(Por: Manuel Chiriboga Vega – El Universo)
El vínculo entre educación y desarrollo es abrumador; hay una alta correlación entre los logros de los alumnos en matemáticas, ciencias y lectura y el desarrollo de un país. Con seguridad la inversión en educación es la más importante y esta debe cubrir desde la preescolar. Según un trabajo reciente de Norbert Schady, del Banco Interamericano de Desarrollo, “los niños con rezagos en la primera infancia tienen peor rendimiento escolar, menores ingresos cuando acaban su educación y mayores índices de criminalidad que otros niños”. En otras palabras, todo parece jugarse desde los 3 años en adelante. Fíjense, los niños más pobres en Ecuador a los 6 años tienen un retraso cognitivo de un año respecto a otros menos pobres en vocabulario y memoria.
El caso de los niños pobres en las zonas rurales es lamentable. La evidencia es contundente: en cantones típicamente rurales y agropecuarios como Daule, Palestina, Palenque, Pedro Carbo o Paján, las tasas de analfabetismo funcional ronda el 40% de acuerdo a cifras del 2010, apenas por debajo del 2001. El panorama en estos cantones no es excepcional, más bien son representativos. Si a ello añadimos las cifras de analfabetismo simple (no haber asistido a un centro educativo), que supera el 10% en las zonas rurales, llegamos a la conclusión de que al menos una de cada dos personas en las zonas rurales no sabe leer, escribir, hacer operaciones matemáticas simples o tener conocimientos básicos en ciencias. Analfabetismo funcional corresponde a personas que, ante una información que suponga leer y escribir, no posee un conjunto de capacidades y habilidades (de comprensión, de intercambio, de interpelación, de crítica), a través de las cuales pueda incidir sobre su realidad natural, social, cultural y política, mejorando su calidad de vida.
Cabe preguntarse, ¿por qué ocurre esto? Una reciente conversación en el marco del Grupo Diálogo Rural arrojó luces importantes. Si bien se constató el enorme apoyo presupuestario del Gobierno a la educación y la decisión política que lo sostiene, la inercia predomina. Nuevamente alguna evidencia. Lo que caracteriza a buena parte de las zonas rurales es un panorama de este tipo: no hay preescolar, la escuela unidocente está difundida, es decir aquella en que niños de diferentes cursos comparten aula y profesor (un niño rural por lo tanto recibe una sexta parte de atención que el urbano), inasistencia del profesor durante uno o dos días de la semana (ello incrementa la diferencia rural urbana a una octava parte), no hay educación luego del octavo año y más grave aún, el énfasis está en escolarización (es decir en pasar los grados) y no en educación (capacidades de comprensión, intercambio, etcétera), aquello clave de los primeros años de vida en las personas.
Se podría abundar en los déficits en la escuela rural, pero hay un tema que es importante mencionar: muchos de los profesores en las zonas rurales, con excepciones importantes, apenas comienzan su carrera docente o están allí por algún tipo de castigo. Muchos resienten ser profesores rurales y lo que quieren es salir a las ciudades. No hay lo que podría denominarse carrera de maestro rural, ni los incentivos suficientes para ello.
Así que cuando uno piensa en algunas apuestas gubernamentales que solo podemos apoyar, como la Ciudad del Conocimiento o las escuelas del milenio, y constata lo que pasa en las zonas rurales, se pregunta si estamos haciendo las cosas en forma adecuada.
0 comentarios:
Publicar un comentario