Correo de Salem 499
Por Eduardo González Viaña
egonzalezviana@gmail.com
http://www.elcorreodesalem.com/
Estábamos en pleno mitin por los inmigrantes en Salem cuando divisé a dos niños que participaban en el acto. Mientras sus padres coreaban lemas contra el racismo de Arizona, los pequeños, sentados sobre una grada de cemento, estaban dedicados a la lectura. La niña tenía siete años. Su hermano, ocho.
Aunque estaban por llamarme en la lista de los oradores, me acerqué a los jovencitos y logré sentarme a su lado. Tenía mucho interés en saber qué tipo de libros habían logrado cautivar su atención durante las dos horas que ya duraba nuestro mitin.
-Es la historia de un perro.- me respondió Nieves. Añadió:
-Está en el cielo volando y tiene que llegar hasta la otra orilla del universo.
-¿Cuántos días le faltan?-pregunté tratando de meterme en la lógica de la historia.
La niña me quedó mirando como se debe de mirar a los marcianos, o a los tontos.
-Esas distancias no se miden en días….- respondió muy severa. Pensé asombrado que me iba a hablar de años luz, pero no fue así.
-La otra orilla del universo son nuestros corazones.-me explicó.
Quizás me llamaron al estrado en ese momento. Preferí quedarme con Nieves y con su hermano Fernando porque sabía que, entre ellos, tenía mucho que aprender.
Conversé con los padres y los felicité por darles libros a los niños y por haberlos llevado a la manifestación.
-No fuimos los de la idea. Ellos podían haberse quedado con su abuelita, pero nos rogaron que los trajéramos.
-¿También querían ellos protestar?
Elizabeth de Benvenuto, la madre, parecía no tener una respuesta.
-Es algo diferente que eso.
Me contó la historia:
A mediados de abril, Paulina, la vecinita de Nieves y su mejor amiga, se había pasado varias horas en la puerta de la escuela esperando a su padre. Lamentablemente, aquél no llegó porque los agentes de Inmigración habían descubierto que era ilegal y, de inmediato, lo fueron a sacar de la fábrica donde trabajaba para expulsarlo a México.
-Eso ocurrió hace más de un mes. Desde entonces, Nieves va todas las tardes a visitar a Paulinita y a su madre. Dice que va a acompañarlas a llorar.
El locutor anunció varias veces mi nombre, pero yo no me moví. En todos estos días, el presidente Obama ha estado postergando la reforma migratoria para hacer campaña por otras leyes – a mi parecer, superficiales- que los liberales de este país consideran urgentes reformas sociales.
En la frontera con México, varios grupos paramilitares autodenominados “Patriots” esperan con metralletas a los que pretendan entrar, o procuran desviarlos para que ingresen al infernal desierto. En un país árabe, una mujer está a punto de ser condenada a muerte por haber “permitido” que un hombre bestial la violara. En otro país de América, hacen cargamontón contra una mujer que no puede defenderse.
Me acerqué a la pequeña Nieves para preguntarle si algún día podríamos convencer a toda esa gente de las ventajas de pensar con el corazón.
No llegué a formular la pregunta. La pequeña levantó los ojos hacia mí y me dijo feliz:
- El perro ya está por llegar a la otra orilla del universo… Y ya le he dicho a usted que la otra orilla está justo en medio de nuestro corazón.
Por Eduardo González Viaña
egonzalezviana@gmail.com
http://www.elcorreodesalem.com/
Estábamos en pleno mitin por los inmigrantes en Salem cuando divisé a dos niños que participaban en el acto. Mientras sus padres coreaban lemas contra el racismo de Arizona, los pequeños, sentados sobre una grada de cemento, estaban dedicados a la lectura. La niña tenía siete años. Su hermano, ocho.
Aunque estaban por llamarme en la lista de los oradores, me acerqué a los jovencitos y logré sentarme a su lado. Tenía mucho interés en saber qué tipo de libros habían logrado cautivar su atención durante las dos horas que ya duraba nuestro mitin.
-Es la historia de un perro.- me respondió Nieves. Añadió:
-Está en el cielo volando y tiene que llegar hasta la otra orilla del universo.
-¿Cuántos días le faltan?-pregunté tratando de meterme en la lógica de la historia.
La niña me quedó mirando como se debe de mirar a los marcianos, o a los tontos.
-Esas distancias no se miden en días….- respondió muy severa. Pensé asombrado que me iba a hablar de años luz, pero no fue así.
-La otra orilla del universo son nuestros corazones.-me explicó.
Quizás me llamaron al estrado en ese momento. Preferí quedarme con Nieves y con su hermano Fernando porque sabía que, entre ellos, tenía mucho que aprender.
Conversé con los padres y los felicité por darles libros a los niños y por haberlos llevado a la manifestación.
-No fuimos los de la idea. Ellos podían haberse quedado con su abuelita, pero nos rogaron que los trajéramos.
-¿También querían ellos protestar?
Elizabeth de Benvenuto, la madre, parecía no tener una respuesta.
-Es algo diferente que eso.
Me contó la historia:
A mediados de abril, Paulina, la vecinita de Nieves y su mejor amiga, se había pasado varias horas en la puerta de la escuela esperando a su padre. Lamentablemente, aquél no llegó porque los agentes de Inmigración habían descubierto que era ilegal y, de inmediato, lo fueron a sacar de la fábrica donde trabajaba para expulsarlo a México.
-Eso ocurrió hace más de un mes. Desde entonces, Nieves va todas las tardes a visitar a Paulinita y a su madre. Dice que va a acompañarlas a llorar.
El locutor anunció varias veces mi nombre, pero yo no me moví. En todos estos días, el presidente Obama ha estado postergando la reforma migratoria para hacer campaña por otras leyes – a mi parecer, superficiales- que los liberales de este país consideran urgentes reformas sociales.
En la frontera con México, varios grupos paramilitares autodenominados “Patriots” esperan con metralletas a los que pretendan entrar, o procuran desviarlos para que ingresen al infernal desierto. En un país árabe, una mujer está a punto de ser condenada a muerte por haber “permitido” que un hombre bestial la violara. En otro país de América, hacen cargamontón contra una mujer que no puede defenderse.
Me acerqué a la pequeña Nieves para preguntarle si algún día podríamos convencer a toda esa gente de las ventajas de pensar con el corazón.
No llegué a formular la pregunta. La pequeña levantó los ojos hacia mí y me dijo feliz:
- El perro ya está por llegar a la otra orilla del universo… Y ya le he dicho a usted que la otra orilla está justo en medio de nuestro corazón.
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