viernes, 6 de marzo de 2009

El espía escondido en el ordenador


El asalto a la privacidad, uno de los males de internet

Por: EDUARDO GONZÁLEZ VIAÑA

La semana pasada, mi hermana María del Pilar recibió por email un mensaje supuestamente enviado por mí.
-Hey, María del Pilar, ¿cuál es el día de tu cumpleaños?- preguntaba.
Mi hermana se sorprendió porque desde niños lo hemos celebrado juntos, y no hace mucho, la llamé por ese motivo para desearle felicidades.
Otro email con la misma pregunta, y otras por el estilo, ha dejado a mi hija Anabelí desconcertada y al borde de las lágrimas.
-Mi padre se ha olvidado de mí- se dijo cuando, además de su fecha natal, supuestamente le pregunté por el nombre de sus padres.
Los editores del «New York Times», a quienes una vez escribí una «carta del lector», recibieron un «Hey» en el que les pedía una foto suya, y deben estar preguntándose quién me ha dado tanta confianza.
La verdad es que yo no he escrito ninguno de esos correos electrónicos. «Mira mis fotos y perfil», «He creado una cuenta con mis fotos y quiero compartirla contigo», «Hi», «Hola», «Hey, quiero ser tu amigo» son algunos títulos patéticos.
Por el contrario, también yo recibí uno en el que se me pregunta mi edad, mis aficiones, mi estado civil, mis bebidas preferidas, mis programas de TV, la marca de mi carro, el banco donde tengo mi cuenta y el equipo de béisbol que prefiero, aunque nunca en mi vida haya entendido ese juego.

Calculo en, por lo menos, veinte mil las personas con quienes me he escrito alguna vez; muchas de ellas leen mi «Correo de Salem». Todas han recibido el preguntón «Hey».
Es uno de los males de internet, y la mejor manera de prevenirlos es no darles bola, no suministrarles información alguna y cerrarles la puerta en la cara borrándolos de inmediato.
Como todos sabemos, las informaciones obtenidas de esa manera van a empresas que organizan inmensos bancos de datos y luego venden nuestros emails y todos los detalles de nuestra vida privada a tiendas, entidades bancarias, vendedores de casas, aseguradores, servicios médicos, repartidores de pizzas, partidos políticos e incluso empresas organizadoras de citas y casamientos.

En los Estados Unidos, donde vivo, no hay día en que deje de recibir cartas de diversas empresas que parecen estar enteradas de todas mis necesidades. Por ejemplo, al cumplir los 50 años, recibí varias invitaciones a conseguirme un buen seguro de funerales.
Felizmente, ya lo sabemos. Los más íntimos detalles de nuestras vidas cotidianas están siendo monitoreados, buscados, grabados y vendidos al que pueda comprarlos. George Orwell tenía toda la razón. Las pantallas de la TV y de internet se están convirtiendo en una sola pantalla circular. Ahora es mucho más fácil para un totalitarismo sonriente controlarnos y decirnos lo que debemos pensar, leer, comprar y soñar.
El triunfo de la máquina y del Estado de las corporaciones sobre el hombre individual que vaticinó Orwell ya no es una fábula. Cada día que pasa, el predominio de la informática sobre las actividades humanas es más aplastante.
Por mi parte, sigo apostando por los hombres y contra las máquinas. Acabo de publicar en España, luego de Italia, Perú y USA, mi novela «El corrido de Dante». En ella, un inmigrante ilegal mexicano recorre el país más moderno del mundo en una Van y con burro a su costado. Nadie podrá detenerlo. Ni las más sofisticadas computadoras detectarán su presencia en los caminos del mundo. No habrá muro capaz de detenerlo. Como yo no tengo un banco de datos ni una poderosa empresa decidida a promover una novela de inmigrantes, les cuento a mis lectores esta historia y les pido que la hagan correr de boca en boca. «Hey», le pregunto a Hey. Ya veremos quién se sale con la suya.

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