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Un libro del periodista César Hildebrandt recoge sus mejores columnas escritas desde la ira, la pasión y esa forma elegante de cultivar la estética: el escepticismo.
César Hildebrandt es para los lectores lo que Marco Aurelio Denegri es para los televidentes: una rareza. Y lo es por su defensa cerrada de la honestidad, el manejo de la lengua con que escribe, el pesimismo con que ejerce el deber de la inteligencia y el enojo con que se enfrenta a los representantes de la corrupción.
De Hildebrandt conocemos en realidad poco acerca de su pasión por el periodismo escrito y muy poco de su aptitud literaria. Su libro de entrevistas Cambio de palabras es un producto de culto que todos citan (y compran), pero casi nadie lee de verdad. Su novela Memoria del abismo ha corrido una suerte peor: ha sido enterrada por la crítica oficial. Esto debido tal vez a las enemistades que se ha ganado por su labor como «sabueso tenaz »(Vargas Llosa).
Su renombre viene de una antigua relación con la televisión, donde se movió siempre con la precisión de un francotirador y la precariedad de un equilibrista. Es allí donde ganó fama de enemigo del poder y aguafiestas de ladrones. Sin embargo, en el plano del periodismo escrito ha sido tan brillante como en la televisión. Son obras suyas, por ejemplo, el diario Liberación y el semanario Hildebrandt en sus trece. El primero —con grandes limitaciones materiales— le hizo frente al régimen fujimorista; y el segundo —que se publica sin anuncios publicitarios— debe ser uno de los referentes más importantes de la cultura política y social de estos tiempos.
Hildebrandt, como dijimos, tiene predilección por el periodismo escrito y dentro de este por el periodismo de opinión. Se trata de una inclinación hasta cierto punto anacrónica, puesto que en un país, en una sociedad, en un mundo donde unos cuantos leen, escribir para un diario puede ser una forma de ejercer la soledad intelectual y una modo de hablarle a las piedras. No obstante, allí está, escribiendo una columna semanal con plena convicción.
Uno de los rasgos característicos de este periodista es que escribe desde la exaltación, la rabia («las vísceras humeantes»), la vanidad, la irreverencia y el escepticismo («una estética de la vida»). Su reciente libro Una piedra en el zapato (Columnas de opinión, 2066-2011) es un tributo a estas formas libres de encarar la profesión periodística. «Escribir como errar, como aproximación trémula, como ira convertida en dardo, como diagnóstico pretencioso. Escribir desde el vaticano de nuestra vanidad y condenar al infierno a nuestros adversarios, que son los que no piensan como uno y que nos agreden con su diversidad», escribe en la Introducción.
Supongo que al autor y los editores no les ha sido fácil elegir las columnas de opinión que integran el libro por dos razones: el periodismo dura la eternidad de 24 horas y los lectores de sus columnas tienen que ser necesariamente lectores cultos, informados y respetuosos del idioma (o al menos eso es lo que imaginamos). Es probable que los seguidores de Hildebrandt seamos tan escépticos y extemporáneos como él. Me refiero a la vocación por el periodismo escrito.
Una piedra en el zapato recoge las columnas que escribió en el diario La Primera y el semanario Hildebrandt en sus trece entre julio del 2006 y agosto del 2011. Las que van a resistir mejor el tiempo son sin duda las que están cargadas por su visión anarquista de la política y su reclamo visceral a favor de la cultura y el placer. Todas tienen un enemigo en común que les respira en la nuca: el tiempo. He ahí la paradoja: se trata de columnas sacadas del contexto del presente con la pretensión de que se desvíen, aunque sea por un breve instante, del destino doloroso que aguarda a los textos periodísticos un día después de publicadas: el olvido. Sin embargo, hay algunas que difícilmente un lector podrá olvidar. Cito el título de un puñado de ellas: Elogio del fracaso, Librerías vacías, Economías de mercado, Si yo creyera en Dios, Se vende casa, Apología del individuo, Jesucristo fue caviar, Alabanza del libro, Vallejo en la calle, Marco Aurelio, Torero o matarife, Prensa corsaria.
Hildebrandt pertenece a esa extraña estirpe de columnistas como Marco Aurelio Denegri, Víctor Hurtado, Francisco Umbral, César Lévano y Manuel D´Ornellas, quienes aunque ideológicamente distantes tienen en común algo que los aproxima: el culto por la corrección idiomática o, como dice Hildebrandt, saberse escribas de la lengua. En este sentido, las columnas de Una piedra en el zapato están endemoniadamente bien escritas y, por lo mismo, es un verdadero placer leerlas.
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