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Fuente: Diario La República.
Al final de su segundo gobierno, la preocupación fundamental de Alan García es preparar su retorno para el 2016. Ese será el guión escondido del mensaje presidencial. Aparte de una enumeración de logros, el plato de fondo del discurso debiera ser qué se propone para el año restante. Y un pronóstico relativamente seguro es que tendremos bastante cemento en el menú de Fiestas Patrias.
Como lo han mostrado una y otra vez las anteriores campañas, para un candidato que aspira a la reelección (y esto vale también si esta no es inmediata) la inversión segura es hacer obras públicas: “Roba, pero hace obra”. Mejorar la calidad y la cobertura de la educación, hacer que el PJ se reconcilie con la justicia, poner la salud al alcance de los peruanos son metas que lucen bien como promesas electorales y son parte de las soluciones de fondo que el país requiere, pero tienen la desventaja de ser logros intangibles, sin la contundencia material de una carretera o una loza deportiva. Por otra parte, sus efectos se ven a mediano plazo y es otro el ritmo del calendario electoral: en un año no se van a solucionar los gravísimos problemas pendientes de la agenda de educación pero sí pueden inaugurarse postas, estadios, puentes, que luego servirán para probar que el candidato “hizo obra”.
Es dudoso que el mensaje anuncie medidas que contribuyan a mejorar realmente la situación de los trabajadores pues esta tiene sus raíces en un modelo de acumulación cuyo fundamento principal es contraer sus ingresos para elevar las ganancias de los capitalistas. Basándose en las estadísticas del INEI, Humberto Campodónico acaba de mostrar que en el periodo 1991-2008 la participación de los salarios como componente del PBI bajó del 30.1% al 20.9%. La parte que les toca a los trabajadores de la riqueza nacional equivale pues a apenas una quinta parte de la torta. Mientras tanto los capitalistas se llevan las dos terceras partes: los excedentes de explotación (la parte que toca a los dueños del capital) han subido del 52.7% del PBI en 1991 al 63% en el 2008.
Es importante señalar que esto no es simplemente resultado de la conversión de Alan García al neoliberalismo, pues desde antes él contribuyó grandemente a destruir los ingresos de los trabajadores: durante su primer gobierno (1985-1990) los salarios se contrajeron al 47% de su valor original. La condición actual simplemente agrava un estado de cosas intolerable pero que los empresarios se han acostumbrado a ver como “natural”.A esto hay que añadir que cada vez es menor la cantidad de trabajadores que tienen condiciones laborales adecuadas. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Hogares del 2008, de los 15 millones de personas que forman la PEA son asalariadas el 39%, y de estas apenas la mitad tiene condiciones laborales aceptables. Tienen un “trabajo decente” (la categoría ha sido propuesta por Julio Gamero) quienes trabajan bajo contrato, tienen un seguro de salud y/o acceso al sistema de pensiones, reciben un ingreso laboral mayor al salario mínimo vital y laboran una jornada de trabajo semanal que no exceda las 48 horas.
Quienes reúnen estas modestas condiciones representan el 19% de la PEA y la gran mayoría tiene un ingreso por debajo del salario mínimo vital, trabaja jornadas que superan las 48 horas semanales y no tiene seguro ni jubilación. Añadamos que el 2008, cuando se realizó la encuesta ENAHO, fue el mejor año de la década; si se hubiera escogido cualquier otro, los resultados habrían sido peores.
Es dudoso que el discurso aborde las otras asignaturas pendientes. La corrupción proviene del propio gobierno, y es ridículo pedirle al gato que haga de despensero. Los DDHH seguirán siendo pisoteados; el Registro Único de Víctimas elaborado por el Consejo de Reparaciones (subrayo que es una entidad creada por el propio gobierno) tiene inscritas ya 76 mil víctimas y el hallazgo de restos humanos en fosas comunes se sigue multiplicando. Pero los fujimoristas del gobierno siguen diciendo que no hubo violación de los DDHH. Así es mi Perú…
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