el oro cavará! ¡Sí, habrá trifulca! ¡Bien pueden creerme! ¡Hay que ser muy duros si reina el terror! ¡Dos pasos separan La Estrella y la Muerte: donde huele a oro, a sangre hay dolor! ¡Sí, habrá trifulca!

Que las butacas del teatro, que el teatro de la UPAO, continué con el acto, sin pensar en el final.


LA HISTORIA DE JOAQUIN MURIETA
Joaquín Murieta, leyenda popular, también llamado el Robin Hood de El Dorado. Es la audacia y la dignidad de los despojados del suelo y sus derechos. Algunos lo consideran chileno, natural de Quillota. Otros como mexicano de Sonora. Pero algo sí es seguro, es latinoamericano.
El año, 1848, se descubre la primera pepita de oro en California. La noticia llega a Chile y desde los puertos zarparon barcos con chilenos enganchados por la ilusión. En California pronto la xenofobia y el racismo para con el latino se convirtió en persecución y muerte.
En el caso de Murieta, se dice que su hermano fue ahorcado, su casa incendiada y su mujer violada y asesinada. Decide vengarse y se transforma en un bandido. Entre 1850 y 1853, al lado de su mano derecha de Manuel García, conocido como “Jack Tres Dedos”, forma la banda de Los Joaquines con Joaquín Carrillo, Joaquín Valenzuela, Joaquín Ocomorenia y Joaquín Botellellir
Todas las acciones de los bandoleros comienzan a ser atribuidas a Joaquín Murieta, el más rápido y audaz de California; así se va tejiendo su leyenda. Su cabeza cobra valor: 1000 dólares, vivo o muerto.
Los gobernadores de California autorizan formar una élite de Rangers para dar caza a Murieta. En mayo de 1853 salió la cabalgata. Sus rastros se esfumaban con el viento. Días antes de que se venciera el plazo lo emboscan. Los Rangers como evidencia, le arrancaron una mano a “Jack Tres Dedos” y la cabeza a Murrieta, las conservaron en un jarrón lleno de brandy, para llevarlo a todo California, donde los espectadores de las Ferias podían observar los restos, a cambio de un dólar.

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