martes, 3 de enero de 2012

EL CÓDIGO ROTO EN LA CONTRACULTURALIDAD LITERARIA

Cuando tus actitudes le rompen la columna vertebral a la belleza

Por Nicolás Hidrogo Navarro
hacedor1968@yahoo.es
(Cualquier similitud con alguien, no es coincidencia).

De qué me sirve la avenida esplendorosa de tus versos hexametrados y tus trinos consonantes de rubíes, si todo es ficción tropológica, si todo es artificio y pompas de jabón, si todo es truco publicitario, si todo es una avenida antorchada de hipocresías y cinismos estéticos.
El concepto de libérrimo en la literatura se ha llevado a los excesos como lo es libertad con libertinaje. Por supuesto que se necesita no solo libertad temática, estructural, estilística, tropológica, sintáctica, para poder innovar en la forma la trilladez de los temas. Temas del amor, locura, existencialismo, naturaleza, ecología, reflexión, ternura y pasión, son tópicos universales recurrentes en la literatura posmoderna, por lo menos en el terreno lírico, en menor cuantía en los predios narrativos. Sin embargo, -pese a que no es algo nuevo, sino latente- se suman a ellos aspectos extraliterarios, las actitudes y conducta que a pesar que se pretende eufemizar, represente una amenaza latente del producto estético, en la que sí todos estamos de acuerdo que es lo único que se salva y queda finalmente. Se lee por placer, se lee para atrapar otros mundos y experiencias, se lee para probarnos así mismos que tenemos capacidad de emocionarnos con las palabras ñudadas en estructuras simbólicas ausentes como denotativas. Se lee para exorcizar y poblar de fantasmas nuestras noches y nuestras soledades. Se lee para encontrar belleza y para sorprendernos con nueva estructuras sintagmáticas en el camino menos esperado. Se lee para ver de otra manera el uso y combinación de los lexemas. Se lee para educarnos en sensibilidad y matar nuestra animalidad y analfabetismo latente.
¿Quién y cómo son los que producen literatura? ¿Es exigible que exista congruencia entre su yo poético, su yo ideal y su yo real? ¿Se puede separar diferenciadamente al poeta como tal y al ser real que lo representa en su vida real, aunque el uno sea bueno y el otro malo? ¿Un poema como el poeta deben de carecer de un código de valores humanos para subordinarse a un arquetipo estético y nada más?
¿Es y deben ser tolerables los vicios sociales (llámese alcoholismo, drogadicción, psicopatías, perversiones misogínicas, conductas antisociales, racistas, xenofóbicas y misántropos? ¿Los poetas deben tener licencia y ser eximidos para hacer jolgorio y demostración de orgullo y ufanía en mostrar conductas antisociales e indebidas en mérito a su calidad literaria?
Si el poeta está enfermo, ¿no estará enferma también su poesía?. Educativamente, ¿debemos permitir que cualquier poema con contenidos subliminales de destrucción, suicidio, perversiones, sicaliptografía, contravalores, odio, soliviantamiento, inducción a la autodestrucción como vía de escape de la soledad, la paranoia y misantropía, de quien lo escribe?
Tengo tantas incógnitas de hipótesis y pocas respuestas con asidero de tesis y rigor de contrastación, porque en literatura, como acto de elucubración, es una arena movediza de opiniones subjetivas. Sin embargo, creo que tengo claro que la poesía es un producto humanizador y hominizador. Creo sí que ningún poema producido estéticamente y con equilibro mental (ojo, el poeta puede estar loco y con su propia neurosis para crear, eso le puede ir hasta bien y ser necesario) debe ser inducción al comportamiento de salvajismo troglodita, al autoaniquilamiento o la involución irracional o al simplismo enfermizo de querer contaminar a los demás con sus despojos emocionales, pues estaríamos incumplimiento un canon y patrón estético elemental: ser bello.

En todo poema hay cierta dosis y fusión aleatoria de tres “yo”: Un “yo poético” (ficcionar una experiencia onírica con fines estéticos, sintácticos, tropológicos, fonéticos y figurativos, sin necesariamente sentirla o haberla vivenciado). Un “yo ideal” (el subconsciente, lo que ni fuiste ni tienes, pero quieres ser o tener). Un “yo real” (la vivencia y estado socio-emocional, el ahora). Por ello lo que digas en el signo de tu poesía tiene mucho que ver: tu sensibilidad estética y humana, tu estado de ánimo y emocional, tu saber y canon estético adoptado y recreado, tus influencias lectoras y estilísticas de otros autores, la calidad y cantidad de tus lecturas diversificadas, tu paradigma ideopolítico, tu dogma y credo religioso, tu posición antropológica y filosófica del mundo y la sociedad, tu formación educativa y familiar, tu nivel socio-económico, tu situación contigo mismo, tu familia y tu entorno inmediato, tus inter e intrarrelaciones personales y sociales, pero sobre todo tu calidad humana. Lo puedes decir extraliterariamente intelectualizando tu arte poética o no. Pero finalmente aunque no lo digas explícitamente, tu poema te delatará y hablará en clave por ti.

El código literario se rompe cuando:
1.- Por imitar el desquiciamiento y conductas perturbadas por la fama y el prestigio o conflictos existenciales contraídos, de ciertos escritores consagrados. Imitan, defienden, evocan citan la conducta sórdida para parecerse a ellos en lo que dicen, comen o eructan, pero no imitan la calidad literaria.
2.- Tu placer de escribir y leer solo se circunscribe a un círculo apandillado, remedo de mafia gratin de autobombos, sin que el efecto o impacto social sea mayor al de tu cueva báquica. Cuando tu autocomplacencia es más grande que la necesidad de calar o generar un círculo mayor de lectores, entre niños jóvenes y lectores consuetudinarios. Eso se evidencia en tu desconsuelo de no vender tus propios textos, sino resignarte a ser rechazado por una comunidad de lectores que nunca cultivaste porque te encerraste en tu caverna, con poses de divo y -autoconsagrado por tu enfermiza egolatría- a leerse los poemas entre gitanos, como si así revolucionarías el concepto mismo de promoción literaria.
3.- Cuando confundes tus poemas personales, de confesiones y martirios existenciales, de alaridos y retorcidas formas ostracistas y de tus esperpénticas maneras de cómo te lisió la vida y pretendes venderlos a los demás como tu dulce tormento y consuelo de ver tan infeliz a los demás -como lo eres tú- y pides un acompañamiento masivo al averno, porque no tienes la valentía de irte solo.
4.- Cuando haces de tu vida pública un llamado permanente de atención y lo continúas haciendo sin que nadie te haga caso, generando más compasión que miedo. Dices querer aparentar ser y vender tu imagen de maldito, pero cuanto más procuras ello, más lastimidad generas. Dices ser maldito, vez una cucaracha y sales despavorido para meterte en tu close.
5.- Cuando dices que no te importan las opiniones de los demás, cuando en actos públicos nefastos, destruyes cada uno de tus poemas, con tus escándalos y tropelías. Cuando conviertes la belleza de la poesía azul en la negrura desarrapada de tus maledicencias y antihigiénicas formas de ser y proceder.
6.- Cuando a veces te conviertes en enemigo de ti mismo y la poesía, al establecer una incongruencia fatal entre el maravilloso y cándido poema que escribiste esta mañana de la tristeza y hambruna de un niño; y, por la tarde, diste un empujón verbal al niño que se acercó ti a venderte un dulce y preferiste pedirte otra botella de licor más.
7.- Cuando crees que la literatura es tu estercolero donde echas todo lo pútrido, olvidándote que cada poema es un acto de redención, un trozo de alma, una construcción que busca embellecer la vida y el solaz del lector, un hecho que encierra en clave fosilizadamente tus emociones más cándidas y no necesariamente una ficción pirotécnica de palabras que sorprenden por su caos, pero que no tiene cuerpo ni alma.
8.- Cuando crees que lector no merece tu respeto y estableces una relación de dios/vasallo, omnipotente/fans, y no una complicidad de creador/lector. Matas a la poesía cada vez que te comportas como un energúmeno al decir qué importa que seas un vil rufián si al final mi poesía me salvará.
9.- Cuando rompes el feed back y la piedra de toque entre los que te leen y te quieren y tú, haciéndote parecer un remedo de un ídolo de barro salitroso en su burbuja mentecata, que solo existe en tu imaginación.

La literatura es un acto de hechizo, de redención y fe en la belleza. Es un hecho estético que reclama pasión y emoción. La literatura, como el acto creador, exige libertad absoluta, pero tiene sus propias reglas y empatías, sus propios linderos: el lindero de la poesía es la belleza y excelsitud del poema y el poeta. La poesía no es un acto díscolo, enfermo, trastornado ni un ave sifilítica, ni una demencia senil, ni un acto de putrefacción humana. La poesía azul es un albatros gigantesco que roza cada mañana tu sien, que se mete entre tu ventana a verte llorar y a escuchar tus penas. La poesía es un solfeo de sirena, un aroma y una melodía fusionada a la vez que comparte tus penas y succiona tus tristezas para volverlas una posibilidad redentora. La poesía educa y forja tu espíritu y tu vida. La poesía dice lo que el lenguaje científico no puede decir, la poesía te eleva hacia edificaciones más constructivas, te hace más tierno y sublime, más humano y te desanimaliza, te hace menos estúpido.

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