lunes, 27 de julio de 2009

La humillada… la humillada… la humillada


Por Rocío Silva Santisteban
Columnista del Diario La República
http://www.larepublica.pe/kolumna-okupa/26/07/2009/la-humillada-la-humillada-la-humillada
Siempre me llamó la atención la repetición de ese adjetivo en nuestro Himno Nacional en la famosa y polémica primera estrofa. Como el adjetivo es femenino, un coro de niñas en un patio limeño durante uno de esos inviernos con garúa repitiéndolo al son de una pista de piano, nos hacía parecer a un grupo de vírgenes del Sol a punto de ser sacrificadas. En ese entonces también cantábamos el himno de Alemania, pero las palabras que repetíamos en el coro eran “unidad, derecho y libertad” (se trataba de una versión políticamente correcta del otro himno que dejó de escucharse luego del holocausto: “Alemania, Alemania, sobre todos”).
“Peruano oprimido”, “ominosa cadena”, “condenado”, “cruel servidumbre”, “indolencia de esclavo”, “en silencio gimió”: una legión de sustantivos y adjetivos que nos dan una versión muy poco asertiva de la peruanidad. Cantar la estrofa todos los lunes a primera hora, con la mano en el pecho como lo exigía la reforma educativa velasquista, nos hacía ir formando una idea de nación al bis de la humillación, del silencio, de los gimoteos poco heroicos. Pero como era un canto descontextualizado del momento de la creación del himno –y las euforias decimonónicas por la patria– no suponíamos que todos esos adjetivos y sustantivos estaban dirigidos a nosotras, peruanitas que lo entonábamos, sino a alguien que luchaba por todos los medios de ser libre, de ser tan peruano, tanto, que el Sol podría negar su luz antes de negar su libertad. ¿Quién? En mi imaginación de entonces era el indígena.
Efectivamente: nosotras, yo misma, me sentía absolutamente peruana sin tener que demostrarlo, ni probarlo, con sus pros y sus contras, y aunque cantara en alemán el himno de Alemania, no sentía para nada que fuera mío. Pero el “Somos libres” sí lo era: no sé de qué manera explicarlo, sin duda muchos de los que han cantado el himno fuera del Perú también lo perciben: es una sensación de pertenencia a una sociedad que imaginamos propia, y a su vez, inabarcable, desconocida, imposible de aprehender.
Desde niñas, instruidas en plena reforma educativa, estábamos bien posicionadas en nuestra pretensión de ciudadanía.
Sin embargo, había un sujeto en la misma letra del himno que era el modelo de lo que no debíamos ser: el peruano que era tratado con cruel servidumbre, gimiendo en silencio, con una opresión que exigía arrastrar cadenas y humillar cabezas. ¿Quién era ese modelo? Lo había leído en Arguedas, en Scorza, en Mariátegui: el indígena que no era reconocido en toda su calidad de ciudadano y representaba a ese peruano casi despojado de la intrínseca posibilidad de una digna peruanidad.
Falso: esa imagen paternalista del primer indigenismo, ese dolor arguediano por no poder representar al indio en toda su solvencia, hoy cobra otro tono con el protagonismo de los mismos indígenas en la escritura de la nación. Por eso mismo, cantado hoy en lenguas nativas, espero que no recoja el espíritu de esa letra polémica, pero sí la sensación de pertenencia a esta –digámoslo con cariño– insólita comunidad. ¡Viva el (nuevo) Perú!

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