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Fiel a mi compromiso de llegar zonas poco conocidas en nuestro departamento para incluirlos en su oferta turística me propuse, junto con veintiocho alumnos universitarios, unir la playa de Chérrepe con la de Pacasmayo, en el norte de La Libertad. Cuando en el punto de partida una señora al enterarse de nuestro propósito me dijo: ¡No puedo creer lo que quieren hacer¡, ¿No me están mintiendo?, comprendí que el reto iba ser difícil. Y vaya si lo fue.
Chérrepe, es hoy una caleta de pescadores que está en el límite de la Libertad con Lambayeque y fue, durante la colonia, el importante puerto de la prospera ciudad de Zaña, que compitió con Trujillo para ser la más importante del norte del Perú. De allí partió la expedición de Álvaro de Mendaña para descubrir Filipinas. A las 10.30 de la mañana, desde la casa de mi amigo Nelson Kcomt, que se dice esta sobre la línea divisoria de ambos departamentos, iniciamos nuestra aventura. Previa oración, partimos muy entusiasmados al encuentro de playas desconocidas para nosotros.
El primer tramo, por la llamada playa Prieto, que nos llevo una hora hasta la bocana del río Chaman, lo hicimos por una zona completamente llana y con una refrescante brisa que nos animaba a seg
Pasando playa Piola, ingresamos a playa Grande donde las paredes verticales del acantilado de unos cincuenta metros de altura, con muestras de ser un terreno pedregoso en la parte superior y de arena blanda en la base. Este se derrumba constantemente cuando las mareas altas chocan en la parte baja. Pudimos pasar sin mayor novedad pues el mar estaba retirado, fotografiando siempre tan interesante lugar. Cerca de las dos de la tarde salimos de ese sector para llegar a otro, conocido como playa Rinconazo, llena de piedras y más piedras que convertían a nuestra caminata en agotadora pues sólo acordamos llevar agua ya que la comida la “compraríamos” por las playas que cruzásemos. Craso error, pues no hay ni un alma en esas lejanas playas.
Los pocos pescadores que por allí encontramos nos alertaban que más adelante encontraríamos más acantilados imposibles de atravesar por su altura y por que la marea ya estaría chocando contra ellos. Y fue verdad. Tampoco podíamos dar marcha atrás pues era mucho el camino recorrido; sólo nos quedaba el reto de llegar, a como dé lugar, al balneario La Barranca para almorzar si encontrábamos algún restaurante.
A las cuatro de la tarde estábamos frente a los acantilados, muy altos por cierto. Para seguir nuestra marcha tuvimos que subir a la cima de éstos y continuar atravesando, fatigosamente, las quebradas que bajan a la costa. En el horizonte divisamos la ciudadela de Pacatnamú y a la orilla nuestro destino: La Barranca. El hermoso paisaje compensaba en mucho nuestro sacrificio.
Más adelante bajamos a la playa pues el mar se había retirado lo suficiente p
Este matrimonio nos vendió algo para “almorzar” a las siete y treinta de la noche. En el menú sólo había dos platos para escoger: arroz con un huevo frito o arroz con un poco de atún graten. Pese a su simpleza fueron unos manjares. La fogata animó el espíritu de mis juveniles acompañantes. Muchos de ellos por primera vez me acompañaban en estas aventuras.
Al día siguiente, levantamos el campamento y a las ocho de la mañana, luego de orar, partimos rumbo a Pacasmayo. Cruzamos la desembocadura del río Jequetepeque con el agua más arriba de la cintura improvisando una cadena humana. Al pié está la playa Boca de Río, hoy casi deshabitada. Fue muy agradable encontrarnos con el campamento de un club escolar de turismo de la zona. Seguimos por la orilla del mar hacia la playa Junco Marino, antesala de Pacasmayo. A causa del cansancio acumulado, el tramo lo hicimos en cuatro horas, llegando a tiempo para almorzar en un buen resta
Atrás quedaron cerca de cincuenta kilómetros de playas “vírgenes”, limpias, totalmente descontaminadas, esperando ser puestas en valor turístico. A quienes no nos auguraban el éxito de nuestra empresa, a quienes decían que no lo haríamos, hoy les digo: ¡Si se pudo¡, ¡Lo hicimos¡.
Al final de la jornada, ya en casa descansando mis cincuenta y seis años, aliviándome de los dolores musculares, me reafirmo en lo que siempre he dicho: “Amo mucho la naturaleza, en ella hay toda una vida, una enseñanza y una energía que los humanos estamos perdiendo”. Espero que mis alumnos, mis “guerreros” que me acompañaron en esta jornada sientan lo mismo.
2 comentarios:
Me alegra que haya jovenes interesados en caminar por aquellas playas de la costa norte. Me hace recordar cuando era estudiante de turismo en la segunda mitad de la decada de los noventa, caminamos por alli con los camaradas de la carrera GOTUR del ISTE TRujillo. Nuestro profesor nos decia: Estas arenas guardan la huella de personas que han transitan desde hace mas de 10 000 años... Debe haber pasado algo para que se deje de transitar...
Felicitaciones a sus estudiantes estimado Ivan y un abrazo a los guerreros que viven en las orillas del recuerdo de nuestra historia andina.
Víctor Corcuera.
Qué envidia Iván!!
Qué tal caminata. Alucino poder hacer algo pronto, mientras pueda. Ter buscaré por Trujillo cuando vaya.
Saludos
Iván Mendoza
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