viernes, 12 de junio de 2015

Haz como todos (y luego ponte a llorar) por León Trahtemberg

No deja de sorprenderme ver papás y mamás lúcidos, inteligentes, decididos en sus actividades profesionales y empresariales, que frente a eventos colectivos que conciernen a sus hijos como la primera comunión, confirmación, bat mitzvah, baile de graduación, fiestas quinceañeras, viajes de promoción, etc. se doblegan frente al parecer de algunos padres o madres que quieren que prevalezcan ciertas características en  la ceremonia, vestimenta, fiesta, viajes, etc.
Terminan haciendo gastos en vestidos, decorados, sesiones de fotos y videos, maquillajes, catering, liberalidad para servir alcohol y demás en los que no incurrirían si lo hicieran solos, a consciencia. A esto se suma la presión para que sus hijos desde pequeños hagan las mismas cosas juntos, vayan a los mismos clubes recreativos, playas, actividades extracurriculares y hasta viajes al exterior. Incluso sé de madres que procuran embarazarse simultáneamente con sus amigas para que sus hijos se críen juntos. La consigna mental parece ser ¡Haz como todos hacen! (o sea, como unos líderes de opinión decidieron que hay que hacer). Y todos los demás se someten.
Me pregunto si esta consigna de forzar a sus hijos a pertenecer a grupos sociales al gusto de los padres, de generarles una atención continua hacia las cosas que otros hacen para no desentonar,  bien instalada en los niños desde temprana edad, no juega luego en su contra, cuando lo que todos hacen no les gusta a los padres. "Todos fuman, toman, se drogan, apuestan, tienen sexo prematuro, hacen dietas bulímicas, etc."
¿Estamos educando a nuestros hijos para que sean independientes, autónomos, libres (en el sentido de actuar como les parece mejor y no imitando o acomodándose a los otros)?. ¿Los estamos educando para que en los momentos más críticos de su vida resuelvan con autonomía y libertad? ¿O, estamos educando conformistas dependientes de lo que hagan los demás? 
Una vez más, parece haber una confusión de valores sociales o comunitarios que termina jugando en contra de nuestros hijos. Vivir en comunidad compartiendo tradiciones, intereses, actividades, en el momento que va a costa de renunciar al pensamiento propio, a su identidad psicológica y ética, se convierte en un disvalor. 
Francamente, yo prefiero tener hijos sanos y libres, que se críen con gran autonomía desde la  educación inicial para escoger sus opciones preferidas, que hijos que sientan la urgencia de vivir pendientes de lo que hacen los demás, a los que luego deba llevar al sicólogo o la casa de internamiento para que les ayuden a encontrar la  brújula que sus padres le negaron. 

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