Por: Iván La Riva Vegazzo
"Trujillo es hija de España y nieta de Chan Chan". Tan acertada aseveración del Arq. Fernando Belaúnde Terry, ex – presidente del Perú, me motivó a recorrer la historia y los monumentos de la ciudad que me vio nacer.
Los españoles trazaron la ciudad teniendo como eje la Plaza Mayor. En Trujillo la trazaron grande, enorme y fue una de las plazas más grandes del virreinato. A su alrededor dejaron lugar para el Cabildo, la Iglesia Mayor o Catedral, para la Gobernación y las casas de los principales.
Así la trazó don Miguel de Estete, a quien Diego de Almagro dejó como Adelantado en el valle de Chimo, encargándole erigir una ciudad que sería "...alivio de caminantes en la aridez del desierto y equidistante entre San Miguel de Piura y Lima". Almagro, a su regreso de Quito, encontró en este valle la imponente ciudad chimú de Chan Chan y un clima benigno. El 6 de diciembre de 1534 la bautizó con el nombre de Villa de Trujillo, como un homenaje a la tierra natal de Pizarro, su compañero de aventura. Y luego fue a buscarlo a Pachacamac para darle la buena nueva.
Posteriormente, el Emperador Carlos V otorgó a Trujillo el título de ciudad y un escudo de armas, que lleva una K de oro, primera letra del nombre del Emperador y el aspa o cruz de San Andrés, que era el de la dinastía española de los Borgoña, la misma que termina con la madre de Carlos, la reina doña Juana “La Loca”. Conceder a Trujillo el emblema personal de los monarcas significó gran honor.
El tradicionista Ricardo Palma nos recuerda que años más tarde, a pedido de don Manuel Godoy, príncipe de la Paz, duque de Alcudia y ministro omnipotente de Carlos IV, nombrado "alcalde de Trujillo", el propio rey estampó el sacramental "Yo el Rey" sobre la real cédula que añadía a nuestro escudo de armas tres roeles de oro, en sautor, sobre las columnas de plata, esto es metal sobre metal, lo que -a decir de don Ricardo Palma- en la heráldica vale tanto mas que ser "primo de Dios Padre". Desde entonces los trujillanos blasonamos y, con razón, de ser tan nobles como el rey. Lima, con ser Lima, no luce en su escudo de armas metal sobre metal. Honra tamaña estaba reservada para Trujillo, termina diciendo el tradicionalista.
El Corregidor don Miguel Feijoo de Sosa narra del terremoto del 14 de febrero de 1619, día de San Valentín, que en un minuto derribó todos sus hermosos edificios, murieron 350 personas y la tierra tembló durante 95 días. En 1627 a propuesta del corregidor Juan Losada Muñoz, en recuerdo del pavoroso terremoto el antiguo Cabildo Civil y Eclesiástico acordó nombrar a San Valentín como Patrono y Abogado de nuestra ciudad.
Según el plano de Fernando Saavedra confeccionado en 1689, Trujillo parece un “orlado medallón antiguo” que encierra el damero de la ciudad con sus grandes solares. La orla es una muralla de adobes y palos, de la que aún quedan algunos restos. Fue construida entre 1685 y 1687 por disposición del virrey Duque de La Palata para proteger a la ciudad de los filibusteros que ya habían saqueado Zaña y el puerto de Guayaquil. Pero, útil o no, el muro cumplió con su objetivo de alejar a los piratas y filibusteros que asolaban nuestras costas.
La ciudad de Trujillo hasta la actualidad ha sabido conservar sus auténticos valores. Ciudad señorial, de prosapia nobilísima y de eterna primavera. Ciudad con personalidad bien acentuada, de casonas señoriales, de bellas plazas, de barrios mestizos y modernos, salpicados de jardines multicolores. Tiene una atracción irresistible a la que se rinde todo aquel que la visita. La pileta de mármol de Carabamba, que antes estuvo ubicada al centro de la Plaza Mayor, hoy se ubica en la Plazuela del Recreo, bello rincón que evoca la época virreynal. En su lugar se levanta un monumento de granito dedicado a la libertad, obra de Edmud Moller, traído desde Alemania a principios del siglo XX, desde esta Plaza se proclamó la independencia del Perú en 1820.
La obra maestra del altar mayor de su Catedral; el dosel del púlpito de la Iglesia de San Agustín, al que Whetey consideró como el más extraordinario de todos los púlpitos del Perú; la serena paz del templo de San Francisco, en el que predicó San Francisco Solano; las gráciles espadañas de La Merced; las tallas del púlpito de Santa Clara; las valiosas pinturas de Belén; la antiquísima parroquia de indios de Santa Ana; el tabernáculo cilíndrico de San Lorenzo; el churrigueresco altar mayor de Nuestra Señora del Carmen; la majestuosa Santo Domingo con su campanario mellizo y la iglesia del poblado indio de Santiago de Huamán con su fachada barroco-mestiza, única en la costa del Perú, son el testimonio de la profunda fe del pueblo trujillano.
Contribuyen a ese mismo fin, las mansiones coloniales y republicanas, con sencillas fachadas quebradas por riquísimos balcones de madera tallada y ventanas de reja de fierro forjado, verdaderas obras maestras de singulares artesanos. En su interior, patios grandes, mobiliario virreinal y techos artesonados evocan viejos tiempos de "copete y pantorrilla".
Pasear por el antiguo damero urbano y encontrarse con esas casonas que nos hacen retroceder en el tiempo. La belleza de la Casa del Mayorazgo, con sus techos de madera tallada y su amplio patio al que miran ventanas enrejadas; la fachada con hermosos relieves de la Casa de los Condes de Aranda; la enorme mansión del Mariscal de Orbegozo con su patio de rejas de hierro forjado; el balconcillo y los murales de la Casa Ganoza Chopitea; la fastuosa Casa Iturregui que ocupa orgulloso el Club Central; los muebles de inapreciable valor -entre ellos el escritorio en el que Simón Bolívar firmó muchos decretos- de la Casa Urquiaga; la antiquísima Casa Garci Holguín, construida por uno de los fundadores de Trujillo y de la ciudad de Méjico, de quien fuera su Alcalde en 1531; la historia que trasunta la Casa de la Emancipación, alguna vez, sede del Congreso Nacional.
Esto y mucho más ofrece al turista, el “Trujillo que yo quiero”.
"Trujillo es hija de España y nieta de Chan Chan". Tan acertada aseveración del Arq. Fernando Belaúnde Terry, ex – presidente del Perú, me motivó a recorrer la historia y los monumentos de la ciudad que me vio nacer.
Los españoles trazaron la ciudad teniendo como eje la Plaza Mayor. En Trujillo la trazaron grande, enorme y fue una de las plazas más grandes del virreinato. A su alrededor dejaron lugar para el Cabildo, la Iglesia Mayor o Catedral, para la Gobernación y las casas de los principales.
Así la trazó don Miguel de Estete, a quien Diego de Almagro dejó como Adelantado en el valle de Chimo, encargándole erigir una ciudad que sería "...alivio de caminantes en la aridez del desierto y equidistante entre San Miguel de Piura y Lima". Almagro, a su regreso de Quito, encontró en este valle la imponente ciudad chimú de Chan Chan y un clima benigno. El 6 de diciembre de 1534 la bautizó con el nombre de Villa de Trujillo, como un homenaje a la tierra natal de Pizarro, su compañero de aventura. Y luego fue a buscarlo a Pachacamac para darle la buena nueva.
Posteriormente, el Emperador Carlos V otorgó a Trujillo el título de ciudad y un escudo de armas, que lleva una K de oro, primera letra del nombre del Emperador y el aspa o cruz de San Andrés, que era el de la dinastía española de los Borgoña, la misma que termina con la madre de Carlos, la reina doña Juana “La Loca”. Conceder a Trujillo el emblema personal de los monarcas significó gran honor.
El tradicionista Ricardo Palma nos recuerda que años más tarde, a pedido de don Manuel Godoy, príncipe de la Paz, duque de Alcudia y ministro omnipotente de Carlos IV, nombrado "alcalde de Trujillo", el propio rey estampó el sacramental "Yo el Rey" sobre la real cédula que añadía a nuestro escudo de armas tres roeles de oro, en sautor, sobre las columnas de plata, esto es metal sobre metal, lo que -a decir de don Ricardo Palma- en la heráldica vale tanto mas que ser "primo de Dios Padre". Desde entonces los trujillanos blasonamos y, con razón, de ser tan nobles como el rey. Lima, con ser Lima, no luce en su escudo de armas metal sobre metal. Honra tamaña estaba reservada para Trujillo, termina diciendo el tradicionalista.
El Corregidor don Miguel Feijoo de Sosa narra del terremoto del 14 de febrero de 1619, día de San Valentín, que en un minuto derribó todos sus hermosos edificios, murieron 350 personas y la tierra tembló durante 95 días. En 1627 a propuesta del corregidor Juan Losada Muñoz, en recuerdo del pavoroso terremoto el antiguo Cabildo Civil y Eclesiástico acordó nombrar a San Valentín como Patrono y Abogado de nuestra ciudad.
Según el plano de Fernando Saavedra confeccionado en 1689, Trujillo parece un “orlado medallón antiguo” que encierra el damero de la ciudad con sus grandes solares. La orla es una muralla de adobes y palos, de la que aún quedan algunos restos. Fue construida entre 1685 y 1687 por disposición del virrey Duque de La Palata para proteger a la ciudad de los filibusteros que ya habían saqueado Zaña y el puerto de Guayaquil. Pero, útil o no, el muro cumplió con su objetivo de alejar a los piratas y filibusteros que asolaban nuestras costas.
La ciudad de Trujillo hasta la actualidad ha sabido conservar sus auténticos valores. Ciudad señorial, de prosapia nobilísima y de eterna primavera. Ciudad con personalidad bien acentuada, de casonas señoriales, de bellas plazas, de barrios mestizos y modernos, salpicados de jardines multicolores. Tiene una atracción irresistible a la que se rinde todo aquel que la visita. La pileta de mármol de Carabamba, que antes estuvo ubicada al centro de la Plaza Mayor, hoy se ubica en la Plazuela del Recreo, bello rincón que evoca la época virreynal. En su lugar se levanta un monumento de granito dedicado a la libertad, obra de Edmud Moller, traído desde Alemania a principios del siglo XX, desde esta Plaza se proclamó la independencia del Perú en 1820.
La obra maestra del altar mayor de su Catedral; el dosel del púlpito de la Iglesia de San Agustín, al que Whetey consideró como el más extraordinario de todos los púlpitos del Perú; la serena paz del templo de San Francisco, en el que predicó San Francisco Solano; las gráciles espadañas de La Merced; las tallas del púlpito de Santa Clara; las valiosas pinturas de Belén; la antiquísima parroquia de indios de Santa Ana; el tabernáculo cilíndrico de San Lorenzo; el churrigueresco altar mayor de Nuestra Señora del Carmen; la majestuosa Santo Domingo con su campanario mellizo y la iglesia del poblado indio de Santiago de Huamán con su fachada barroco-mestiza, única en la costa del Perú, son el testimonio de la profunda fe del pueblo trujillano.
Contribuyen a ese mismo fin, las mansiones coloniales y republicanas, con sencillas fachadas quebradas por riquísimos balcones de madera tallada y ventanas de reja de fierro forjado, verdaderas obras maestras de singulares artesanos. En su interior, patios grandes, mobiliario virreinal y techos artesonados evocan viejos tiempos de "copete y pantorrilla".
Pasear por el antiguo damero urbano y encontrarse con esas casonas que nos hacen retroceder en el tiempo. La belleza de la Casa del Mayorazgo, con sus techos de madera tallada y su amplio patio al que miran ventanas enrejadas; la fachada con hermosos relieves de la Casa de los Condes de Aranda; la enorme mansión del Mariscal de Orbegozo con su patio de rejas de hierro forjado; el balconcillo y los murales de la Casa Ganoza Chopitea; la fastuosa Casa Iturregui que ocupa orgulloso el Club Central; los muebles de inapreciable valor -entre ellos el escritorio en el que Simón Bolívar firmó muchos decretos- de la Casa Urquiaga; la antiquísima Casa Garci Holguín, construida por uno de los fundadores de Trujillo y de la ciudad de Méjico, de quien fuera su Alcalde en 1531; la historia que trasunta la Casa de la Emancipación, alguna vez, sede del Congreso Nacional.
Esto y mucho más ofrece al turista, el “Trujillo que yo quiero”.
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