El alcalde de Yungay, Cico Álamo Figueroa, y sobreviviente al mortal terremoto y posterior aluvión que sepultó la ciudad ancashina recordó en RPP los momentos que vivió aquel fatídico 31 de mayo de 1970.
(RPP).- Porque la vida siempre da una segunda oportunidad, y nunca debemos dejar de agradecer que es mejor pocos sobrevivientes a ninguno. Ellos nos recuerdan la tragedia ocurrida hace 40 años, cuando su ciudad quedó sepultada a consecuencia del devastador terremoto y posterior aluvión ocurrido el 31 de mayo de 1970.
Pese a las cuatro décadas que han transcurrido, resulta aún impresionante y desgarrador el testimonio de un superviviente como el del ahora alcalde de Yungay, Cico Álamo Figueroa, quien mantiene imborrables los recuerdos de cómo corrió por su vida y aunque hubo el deseo de que muchos lograran salvarse, solo resistieron unas 24 familias de las aproximadamente 22.000 pobladores que fallecieron aquel día.
El profesor Álamo Figueroa contó a RPP, que por cuestiones del destino el día de la tragedia, él había salido de la ciudad con dirección a un centro educativo del cual era director.
Faltando unos 300 metros para llegar al colegio se detuvo en una vivienda. De repente empezó el terremoto. Recuerda que de sus piernas -que las tenía recias-, se sujetaron dos mujeres con sus cuatro hijos.
"Yo me puse en posición, militarmente hablando, de descanso. Abrí mis dos pies para soportar el movimiento telúrico, y señoras se agarraron de mis pies con sus hijos. Éramos siete", dijo.
Vio como se desprendía el hielo de la parte alta del nevado Huascarán; y mientras la tierra seguía temblando se vino el aluvión y una estampida de gente empezó a correr.
"Las piedras enormes se venían, más grandes que unos trailers, volaban por el espacio. Chocaban entre ellos y salía chispas", narró.
Él burgomaestre yungaino recuerda que aún era joven, así que mientras corría para llegar a la cima de un cerro, en su camino logró ayudar a una mujer. Ambos avanzaron más de 50 metros hasta estar a salvo, en todo momento esquivando los disparos de piedras.
Aunque había sobrevivido, el panorama era devastador: Yungay había desaparecido. "Era una pampa planita con lodo, con sus cuatro palmeras, mientras el Sol brillaba".
Tampoco olvida como en su camino, halló a otra mujer que tenía la cabeza rota y por la sangre que corría por su cara no podía si quiera intentar reconocerla.
"La agachaba sobre la acequia, le lavaba la cara para reconocerla y a una señora Isidora, le he dicho: "Tu casa era una tiendita. Busca una aguja y si tuviera alcohol o yodo".
Trajo aguja con las que juntan las chompas y pasando hilo de costalillo con un poquito de yodo, cosí 13 puntadas en la cabeza", señaló.
El día se hizo interminable para los sobrevivientes porque aunque la ciudad había desaparecido, caminaron mucho para buscar más sobrevivientes.
(RPP).- Porque la vida siempre da una segunda oportunidad, y nunca debemos dejar de agradecer que es mejor pocos sobrevivientes a ninguno. Ellos nos recuerdan la tragedia ocurrida hace 40 años, cuando su ciudad quedó sepultada a consecuencia del devastador terremoto y posterior aluvión ocurrido el 31 de mayo de 1970.
Pese a las cuatro décadas que han transcurrido, resulta aún impresionante y desgarrador el testimonio de un superviviente como el del ahora alcalde de Yungay, Cico Álamo Figueroa, quien mantiene imborrables los recuerdos de cómo corrió por su vida y aunque hubo el deseo de que muchos lograran salvarse, solo resistieron unas 24 familias de las aproximadamente 22.000 pobladores que fallecieron aquel día.
El profesor Álamo Figueroa contó a RPP, que por cuestiones del destino el día de la tragedia, él había salido de la ciudad con dirección a un centro educativo del cual era director.
Faltando unos 300 metros para llegar al colegio se detuvo en una vivienda. De repente empezó el terremoto. Recuerda que de sus piernas -que las tenía recias-, se sujetaron dos mujeres con sus cuatro hijos.
"Yo me puse en posición, militarmente hablando, de descanso. Abrí mis dos pies para soportar el movimiento telúrico, y señoras se agarraron de mis pies con sus hijos. Éramos siete", dijo.
Vio como se desprendía el hielo de la parte alta del nevado Huascarán; y mientras la tierra seguía temblando se vino el aluvión y una estampida de gente empezó a correr.
"Las piedras enormes se venían, más grandes que unos trailers, volaban por el espacio. Chocaban entre ellos y salía chispas", narró.
Él burgomaestre yungaino recuerda que aún era joven, así que mientras corría para llegar a la cima de un cerro, en su camino logró ayudar a una mujer. Ambos avanzaron más de 50 metros hasta estar a salvo, en todo momento esquivando los disparos de piedras.
Aunque había sobrevivido, el panorama era devastador: Yungay había desaparecido. "Era una pampa planita con lodo, con sus cuatro palmeras, mientras el Sol brillaba".
Tampoco olvida como en su camino, halló a otra mujer que tenía la cabeza rota y por la sangre que corría por su cara no podía si quiera intentar reconocerla.
"La agachaba sobre la acequia, le lavaba la cara para reconocerla y a una señora Isidora, le he dicho: "Tu casa era una tiendita. Busca una aguja y si tuviera alcohol o yodo".
Trajo aguja con las que juntan las chompas y pasando hilo de costalillo con un poquito de yodo, cosí 13 puntadas en la cabeza", señaló.
El día se hizo interminable para los sobrevivientes porque aunque la ciudad había desaparecido, caminaron mucho para buscar más sobrevivientes.
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