Por: Iván La Riva Vegazzo
Gracias a las crónicas de Alexander Von Humbolt y Nicolás Rebaza Cueto puedo imaginar lo sucedido en nuestra ciudad aquel lejano 29 de diciembre de 1820, fecha importante para la historia del Perú.
Según el sabio alemán Von Humbolt, quien llegó a Trujillo pocos años antes, la nuestra era una ciudad de “… calles bien alineadas, muy anchas, lindos templos,…el interior de las casas y de los patios es muy limpio y recuerda las bellas casas de campo de Tenerife. La ciudad tiene una fortificación de arcilla, una muralla de 3 toesas de alto con 15 baluartes, obra del duque de la Palata, hecha en 1686; fortificación que no defiende sino contra la arena que ha inundado Piura”. (x) Una toesa mide casi 2 metros, o para ser mas exactos 1m 949mm.
Sobre los alrededores dice: “… son poco verdes, excepto del lado de Huamang, linda ciudad situada a ¼ de legua del mar”. Desde la ciudad, sin altos edificios, se podía ver el mar, el sabio escribe: “Desde las mismas calles de Trujillo se descubre el horizonte de este mar desierto y sin navíos…”. En referencia a los valles cercanos, Humbolt los describe así: “La provincia de Trujillo no tiene sino tres valles verdes (que son como oasis en las arenas de Libia), formados por los ríos Chicama, Moche y Virú. Existe la tradición según el cual este último río ha dado lugar al nombre del Perú”. Señala que Chan Chan se encuentra “…al norte de Mansiche, pequeño pueblo a ¼ de legua de Trujillo, al cual conduce una avenida de sauces y que es paseo de los habitantes”.
Dentro de esta realidad urbana, el historiador Nicolás Rebaza Cueto nos relata que por aquel entonces no había imprenta, por esta razón se pusieron, por orden del Marques de Torre Tagle, carteles manuscritos en todas las esquinas, invitando al pueblo para que concurriese el 29 a la 2 p.m., a la Plaza, porque iba a deliberarse si se proclamaría, o no, la Independencia. A los notables de la ciudad, se les pasó un billete de invitación. Todo estaba arreglado y convenido para que se proclamase la Independencia; pero se quiso esperar la formalidad que el Cabildo, los notables y el pueblo, lo deliberasen.
A la hora señalada, todas las fuerzas se hallaban formadas en la plaza principal, y el Cabildo reunido en la casa Consistorial, bajo la presidencia de don Manuel Cabero y Muñoz, Marqués de Bella-Vista; los regidores que lo componían eran doce. El pueblo concurrió antes de la hora señalada a la Plaza.
El Intendente Marqués, con toda su comitiva, los oficiales reales y demás empleados de alta graduación, se dirigió a la hora designada, de la Intendencia a la casa Consistorial, en la que lo esperaba el Cabildo. Se le recibió con toda la cortesía que demandaba su alto puesto. El Marqués de Bella-Vista, le cedió la presidencia. Abierta la sesión pronunció el Intendente un breve discurso, manifestando el objeto de la reunión; y que deliberase, si debía, o no proclamarse y jurarse la libertad e independencia de la Patria.
Se leyó parte de la correspondencia del General San Martín, en que ofrecía la protección de su ejército. No hubo oposición alguna, y por unanimidad, el Cabildo y toda la numerosa concurrencia pidieron que se proclamara y jurase la Independencia; todo se asentó en la respectiva acta, firmando primero el Marqués, después los miembros del Cabildo, y enseguida todos los que pudieron estar en las salas de sesiones y corredores.
Proclamada la Independencia, el Marqués expuso que hasta ese momento era la autoridad; más que se desprendía ella, poniéndola en manos del pueblo, para que nombrase al que viese por conveniente. Pidió se le permita pasar las filas del Ejército y derramar su sangre en defensa de su Patria. El Cabildo y toda la concurrencia no admitieron la renuncia; y por el contrario invitaron y suplicaron al Marqués, que continuase con el Gobierno a nombre de la Patria. El acta fue autorizada por el escribano público don Victoriano Ayllón.
Terminada la sesión, salió el Marqués con el Cabildo a la galería. Vestía gran uniforme de Mariscal de Campo, en la mano llevaba un pequeño estandarte; no el que estuvo en exhibición en la casa de la señora Cañete, sino otro de menores dimensiones y de los mismos colores y escudo, que el mayor. El Marqués saludó al inmenso pueblo, atención que fue contestada con estrepitosos vivas, y aplausos a la Patria y al Marqués Torre-Tagle.
Ante la multitud dijo que acababa de proclamarse y jurarse la Independencia; que había dejado el mando en manos del Cabildo y del pueblo; más no lo habían aceptado, obligándole a continuar y que el ejército del Gral. San Martín prestaba su apoyo.
Puso cuanto se había hecho, bajo la protección del cielo y levantando la voz cuanto pudo, batiendo el Pabellón Nacional, dijo: "Viva la Patria, Viva la Independencia". En el acto fue arreada la bandera española, que hasta ese momento flameaba en la casa consistorial y se elevó en su lugar el Pabellón Nacional hecho por la señora Cañete. En seguida una salva real de artillería saludó a la Patria, y al nuevo Pabellón del Perú independiente.
El pueblo saludó con el mayor entusiasmo, a la Patria y al Marqués de Torre-Tagle. En todas las torres de las 13 iglesias que tenía Trujillo, se dio un repique general. El día fue de los más grandes y solemnes que podía esperarse; pues la proclamación que acababa de hacerse, era el acto más augusto de la soberanía del pueblo.
El nuevo gobernante de la Patria, fue conducido por el inmenso pueblo y la noble concurrencia a su casa, que actualmente es conocida como la Casa de la Emancipación.
Gracias a las crónicas de Alexander Von Humbolt y Nicolás Rebaza Cueto puedo imaginar lo sucedido en nuestra ciudad aquel lejano 29 de diciembre de 1820, fecha importante para la historia del Perú.
Según el sabio alemán Von Humbolt, quien llegó a Trujillo pocos años antes, la nuestra era una ciudad de “… calles bien alineadas, muy anchas, lindos templos,…el interior de las casas y de los patios es muy limpio y recuerda las bellas casas de campo de Tenerife. La ciudad tiene una fortificación de arcilla, una muralla de 3 toesas de alto con 15 baluartes, obra del duque de la Palata, hecha en 1686; fortificación que no defiende sino contra la arena que ha inundado Piura”. (x) Una toesa mide casi 2 metros, o para ser mas exactos 1m 949mm.
Sobre los alrededores dice: “… son poco verdes, excepto del lado de Huamang, linda ciudad situada a ¼ de legua del mar”. Desde la ciudad, sin altos edificios, se podía ver el mar, el sabio escribe: “Desde las mismas calles de Trujillo se descubre el horizonte de este mar desierto y sin navíos…”. En referencia a los valles cercanos, Humbolt los describe así: “La provincia de Trujillo no tiene sino tres valles verdes (que son como oasis en las arenas de Libia), formados por los ríos Chicama, Moche y Virú. Existe la tradición según el cual este último río ha dado lugar al nombre del Perú”. Señala que Chan Chan se encuentra “…al norte de Mansiche, pequeño pueblo a ¼ de legua de Trujillo, al cual conduce una avenida de sauces y que es paseo de los habitantes”.
Dentro de esta realidad urbana, el historiador Nicolás Rebaza Cueto nos relata que por aquel entonces no había imprenta, por esta razón se pusieron, por orden del Marques de Torre Tagle, carteles manuscritos en todas las esquinas, invitando al pueblo para que concurriese el 29 a la 2 p.m., a la Plaza, porque iba a deliberarse si se proclamaría, o no, la Independencia. A los notables de la ciudad, se les pasó un billete de invitación. Todo estaba arreglado y convenido para que se proclamase la Independencia; pero se quiso esperar la formalidad que el Cabildo, los notables y el pueblo, lo deliberasen.
A la hora señalada, todas las fuerzas se hallaban formadas en la plaza principal, y el Cabildo reunido en la casa Consistorial, bajo la presidencia de don Manuel Cabero y Muñoz, Marqués de Bella-Vista; los regidores que lo componían eran doce. El pueblo concurrió antes de la hora señalada a la Plaza.
El Intendente Marqués, con toda su comitiva, los oficiales reales y demás empleados de alta graduación, se dirigió a la hora designada, de la Intendencia a la casa Consistorial, en la que lo esperaba el Cabildo. Se le recibió con toda la cortesía que demandaba su alto puesto. El Marqués de Bella-Vista, le cedió la presidencia. Abierta la sesión pronunció el Intendente un breve discurso, manifestando el objeto de la reunión; y que deliberase, si debía, o no proclamarse y jurarse la libertad e independencia de la Patria.
Se leyó parte de la correspondencia del General San Martín, en que ofrecía la protección de su ejército. No hubo oposición alguna, y por unanimidad, el Cabildo y toda la numerosa concurrencia pidieron que se proclamara y jurase la Independencia; todo se asentó en la respectiva acta, firmando primero el Marqués, después los miembros del Cabildo, y enseguida todos los que pudieron estar en las salas de sesiones y corredores.
Proclamada la Independencia, el Marqués expuso que hasta ese momento era la autoridad; más que se desprendía ella, poniéndola en manos del pueblo, para que nombrase al que viese por conveniente. Pidió se le permita pasar las filas del Ejército y derramar su sangre en defensa de su Patria. El Cabildo y toda la concurrencia no admitieron la renuncia; y por el contrario invitaron y suplicaron al Marqués, que continuase con el Gobierno a nombre de la Patria. El acta fue autorizada por el escribano público don Victoriano Ayllón.
Terminada la sesión, salió el Marqués con el Cabildo a la galería. Vestía gran uniforme de Mariscal de Campo, en la mano llevaba un pequeño estandarte; no el que estuvo en exhibición en la casa de la señora Cañete, sino otro de menores dimensiones y de los mismos colores y escudo, que el mayor. El Marqués saludó al inmenso pueblo, atención que fue contestada con estrepitosos vivas, y aplausos a la Patria y al Marqués Torre-Tagle.
Ante la multitud dijo que acababa de proclamarse y jurarse la Independencia; que había dejado el mando en manos del Cabildo y del pueblo; más no lo habían aceptado, obligándole a continuar y que el ejército del Gral. San Martín prestaba su apoyo.
Puso cuanto se había hecho, bajo la protección del cielo y levantando la voz cuanto pudo, batiendo el Pabellón Nacional, dijo: "Viva la Patria, Viva la Independencia". En el acto fue arreada la bandera española, que hasta ese momento flameaba en la casa consistorial y se elevó en su lugar el Pabellón Nacional hecho por la señora Cañete. En seguida una salva real de artillería saludó a la Patria, y al nuevo Pabellón del Perú independiente.
El pueblo saludó con el mayor entusiasmo, a la Patria y al Marqués de Torre-Tagle. En todas las torres de las 13 iglesias que tenía Trujillo, se dio un repique general. El día fue de los más grandes y solemnes que podía esperarse; pues la proclamación que acababa de hacerse, era el acto más augusto de la soberanía del pueblo.
El nuevo gobernante de la Patria, fue conducido por el inmenso pueblo y la noble concurrencia a su casa, que actualmente es conocida como la Casa de la Emancipación.
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