viernes, 27 de septiembre de 2013

The help

Por: Cecilia O'Neill 
En los sesenta, en un pueblo del sur de Estados Unidos, una sirvienta negra lleva a su hijo accidentado a un hospital de blancos. No lo atendieron por ser negro. Murió. Su tragedia la anima a colaborar con Eugenia, una chica blanca de familia conservadora, para denunciar las vejaciones que sufrían las sirvientas del pueblo. Los abusos no eran físicos, sino psicológicos y consistían en que los blancos “mirasen a otro lado”. La historia es contada en la película The Help (2011) dirigida por Tate Tylor. 
Antes los hijos extramatrimoniales se clasificaban en bordesinos, naturales, espurios, sacrílegos, mánceres y otras categorías, en función de las circunstancias de su procreación, incluyendo el hecho de que la madre fuese prostituta. 
En el Perú se diferenció entre hijos “legítimos” e ilegítimos” hasta hace poco: 1984. 
El voto femenino, la protección legal de los trabajadores del hogar, permitir que la esposa trabaje sin pedir permiso al marido, limitar la jornada de trabajo y otras reivindicaciones sociales, se lograron después de que la sociedad evolucionó hasta el punto de hacer necesaria una regla de protección. Estas leyes son el resultado de un clamor social, pero no son el fin de esos procesos históricos. 
La interiorización de la igualdad y del respeto al otro no es automática con el dictado de leyes. La abolición de la esclavitud ocurrió un siglo antes de que los negros no pudieran atenderse en hospitales de blancos. Sin embargo, sin un reconocimiento oficial difícilmente se hubiera podido acabar con la venta de los hombres, con el bloqueo de la participación de las mujeres en política y con la desprotección patrimonial de los hijos nacidos fuera del matrimonio. 
¿Acaso podemos cuestionarnos si es digno permitir que una persona adulta decida quién tomará decisiones sobre su vida en caso de enfermedad? ¿O que decida proteger su patrimonio? ¿O que a su muerte le herede la persona que más quiere? ¿O que pueda ser beneficiario del régimen de seguridad social de su compañero? 
En buena cuenta, ¿podemos seguir dudando de la necesidad de brindar estabilidad emocional, financiera y psicológica a un grupo de ciudadanos peruanos? 
Esta necesidad de reconocimiento no se inmiscuye en la decisión igualmente válida de practicar los dogmas religiosos según la doctrina de la confesión que se profese, o de casarse únicamente para procrear. Quien quiera hacerlo puede hacerlo, pero el Derecho no debe convertirse en un vehículo para interferir en el proyecto de vida de las personas. 
Los proyectos de vida de las personas del mismo sexo no causan un daño que la ley deba impedir o resarcir. Sí, esta “estrategia” es vieja. Consiste en poner el zapato en la puerta, como teme el cardenal Juan Luis Cipriani, pero para crear un punto de inflexión, y para no seguir mirando a otro lado, como en The Help.

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