
Por: Juan Paredes Castro
Publicado en el diario El Comercio - Martes 9 de Febrero del 2010
Luis Bedoya Reyes no necesita del registro notarial de nadie para distinguir cuándo este columnista acierta o se equivoca con respecto a él.
Tengo en el padre fundador del Partido Popular Cristiano a uno de mis habituales lectores y también a uno de mis más agudos críticos, siempre dispuesto a no ahorrarse conmigo su risueño y sarcástico sentido del humor.
Cuando hace poco escribí aquí “De Bedoya a Heresi, 40 años después”, a propósito de la renuncia del segundo al PPC, quise recordar simplemente dos tiempos cruciales en la vida del socialcristianismo peruano: el tiempo del “Tucán”, en el que alrededor suyo brillaron y crecieron muchas figuras políticas de polendas, hasta que él decidió pasar al retiro; y el tiempo siguiente, en el que el esfuerzo de apertura de Lourdes Flores al interior del partido no ha podido más que el esfuerzo de otros por encerrarlo, quizás no por ineptitud sino por creer que no debe haber saltos generacionales bruscos sino tan estrictamente graduales que el cambio no se sienta.
La partida del propio Bedoya de la Democracia Cristiana de Héctor Cornejo Chávez, en 1966, ¡claro que no fue por cálculos políticos ni electoreros del momento (nunca se me hubiera ocurrido dejarlo entrever así) sino porque el primero sentía que no calzaba en el distorsionado empaque político del segundo!
No sé quién o quiénes han querido ver o imaginar en mi columna (4/2/2010) una comparación entre Bedoya y Heresi, que yo no he hecho. La mención que hago de ambos corresponde solo a los dos momentos aludidos: al durante y después de Bedoya. Lamento tanto que Heresi no haya tenido más espacio para crecer en el PPC como las circunstancias que lo llevaron a renunciar y a sumarse presto a una tripulación de una nave que todavía no se ha hecho a la mar municipal: la de Álex Kouri. No obstante Heresi sabe, por el recorrido que tiene, que el país no puede vivir todo el tiempo de “outsiders” sino de partidos políticos.
Dejo, pues, a salvo los dos tiempos de Bedoya Reyes: el durante, en toda su integridad; y el después, con todas sus reservas, sin que en mi haya existido el ánimo de desvirtuar ni la realidad ni el contexto histórico que sin duda lo honran.
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