sábado, 7 de enero de 2012

Tener los remedios básicos en casa puede costar hasta S/.70

Antiinflamatorios y analgésicos son imprescindibles en un botiquín. Además, la Cruz Roja cobra S/.200 por 30 horas de capacitación en primeros auxilios

(El Comercio).- Sebastián vivía hace varios años en un departamento de soltero, pero parecía como si se acabase de mudar. Casi no tenía muebles, cuadros ni plantitas.
La mayoría de sus amigos lo criticaba por su dejadez, pero a él no le importaba. Solo se preocupaba de tener sobres de comida instantánea en la despensa, cervezas en el refrigerador y conexión a Internet en su cuarto. En el baño solo tenía champú y pasta de dientes. Sobre el lavatorio había un pequeño armario con espejo empotrado a la pared. Ahí guardaba una navaja y crema de afeitar. A veces colocaba polvos efervescentes para aliviar la indigestión y pastillas que supuestamente mitigan la resaca, pero nada más.
Cuando se resfriaba, compraba papel higiénico. Cuando estaba con fiebre, llamaba a su mamá o a la novia de turno para que lo atendiesen. Y si se caía jugando fútbol con sus amigos, se ponía un hielo sobre la herida. Le daba igual si le pasaba algo.

Hasta que nació su hijo. Ese día se dio cuenta de que la vida es frágil. Pero el mensaje caló más fuerte en él cuando vio a su pequeño Lorenzo tirado en el piso de la sala, llorando a mares por el chichonazo que le había salido en la cabeza tras un resbalón. Sebastián no tenía ni una cremita para calmar el dolor de su hijo ni una pastilla para apaciguar su miedo como padre.
Abrazó muy fuerte a Lorenzo y lo llevó rapidísimo a la clínica. No pasó nada, todo quedó en un susto, pero Sebastián no quiso que los golpes y caídas de su hijo lo volvieran a encontrar desprevenido. “¿Qué hago si a Lorenzo le da fiebre, se quema o se intoxica? ¿Y si me pasa algo a mí, cómo cuido a Lorenzo?”, se preguntaba mientras sacaba su navaja y crema de afeitar para convertir el pequeño armario de su baño en un botiquín de primeros auxilios.
Sebastián se acordó que tenía un amigo doctor, Carlos Paredes Carranza, y otro amigo socorrista, Jorge Bravo Bohl. Los llamó y se reunió con ellos para que lo ayudasen a armar su botiquín y, de paso, calcular cuánto de su presupuesto iba a tener que destinar para resolver cualquier accidente doméstico.

TOME NOTA
Ambos le recomendaron tener productos básicos como agua oxigenada (S/.1,10) para desinfectar heridas, un antiinflamatorio para los golpes (S/.8,50 en crema y S/.1,20 las pastillas), carbón vegetal para las quemaduras (S/.1,30), buscapina para los cólicos (S/.8), antalgina para la fiebre (S/.3,50), un termómetro (S/.2), paracetamol para los dolores del cuerpo (S/.1), terramicina para las lesiones oculares (S/.17,10 el chisguete) y pastillas para el resfrío (S/.5).
También le sugirieron contar con vendas y gasas de distintos tamaños (S/.2), tijeras para cortarlas (S/.9), esparadrapo (S/.4,50), curitas (S/.1), alcohol (S/.4,50) y jabón antiséptico (S/.2).
Sebastián calculó estos precios en base a diez unidades de remedios genéricos, pero podría gastar más o menos dinero si algún día optara por comprar medicamentos de marcas específicas en mayor o menor cantidad.
Se fue a la farmacia con sus amigos y gastó unos S/.70. Pudo haber adquirido un botiquín ya armado entre S/.15 y S/.40, pero prefirió comprar los remedios con los que él está familiarizado. Cuando venzan o se acaben, Sebastián deberá repetir el gasto.
Todos los medicamentos no le entrarían en su armario del baño, así que fue al Centro de Lima y compró un botiquín de madera de S/.25. Casi lleva uno más grande, de S/.75, porque el trauma de ver a Lorenzo con un chichón en la cabeza lo tentó a también comprar un tensiómetro (desde S/.35), un estetoscopio (desde S/.15), jeringas descartables (S/.3), hilo y aguja (S/.3,50), pero supuso que no sabría cómo usar todo eso. “Mejor primero me meto a un curso”, se le ocurrió. La Cruz Roja cobra S/.200 por 30 horas de capacitación en primeros auxilios.
Sebastián ya tenía su botiquín, pero antes de regresar a su casa, gastó S/.1,70 más en una botellita de agua de azahar para calmar sus nervios cuando –nadie quiera– su hijo vuelva a lastimarse.

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