Transcurridos dos días de la fase oral en La Haya, pareciera que el viento jurídico que corre sobre este diferendo marítimo juega a nuestro favor. La intervención de nuestros co-agentes y abogados ha sido tan notable –quisiera destacar especialmente las del embajador Allan Wagner y el abogado francés Alain Pellet, aunque todos estuvieron muy bien– que cunde la sensación de éxito inminente.
El argumento principal esgrimido por nuestros diplomáticos está puesto sobre la mesa: que no hay tratado de límites marítimos explícito, que los diversos convenios o acuerdos de pesca que se hicieron en 1947, 1952 y 1954 no lo son, y que en el marco del Derecho contemporáneo del mar no se puede presuponer que esas fronteras existen. Nuestra argumentación, en este momento, no tambalea para nada.
Al contrario, se muestra coherente y resulta sintomático que ya haya voces en Chile –como la de Patricio Navia, en este mismo diario, quien afirma que es probable que “haya más razones para festejar en Lima”– que insinúan que el fallo no les resultará feliz. Raúl Sohr, otro reputado analista chileno, incluso ha sido capaz de criticar el armamentismo de su país.
Aun así, no es tiempo de triunfalismos, no debemos apresurarnos ante un tema tan delicado. Por un lado, porque el Derecho tiene laberintos que nos pueden sorprender y la Corte no se va a guiar por el sonido de las barras. Pero también porque, precisamente, el exceso de entusiasmo se podría convertir en ánimo de “revancha” y enrarecer un ambiente que nuestros diplomáticos han mantenido sereno.
Falta, además, el alegato chileno, que de pronto trae sorpresas –aunque lo que se va a decir ya está en los escritos– y quedan aún largos meses para la emisión de la sentencia. Si el clima, a pesar de todo, civilizado que prima en ambos países se mantiene, probablemente nos estemos asomando a un gran giro en este largo camino de distancias y controversias.
0 comentarios:
Publicar un comentario