lunes, 24 de enero de 2011

EDUCACIÓN EN CADE: EL SIGLO XIX

Por Luis Jaime Cisneros
Fuente:
Diario La República

Todo cuanto se ha dicho en CADE sobre educación, revela que los oradores siguen enclaustrados en el siglo XIX. Dicen, ciertamente, palabras nuevas como ‘calidad’, pero muestran no haber asimilado nada relacionado con el Plan Educativo Nacional; no demuestran haber reflexionado sobre la emergencia educativa de años atrás; no han encarado el tema de la Carrera Magisterial. Y hay un tema totalmente descuidado: la vocación magisterial. En suma, todo cuanto se ha dicho parece aludir a aspectos puramente administrativos, no a enfoques pedagógicos. ¡Qué pena!
Si nos dedicamos a observar actitudes frecuentes del mundo estudiantil, sobre todo muchachos que terminan la Secundaria y están en la mitad de su carrera universitaria, comprobamos la pobre formación que han venido recibiendo. El ensayo ha dejado de ser lectura frecuentada por los jóvenes. La lectura en sí ya no es el saludable ejercicio en que solían entrenarse los estudiantes que llegaban a la universidad hasta 1960. Los nombres de ensayistas no les dicen nada. Si para un alumno de los años 70 mencionar a Ortega, Unamuno, Huxley, Heidegger era confirmar lecturas aprovechadas, ni esos nombres ni los de Caillois, Toynbee, Russell sugieren hoy absolutamente un vislumbre de reconocimiento. Pueden ser músicos de rock, basquetbolistas o terroristas europeos.
Para muchos estudiantes nuestros, los nombres de Porras y Basadre suelen asociarse con las Humanidades. Y si oímos a los muchachos pronunciar los nombres de Mariátegui y Haya de la Torre, sabemos que la razón no está referida a una voluntad específica de lectura como ejercicio intelectual. La ideologización ha ido penetrando por todos los resquicios. ¿Quiénes son los lectores más frecuentes de ensayos? Los muchachos que aspiran a estudiar antropología, filosofía, economía. Ahora hay buen número que aspira a chef.
Cuando buscamos las causas de esta situación, advertimos que las generaciones más jóvenes rechazan todo lo impostado: la voz, los temas. La falta de autenticidad es reputada como un crimen. ¿Será que no encuentran mensaje sustancial en autores que fueron para nosotros modelos de clara prosa o inspiración de reflexión? ¿Por qué, entonces, me pregunto, ya no se lee a Francisco García Calderón, y por qué se está alejando el vigente mensaje de Basadre? ¿Por qué, si es cierto que la obra de Palma resultaba popular por su sentido crítico y su espíritu burlón, han dejado de leerse las Tradiciones, y no es Palma autor frecuentado por la lectura? En las librerías podemos confirmar a Palma en la misma postración que a Eguren, a Valdelomar, a Ribeyro. La mejor prueba de que Palma no era un escritor adocenado y conservador es el descontento que en Riva Agüero suscita su heterodoxia irreverente. Palma, por eso, debería estar más cerca de nosotros, y no lo está. Haya de la Torre reclamó para él el calificativo de tradicionista, término que la Academia ha aceptado, por fin, reconocer. Haya pensaba que ese término reconocía que Palma era un inconforme.

Lo que los oradores del CADE no tuvieron en cuenta es que para encarar la política educativa en la actualidad, hay que situarse en la realidad cultural de nuestro siglo. Y lo primero que hay que encarar es que necesitamos plantearnos métodos distintos de los que han presidido nuestra formación. Y es que los métodos no son taxativos. El método es, como se nos ha explicado, “una astucia dirigida, una estrategia nueva, útil para la frontera del saber”. Bachelard nos advierte ahora que todo método científico es “un método que busca el riesgo. Seguro de lo adquirido, se arriesga una nueva adquisición”. Es que parece que hubiéramos olvidado una vieja afirmación. El método implica el caminar. Pero ese caminar no es el cartesiano, cierto y seguro. Es el que nos propuso el poeta: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Si no hay búsqueda, no hay método. ¿Por qué deben los políticos interesarse en la metodología, si quieren reflexionar sobre política educativa? Porque hay que entronizar en los docentes la certeza de que deben resucitar una fe en la cultura, en el espíritu humano, y un amor por el conocimiento. Hay que escuchar lo que nos propuso Octavio Paz: Apliquemos al trabajo “pasión crítica, amor inmoderado, pasión por la crítica”.

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